Triunfo y retos del Profesor Pedro Castillo

Triunfo y retos del Profesor Pedro Castillo

27Jul21 0 Por Ernesto Mori Macedo

Llegó desde lo más profundo de los Andes y, poco a poco, empezó a crecer por los ríos de la Amazonía y en los distritos más populares de las ciudades. No aparecía en las encuestas, pero surgía entre las piedras y las hilachas de los arrabales. Envuelto en su poncho, recorría todo el Perú acompañado de su familia y compañeros y compañeras de partido. Pero no fue hasta el 9 de abril del 2021, cuando todos empezaron a hablar de él: con su indiscutible sombrero, montado en un caballo, se abrió paso por las principales avenidas del centro de la capital, rodeado de miles de seguidores llegados de los barrios más pobres de lima, todos y todas gritando a viva voz “profe, amigo, el pueblo está contigo”. La capital de los autos lujosos y sus centros comerciales de cinco pisos espectaba de refilón. Se venía un huaico popular, de zapatos gastados y mascarillas con olor a retama. Días después, el resultado. Golpe en la polla: Castillo arriba en primera. Dos meses luego: gana en segunda. Histeria en la capital, historia en el campo. Pedro, el profesor de pueblo, presidente del Perú para el periodo 2021-2026.

¿A quién o a qué le ganó Pedro Castillo? ¿Qué representa el triunfo del profesor? ¿Cuáles son los desafíos?

El 5 de abril de 1992, el gobierno de Alberto Fujimori perpetró un autogolpe en el Perú, a punta de tanques, encarcelaciones, secuestros y desapariciones de líderes que se oponían a sus medidas. Con igual ferocidad se acometieron las más drásticas medidas para desmantelar al Estado y los derechos de todos los peruanos: privatización de las empresas públicas y purga de trabajadores de la planta media y baja, leyes para reducir los derechos laborales en el sector privado, privatización de la educación y salud, esterilizaciones forzadas contra más de 300 mil mujeres. Retorno a las cavernas con globos a colores que anunciaban el fin de la historia y la promesa del milagro peruano. Aplausos de los grupos de poder y de los pueblos que sufrían los experimentos económicos de las dos últimas décadas. El pacto se sellaba con una constitución impuesta mediante un referéndum de sospechoso manejo oficialista en 1993. El neoliberalismo peruano arrancó en dictadura, a sangre y fuego, pero con sonoras ovaciones.

Pero todo tiene su final, nada dura para siempre. Alberto Fujimori, en sus intentos reeleccionistas, no pudo con la resistencia social. El ritmo del Chino apuntaba a ser el rock de la prisión en muy poco tiempo. El adelanto de elecciones presidenciales y congresales del 2000 prefiguraba los actores políticos que sostendrían intensas pugnas durante las siguientes dos décadas: la derecha política y autoritaria defendería el régimen a rajatabla; el frente antifujimorista quería a la mafia fuera del poder para reorganizar la poca institucionalidad que quedaba disponible. Para simplificar: fujimorismo-antifujimorismo. Sin embargo, este segundo frente contenía dentro de sí dos pugnas que intensificarían sus diferencias elección tras elección: una suerte de neoliberalismo progresista (Nancy Fraser) que buscaba acabar con el autoritarismo, pero que, en estricto, defendía el modelo económico; y los antineoliberales, un combo popular que buscaba salir del orden fujimorista para generar las transformaciones sociales en un país que se había precarizado, al ritmo del sufre-peruano-sufre, porque se tiene que progresar. No obstante, el frente por la democracia era la prioridad. Desalojar la maquinaria mafiosa permitiría pensar en un escenario posneoliberal.

Pero eso no pasó

Los gobiernos posteriores entraron por la izquierda, pero gobernaron por la derecha o haciendo algunas reformas lo suficientemente filtradas para no poner en riesgo el statu quo. Es decir, aunque se cayó buena parte de la arquitectura fujimorista de gobierno, no se logró desarmar el engranaje del poder neoliberal instaurado durante los noventa. De resultas, las frustraciones crecían. El vaciamiento de la democracia había calado hondo, ya que se votaba por algo y te devolvían lo contrario. Elección tras elección, el clivaje fujimorismo-antifujimorismo se desgastaba. Se necesitaban cambios de fondo, un nuevo contrato social. Las alianzas de segunda vuelta para frenar la arremetida fujimorista, aunque definían los votos necesarios para que la segunda vuelta no caiga en manos del fujimorismo, votos fijados especialmente en los sectores medios y progresistas asentados en Lima -2001, 2006, 2011, 2016-, empezaban a mostrar fisuras transversales. Poco después de la celebración de los resultados, el inconsciente reprimido con proclamas democráticas y voto práctico, retornaba indomable.

Así, buena parte del antifujimorismo, como Thanos, se desgajaba poco a poco. La elección del 2021 fue la gota que desguazó el cántaro. La elección se convirtió en un referéndum: cambio o continuidad, progresivos o rápidos, pero posibles, al fin y al cabo.

Buena parte de la opinión pública y un sector importante de peruanos de a pie, principalmente de Lima, a pesar de las arcadas que le generaba coincidir con el fujimorismo, terminaron juntos en la defensa del “Consenso de Lima”. El modelo estaba primero, la Guerra Fría debía renacer: terroristas, populistas, estatistas, marxistas, comunistas, malos todos. Sin embargo, nacía una paradoja. El activismo contrario al fujimorismo sufría torsiones dialécticas: al mismo tiempo que se agrietaba, se expandía desde la izquierda al “centro”. El pacto tensionado de las elites, entre fujimorismo y antifujimorismo liberal, ya no daba cuenta de las honduras del desencuentro entre pobres y ricos en el Perú. Vino la pandemia, sin camas UCI disponibles, una economía asfixiada, cerca de 200 mil muertos que contarán la historia después. Se quiebra el pacto de las élites.  La derecha neoligárquica: nada de reformas, nada de comunismos, abajo las concesiones. Pero llegó el profesor.

Lo que contiene la sorpresa de Castillo

Pedro Castillo, con el partido Perú Libre y las fuerzas sociales que se sumaron desde la primera vuelta, derrotaron al poder de la élite limeña que, hasta antes del 11 de abril del 2021, en sus fracciones, había convivido luego de cada balotaje. En el bloque antifujimorista primaba el más allá del fujimorismo: ya no era posible pelear contra el ropaje del modelo, se trataba de replantearlo todo. Por supuesto que una elección no explica todo el proceso, pero la definición fue con el voto, acaso el arma de los pobres. Castillo, todo un personaje. Dijimos convivencia de las derechas: en realidad, en esta elección demostraron que se habían partido hace algunos lustros, entre bolsonaristas, globalistas y desubicados.  Pero ellos que se encarguen de hacer sus balances (financieros, por supuesto). El punto es que se conformó un sujeto político lo suficientemente amplio como para ganar la rabia y la moderación acumulada y derramada entre las colas de los hospitales abarrotados en la pandemia.

¿Pedro Castillo es de izquierda? No y Sí. Hizo su carrera social y política como dirigente sindical, pero crítico con algunos grupos que se entronizaban en los frentes sindicales. Su identidad es de dirigente rondero y campesino, su espacio formativo es sindical y comunal-evangélico. Pero llegó al gobierno con un partido declaradamente de izquierdas.

¿Pedro Castillo es de izquierda popular? Sí y No. Postuló y ganó con un partido que tiene líderes de izquierda a la cabeza, pero que provienen de otra tradición: movimientos regionales, arraigados en lo más popular del centro y del sur del Perú, con logros políticos que en buena cuenta fueron contra las elites de derechas e izquierdas. Al mismo tiempo, sería injusto decir que había una izquierda no popular: los flujos y reflujos electorales, y la presencia en las reivindicaciones sociales en tantas luchas, pueden ser un mejor indicador para la valoración.

¿Pedro Castillo representa, entonces, un movimiento popular amplio? Posiblemente sea la mejor forma de definir su liderazgo, dentro de las coordenadas más clásicas de la política: los de arriba y los de abajo, las provincias y Lima, centro y periferia nacional. Pero también tiene de izquierdas, con organizaciones que mantienen presencia activa en las universidades, sindicatos y activismo de la sociedad civil. Castillo se ha referido más a su condición de campesino, profesor y vocero del pueblo. Mil veces pueblo. ¿Populismo latinoamericano? ¿Nacional popular? Un poco de todo.

¿Y luego del triunfo electoral qué?

Los desafíos son oceánicos. Aunque en tiempos de posmodernidad y presentismo (Hartog) se licúe el pasado, presente o futuro. Pero si algo ha identificado a Castillo y toda su campaña, es que ha puntualizado de forma muy precisa cuáles son las banderas que pretende agitar desde el 28 de julio, fecha de su asunción de mando. Lo cual requiere plazos inmediatos, que empezaron a correr antes de que empiece el partido.

Su practicidad como político deberá caminar sobre pisos concretos que lo comuniquen directamente con el sentir popular, con la vida concreta de los de abajo, de las comunidades amazónicas que esperan un bote para trasladar a sus familiares al hospital de la ciudad. El profesor deberá dirigir sus baterías inmediatas a este sector: gestionar la pandemia y salvar los bolsillos de la economía popular; recuperar el sistema de salud en las redes locales, resolver las brechas de aprendizaje que se acrecentaron en este año y medio de pandemia, ya que la estrategia nacional de educación involucró solamente a los peruanos que podían conectarse a internet o señal vivo. Cosas del “milagro peruano”. Asuntos concretos que no saldrán en las portadas de los medios, ni serán parte de las tertulias del progresismo limeño, pero que están en las expectativas de los comedores populares y en los machetes que cortan el café en la última chacra de Cajamarca.

Pero los resultados concretos tendrán sus plazos fijos, mientras que las medidas de mediano y largo plazo caminarán por vías sinuosas y trazarán el derrotero del gobierno: nueva constitución y recuperación estatal de los sectores estratégicos. El ojo estará puesto en el capítulo económico, ya que define el rol del Estado en la economía. Para sacar adelante este proceso, los aliados serán claves, aunque suelen ser impacientes. ¿De qué manera se logrará? Las cartas están sobre la mesa, pero cualquiera de ellas será el parteaguas de la gestión de Castillo: Asamblea Constituyente, reforma constitucional integral o del capítulo económico, vía correlación de votos dentro del parlamento o modificación del capítulo económico. Sea cual sea la opción elegida -o posible-, en mayor o menor medida el Perú podría ingresar a un escenario posneoliberal.

Expectativas varias

¿Cómo mantener vivo el imaginario de la transformación estructural de la patria? Menudo desafío mostrar resultados concretos y hacer grietas en el corazón del modelo. El Perú no ha vivido un proceso tan cargado de demandas y que se haya materializado en el triunfo de una elección presidencial. Quizás el 2006, pero la densidad y el atrincheramiento de la oposición no ha sido la misma en esta elección.

Castillo no tiene mayoría parlamentaria, pero tiene mayoría social. La ruta quizás va por ahí para quienes están directamente involucrados en el proceso, y para todos y todas que alentamos desde las calles y los teclados: comprender que será un gobierno muy difícil, que la tradición reaccionaria de las élites, aunque focalizada en Lima, mantiene el poder estatal y fáctico. Asumir la complejidad del escenario implica una dosis recargada de realismo, que no es lo mismo a ser severamente complacientes. Castillo tendrá que hacer alianzas políticas, ampliar sus bases desde la izquierda el centro, en los de abajo hacia un poco más arriba, y mantener la coalición social que lo llevó a Palacio de Gobierno. Y sin olvidar algo central para el triunfo: la reivindicación de las regiones contra una capital elitista y centralista. Esta contradicción deberá mantenerse viva. No es historia nueva, ya lo vimos a principios del siglo XX, en los movimientos regionales y reformistas locales que impugnaban el poder virreinal de la capital. La historia nunca es igual, pero rima. 

Romper la muralla neoliberal con el martillo de la historia

La serie peruana “El último bastión” nos habla del arribo del General San Martin y sus huestes libertadoras a territorio peruano. En sus diferentes capítulos vemos que las clases dominantes se sacuden, conspiran, quieren seguir viviendo a cuerpo de rey; en simultáneo, el pueblo mulato, indio y mestizo busca emanciparse y fragua sus propias conspiraciones con movimientos cortos, alianzas y tejidos latinoamericanos. Podemos pensar que en estos momentos América Latina vive las resistencias del último bastión neoliberal. Si la primera oleada del ciclo progresista no pudo con el Grupo de Lima, es posible que las últimas rupturas en las capas tectónicas de Chile, Colombia y Perú nos abran otro curso en la historia. La constituyente en Chile y el triunfo de Castillo en la tierra de César Vallejo inspiran, y sus efluvios pueden recorrer la ruta de Simón Bolívar en Colombia. La soberanía de los estados latinoamericanos parece tener una nueva oportunidad, es posible el viejo sueño del bloque regional con suficiente autonomía para pensar en relaciones respetuosas con China, Rusia, EE. UU y la UE. Ni aislamiento ni alineamiento: multilateralismo soberano. Castillo ha mostrado inclinaciones hacia las corrientes progresistas de la región, lo cual nos indica que si alcanza la soberanía en el frente interno, el mismo vigor será puesto en su política internacional. Por ahora, Castillo representa la posibilidad real de que Perú tenga un Bicentenario que haga justicia con su historia.

Ernesto Mori Macedo, educador en ciencias sociales. Corresponsal en Perú