El 9 de julio de 1816 y la decisión de ser una Nación Independiente

El 9 de julio de 1816 y la decisión de ser una Nación Independiente

9Jul21 0 Por Tramas

La decisión de proclamar la independencia en un contexto internacional muy adverso, se asentó en la voluntad popular y de ejércitos que eran “pueblos en armas” que no estaban dispuestos a dar marcha atrás en la decisión de liberarse.

Uno de los grandes relatos creados y difundidos por las clases dominantes de la Argentina ha sido el mito fundacional que atribuye la creación de nuestra Nación a la oligarquía terrateniente y a la generación del 80. Desde ese relato nuestra Patria fue fundada sobre los cimientos del genocidio del pueblo paraguayo, la invasión al pueblo mapuche y la persecución a los anarquistas. Según ese relato los auténticos padres de la Patria serían el ideólogo y político Bartolomé Mitre y el militar Julio Argentino Roca.
Por el contrario la memoria de las clases populares registra otros inicios.
En primer lugar que la primera independencia y afirmación de Nación soberana e independiente se proclamó en 1815 en el Congreso de Oriente, que se realizó en el paraje conocido como Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay (Provincia de Entre Ríos). Allí participaron los delegados de la Liga Federal de las provincias de Misiones, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y la Banda Oriental.
También esa memoria registra que en Buenos Aires soplaban otros vientos. El 25 de enero de 1815, el lider de la fracción pro-británica de la Logia Lautaro, Carlos María de Alvear, había sido elegido Director Supremo y escribía a lord Strangford, embajador británico en Río de Janeiro “En estas circunstancias solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único remedio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos antes que volver a la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación una existencia pacífica y dichosa”.
Es decir, le proponía convertirnos en una colonia británica. La decisión de Alvear no fue un delirio personal, sino una medida que tenía amplio respaldo en las élites porteñas. En Europa se reconstruía el poder monárquico con la emergencia de la Santa Alianza y en América casi todos los proyectos independentistas habían sido derrotados. A finales de 1814 se preparaba en España la llamada Expedición Pacificadora al mando de Pablo Morillo, que sería la mayor flota enviada a las colonias para sofocar las rebeliones en América. Esa expedición partió en febrero de 1815 y nunca llegó a su destino, que era el Río de la Plata, porque terminó involucrándose en la lucha contra los ejércitos de Simón Bolívar en Venezuela.
La impotencia de Alvear, que no podía contener al proyecto artiguista y se enfrentaba a la evidencia de que, en el territorio que seguía perteneciendo a las Provincias Unidas del Río de la Plata, los grandes caudillos militares, Güemes y San Martín, no le obedecían, provocó su reemplazo.
El Congreso de Tucumán se organizó en un momento histórico en que el poder porteño estaba sumamente debilitado, y de gran incertidumbre sobre el futuro de la guerra contra España.
Sobre las condiciones en que se desarrolló el Congreso hay algunos datos reveladores. Sólo los diputados de Tucumán y Jujuy tenían instrucciones para declarar la independencia y el trámite para tratar ese tema se adelantó aceleradamente cuando asumió la presidencia Francisco Narciso Laprida, un diputado cuyano que respondía a San Martín. Es evidente que en las decisiones asumidas se impusieron el peso político y militar de figuras como San Martín, Güemes y Belgrano que contaban en Buenos Aires a Juan Martín de Pueyrredón como aliado. A ese bloque se sumaron los representantes del Alto Perú, que impusieron agregar a lo de la Independencia de España lo de “y de toda otra dominación extranjera”, por desconfianza de que los porteños terminaran negociando con la Corte de Portugal.
La decisión de proclamar la independencia en un contexto internacional muy adverso, se asentó en la voluntad popular y de ejércitos que eran “pueblos en armas” que no estaban dispuestos a dar marcha atrás en la decisión de liberarse.
A modo de ejemplo, basta mencionar que en las fuerzas lideradas por Güemes en 1818, sobre un total de 6 610 hombres, tan sólo 551 pertenecían a los cuerpos de línea, mientras que los Escuadrones Gauchos sumaban 4888. Esos escuadrones gauchos, eran milicias populares. que estaban integradas por originarios, negros, criollos y mulatos sin tierra. Muchos de sus integrantes provenían del Alto Perú y de allí trajeron el nombre que los identificaba: “montoneras”, y del Alto Perú llegó también una de sus líderes más reconocidas: Juana Azurduy.
El Congreso de Tucumán además de proclamar la independencia, decidió que nos gobernara un Inca y que la capital de la nueva nación independiente estuviera en el Cuzco. El acta de la Independencia se tradujo al quechua y al aymará y se imprimieron miles de ejemplares para ser difundidos entre los pueblos originarios.
Después el Congreso se trasladó a Buenos Aires y fue perdiendo por el viaje buena parte de aquel espíritu libertario. La revolución independentista sobrevivió en los ejércitos populares que defendieron las fronteras o cruzaron Los Andes para ayudar a liberar a otros pueblos. En nuestro país la impronta independentista empezó a desdibujarse.

Parece una ironía del destino que en las vísperas de la celebración de nuestra Independencia y el inicio de una epopeya liberadora que se extendió en el continente, nos hayamos enterado que el gobierno de Mauricio Macri, seguramente en connivencia con una potencia imperial, envió material militar a Bolivia (el Alto Perú) para apoyar a un régimen que había dado un golpe de Estado contra un gobierno popular.