Rockeros bonitos, educaditos
24Ago21En estas últimas semanas en el mundo del rock (así es, aunque no parezca el rock es un mundo), hemos tenido que asimilar crueles cachetazos como si se tratara de algún procedimiento represivo en épocas de dictadura.
“Algunas veces yo quisiera tener cierta sensibilidad”: de esa manera comienza un tema de Los Violadores en su disco Mercado Indio. Siempre fui un músico amateur, autodidacta y hasta me atrevo a cruzar los límites de la responsabilidad y a agarrar algún instrumento, pero las líricas de las canciones me han atrapado desde la adolescencia.
Ese viejo refrán rockero que hemos leído durante décadas que dice, “muere joven y serás un cadáver apuesto” parece repiquetear como un rulo de redoblante cada vez más cercano y presente. En la juventud el rock es una experiencia que según el imaginario popular conlleva excesos, la inexistencia de límites, vida licenciosa y la experimentación de todo tipo de situaciones. Eso es parte del mundo del rock, pero realmente es tan efímero como irreal. Cuando se superan las tres décadas de vida el panorama cambia, y cuando las décadas son cuatro (por favor no confundir con ese olvidable tema del cantautor guatemalteco) el rock y sus actividades suelen volverse un hábito hermoso y recomendable para cualquiera.
Al igual que en el mundo del cine o del deporte, el rock cuenta con muchos superhéroes y superheroínas. En vez de jugar en la plaza y mientras uno elude compañeros y relata a los gritos el gol del Diego a los ingleses, en el rock uno va a los shows y se para en primera fila a ver si esos tipos son reales, o solo salían en revistas, videos o en youtube. Luego vuelve a su casa y escucha el cassette, el cd o el vinilo para recordar cómo lo canto durante el recital, y tratar de tocarlo en alguna guitarra, un bajo, una batería y si es posible cantarlo de la misma manera. Luego de un show en vivo de la banda que uno ama, el corazón se enamora y los temores desaparecen. El rock en muchos casos es terapia, es adrenalina, es amistad, es aprendizaje y, con el tiempo, es gratitud.
Claro que también es una experiencia intransferible, por lo tanto cada quien puede afirmar que todo esto es falso y relatar su propia experiencia. ¿Saben por qué? Porque el rock también es “hazlo tú mismo” y eso hace que cada persona haga su camino.
La gratitud en el mundo del rock se manifiesta tal vez ante la ausencia, es decir, mientras el superhéroe se sube al escenario o graba canciones, nosotros como público las consumimos y las disfrutamos. Y como el rock es un mundo mágico, creemos egoístamente que nuestro superhéroe lo hará siempre. Pero el mundo del rock, algunas veces se vuelve terrenal y nos sacude la melena. Pero no como en un show, no para saltar y rebotar en un pogo frenético, nos sacude para despabilarnos de la peor manera.
Estas últimas semanas fueron en ese camino, con noticias dolorosas. Ya no podremos ver más un show de los Redondos y Willy Crook haciendo el solo de saxo en “Un ángel para tu soledad”, ya no podremos ver a Palo Pandolfo cantando en un asado “Ella vendrá”, ya no veremos a Pil Trafa presentar “Uno, Dos, Ultraviolento” con la intro de Ludwig Van Beethoven, y desde hoy ya no podremos ver a Charlie Watts comenzar “Simpatía por el diablo” desde su batería.
El rock es también resistencia, pero con el paso del tiempo no existe defensa posible y lógicamente que a quien escribe y a quien lee, el tiempo también les pasa, y racionalizar ese proceso no resulta sencillo. Por eso cuando en los grupos de WhatsApp se comienzan a compartir las tristes noticias de las últimas semanas, hasta el más insensible de los rockeros asume la finitud. En fin, comenzaremos a extrañar antes de tiempo y a valorar en horario.
Gracias a quienes desde un escenario, una letra o un instrumento nos han marcado nuestra alegre juventud. Nos cruzaremos en algún pogo.
Federico Sylvester
Las palabras justas. Hermoso texto, muy sentido, me retrotrajo, me hizo viajar a la juventud. A quién no le haya pasado algo de lo que se describe es posible que se trate de alguien extraterrestre.