Apostillas de los 90
2Jul21Los años 90 favorecieron una fuerte ofensiva del capital sobre el trabajo. la economía expulsaba mano de obra del mercado y sobreexplotaba a los que permanecían en el. Este breve relato, basado en una observación directa y circunstancial, es solo una pequeña muestra de una realidad más cruel que se extiende hasta nuestros días.
Pocas palas
Sería tal vez a fines de los 80 en que viajando en el colectivo 101 rumbo a mi trabajo de entonces, en el histórico edificio del Ferrocarril Belgrano, detrás de la zona de Retiro, un embotellamiento, producto de las maniobras de un tren carguero, hizo detener el vehículo justo frente a la Estación Terminal de Ómnibus de Retiro, inaugurada a medio terminar creo en 1983. Mirando sin ver vi que al costado y un poco al frente de la terminal había un extenso terreno ya desmalezado y nivelado, que dejaba ver la tierra magra y arcillosa típica de nuestra ciudad. También alcancé a ver que había tres grandes montículos de tierra negra distribuidos en distancias equidistantes en tres esquinas y que en la cuarta, la más cercana a la calle, había enclavadas en la tierra una docena de palas anchas formando una fila. Enfrente de ella otra hilera, esta vez de personas. Por su vestimenta y aspecto típicos trabajadores de la construcción, caras curtidas y físicos moldeados por el esfuerzo bajo el sol radiante o los fríos del inverno, cada uno con su bolsito al hombro esperaban bajo un sol abrasador propio del último trimestre del año. A simple vista se deducía que los hombres eran más que las palas. El cuadro y la demora del colectivo me hicieron mirar con un poco más de interés.
A los pocos minutos salió del edificio un hombre alto vestido con un jean y una camisa celeste, sobre ella un chaleco de gamuza marrón y zapatos al tono. Comenzó a hablarles a los obreros allí reunidos, por los gestos interpreté que eran instrucciones acerca de cómo deberían repartirse en los tres montículos, palear la tierra negra y distribuirla por todo el terreno con las carretillas, que otro hombre acercaba en ese momento. No bien terminó de hablar comenzó a repartir las palas anchas. Con un gesto le hizo señas al primero de la fila que se acercara y le dio la herramienta de trabajo. Y así una pala tras otra y un hombre tras otro hasta que llegó la última pala y quedaban cuatro hombres en la fila. Cuando hizo el gesto para que se adelantara el que ahora estaba primero el que estaba en segundo lugar se abalanzó y manoteó la única pala disponible, de inmediato comenzaron las discusiones y los manotazos. El hombre del chaleco de gamuza marrón y zapatos al tono ni se inmutó, como si lo tuviera previsto levantó la mano mirando al edificio de la Terminal, de allí salió una mujer policía que comenzó a pitar fuerte su silbato reglamentario hasta que aparecieron dos patrulleros. Sin perder tiempo se llevaron a los dos hombre que pugnaban por la última pala a la comisaría, mientras el hombre del chaleco recogió la pala que quedaba y se la dio al tercero, mientras que al cuarto le hizo señas de que se retirara. Era evidente que el cupo de mano de obra estaba ya cubierto.
El colectivo pudo zafar del embotellamiento y retomó el recorrido. Mi horario de trabajo en ese entonces era de 10.30 a 19hs. y a la salida veníamos todos caminando por Maipú – 3000 trabajábamos en ese edificio ferroviario en el que pase 18-20 años de mis 25 como ferroviario- al pasar frente a la Terminal me detuve unos momentos, la tierra negra estaba ya distribuida en forma pareja y cubría todo el terreno. Nuevos montículos, esta vez de panes de césped estaban ya esperando que los plantaran al otro día. Digamos que ese gran espacio verde en que se convertiría días después ese predio duró poco porque la terminal, como habían anticipado varios especialistas quedó rápidamente chica y hubo que ampliarla.
Aquella noche me costó dormirme repasando una y otra vez la secuencia de la que fui testigo solo porque el colectivo se detuvo en el embotellamiento. Me pregunte más de una vez si a esos dos muchachos llevados a la comisaría de la zona los habrían fichado y liberado ese mismo día o por el contrario los habrían hecho pasar la noche allí. En todo caso ¿continuaron las discusiones o por el contrario lograron reflexionar que los dos eran víctimas de un sistema injusto y desigual que prefirió mandar a dos trabajadores a la comisaría y a un cuarto a su casa sin poder ganarse el jornal, cuando con agregar tres palas más hubieran dado trabajo a todos? Sí espero que hayan recapacitado y tomado nota que el sistema del capital es muy injusto.
Eduardo Lucita