Es hora de trabajar menos

Es hora de trabajar menos

30Jul21 0 Por Mariano Féliz

En medio de la pandemia, reaparece el debate en torno a la necesidad de reducir la jornada de trabajo remunerado. Una larga demanda del movimiento obrero internacional está nuevamente sobre la mesa, justo cuando el capital avanza sobre nuestras vidas de manera salvaje.

Hace unas semanas se hizo público el resultado de una experiencia en Islandia que sirvió para analizar el efecto de reducir la jornada de trabajo remunerado. En una suerte de experimento social, 2500 personas pudieron reducir su jornada de trabajo semanal de 40 horas a 35/36 horas sin reducción salarial. El resultado fue el esperable: en la mayoría de los casos las y los trabajadores redujeron sus niveles de estrés, mejoraron su salud e incluso aumentaron el rendimiento en el trabajo. En España ahora mismo están debatiendo la reducción de la jornada laboral.

Por causalidad o casualidad, en Argentina desde sectores diversos plantean el debate. Por un lado, desde la izquierda, las fuerzas dentro del FIT-U han venido planteando la discusión. Fundamentalmente, argumentan la necesidad de reducir la jornada laboral para ampliar la oferta de puestos de trabajo remunerado disponibles. La consigna es “trabajemos menos, para que trabajemos todes”. Por otra parte, desde el kirchnerismo hay quienes han, al menos, mencionado la cuestión. Hace poco, el abogado laboralista Héctor Recalde señaló que la reducción de la jornada laboral “aumenta la productividad, aumenta el empleo y disminuye los accidentes de trabajo y con esto, reduce el costo laboral”. La propuesta fue incluso apoyada, si bien elípticamente, por la Ministra de Trabajo de la provincia de Buenos Aires Mara Ruiz Malec.

La discusión sobre el asunto se discute desde al menos el siglo XIX. Marx planteaba que “en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha en torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o sea la clase obrera”. En tal sentido, el movimiento obrero aprovechó el salto en las condiciones técnicas de las últimas décadas del 1800 para articular la demanda por la reducción de las jornadas laborales. Todos los primeros de mayo, las luchas remitían a las consignas de “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de recreación”. Esta disputa supuso un doble movimiento. Se consiguieron reducciones sostenidas en el tiempo de trabajo y, simultáneamente, se redujo de manera sustancial el trabajo remunerado de mujeres y niñes, sobre todo en los países centrales. En Argentina, ese movimiento fue acompañado por el desarrollo de un proceso de escolarización de niñas y niños en todo el país.

Estas conquistas se fueron ampliando e incorporando en los convenios colectivos de trabajo que las y los trabajadores fueron ganando durante los años 40 y 50. Finalmente, terminaron siendo incluidas en el texto constitucional de 1949, persistiendo aún luego del año 1955 en el artículo 14 bis bajo la idea de “jornada limitada”.

Desde la dictadura cívico-militar-eclesial, se produjo un fuerte retroceso en este plano. En simultáneo, observamos una ampliación de la jornada de trabajo remunerada y el reingreso acelerado de las mujeres al mercado laboral. Esto amplió de manera sustancial la jornada de trabajo total (remunerada y no remunerada) para la mayor parte de las mujeres. Así, las familias de las clases populares multiplicaron el total de horas trabajadas, con ingresos cada vez menores.

En los años noventa se acentuó esta tendencia; se formalizó la intensificación y extensión de la jornada laboral. A pesar del cambio tecnológico y los aumentos en la productividad, el uso capitalista de la tecnología condujo a una mayor carga de trabajo: un núcleo de trabajadores con extensas jornadas, horas extras (indispensables para conseguir salarios mínimamente dignos) y turnos rotativos, junto a un amplio abanico de trabajadores subempleados o abiertamente desocupados. La nueva normativa permitió ampliar y flexibilizar aún más la jornada de trabajo remunerada y junto a la realidad del mercado de trabajo, las empresas aprovecharon para aumentar la explotación. Javier Beccaria, integrante de la Asociación de Abogadas y Abogados Laboralistas de Mar del Plata, señala que “en los años 90 la flexibilización laboral, es decir la precarización laboral, permitió en muchos casos extender legalmente las jornadas de trabajo pagando las mismas remuneraciones que antes. Es decir, las patronales obtuvieron legalmente mayor plusvalía con pagos de sueldo con ticket de almuerzos, ticket de compras y contratos ‘basura’, modificando los convenios colectivos ‘a la baja’.”

La reducción de la jornada de trabajo, tanto remunerado como no remunerado, supone un debate amplio sobre la organización del conjunto de la reproducción social. Reducir la jornada laboral remunerada permitiría ampliar el tiempo libre y el tiempo posible de ser dedicado a tareas de reproducción y cuidado. Este cambio es fundamental para acompañar un proceso de reorganización de estas tareas en el ámbito doméstico y comunitario. Una más justa distribución de estas tareas entre varones y mujeres será más fácil de implementar si se reducen las jornadas de trabajo fuera del hogar, en particular para varones que tienen empleo formal a jornada completa.

Para que sea justa, la reducción de la jornada de trabajo debe producirse sin reducción del salario mensual. Es decir, debe implicar un aumento del salario por hora de trabajo. Esto implica en un comienzo un aumento de los costos laborales directos de las empresas y una reducción en la plusvalía que apropian bajo la forma de ganancias. Esa caída será rápidamente compensada por los beneficios de productividad asociados a las jornadas de trabajo más reducidas.

Un elemento importante de esta propuesta es que sí se recorta la semana laboral, las y los trabajadores reducirán también sus gastos de traslado y otros gastos asociados a la actividad laboral; al mismo tiempo caería el tiempo perdido en el traslado hacia y desde el trabajo. Esto no sólo disminuye el costo de vida sino que reduce de manera directa la contaminación ambiental producida por el transporte masivo de pasajeros.

Por otro lado, la reducción en el tiempo de trabajo remunerado abre la pregunta por el tiempo libre. ¿Qué haremos con más tiempo disponible, más allá del trabajo de reproducción y cuidado, que es indispensable para la vida? Tiempo libre que no es tiempo de ocio o consumo. Tiempo libre es tiempo para desarrollar aquellas actividades que nos generan bienestar o placer, más allá del consumo monetizado.

Finalmente, un tema clave, ausente de la mayoría de las discusiones es que la reducción de la jornada laboral se concentra en el trabajo de las y los trabajadores asalariados. No reduce directamente el tiempo ocupado para quienes trabajan de manera autónoma o en la economía popular. Tampoco reduce per se el tiempo dedicado (mayormente por mujeres y cuerpos feminizados) a tareas de cuidado y reproducción. En estos casos, la batalla por el tiempo libre supone una reorganización radical de la sociedad.

Mariano Féliz