Poco fútbol y mucho escándalo

Poco fútbol y mucho escándalo

6Sep21 0 Por Guillermo Cieza

Dispuestos a disfrutar del partido de fútbol por televisión habíamos preparado el mate o la picada, convencidos de que iba a ser memorable. Y lo fue, pero por razones inesperadas.


El partido era importante para los dos rivales. Mas allá de los tres puntos en disputa para una clasificación mundialista, que los dos equipos parecen tener asegurada, se jugaban otras cosas. Argentina ponía en juego su prestigio de ganador de la copa América. Brasil quería revancha por la derrota en el Maracaná y mantener el record de no haber perdido nunca en su cancha jugando eliminatorias.

Como corresponde, el partido arrancó con dientes apretados y alguna patada que mereció una amarilla, pero el referí dejó pasar respetando el folklore de que las tarjetas no se muestran en los primeros minutos. Dispuestos a disfrutar del partido de fútbol por televisión habíamos preparado el mate o la picada convencidos de que iba a ser memorable. Y lo fue, pero por razones inesperadas. Corrían siete minutos cuando las cámaras pusieron foco en un incidente que se estaba produciendo muy cerca del banco de suplentes de Brasil. Un grupo de hombres, formalmente vestidos, discutían acaloradamente con Tité, el técnico local.

El tumulto fue creciendo porque se empezaron a sumar jugadores de Brasil y el referí detuvo el partido. Dos futbolistas argentinos, Otamendi y Acuña intentaron aportar apurando a una persona de civil que había ingresado a la cancha y fueron detenidos por un alarmado Scaloni, que ya había advertido que ese personaje estaba armado. Finalmente el equipo argentino se fue a los vestuarios y la discusión siguió entre el grupo que vino a interrumpir el partido y los del equipo brasileño, en particular Neymar y Tité. Al rato apareció Messi con un chaleco de fotógrafo y la discusión fue a tres bandas, sin poder ponerse de acuerdo. Al final se confirmó la suspensión del partido, y la delegación argentina, que fue llevada al aeropuerto sin pasar por el hotel, se tomó un avión rumbo a Ezeiza. Estos fueron los hechos, lo que vimos en la trasmisión directa y lo que después repitieron y seguirán repitiendo en la Argentina, en Brasil y en todo el mundo. Entender lo que sucedió es un poco más complicado.

Lo más conocido es que ANVISA (Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria de Brasil) advirtió lo que era de dominio público: que en la delegación argentina venían cuatro jugadores que viven en Inglaterra porque juegan en la Premier League. Y según medidas precautorias de ese organismo, los viajeros de ese origen deben hacer cuarentena de 14 días. La pulseada entre ANVISA y otros intereses ligados al fútbol de Brasil, la Comebol y la FIFA, comenzó cuando llegó la delegación argentina, y parecía haberse arreglado al punto que el partido se inició con normalidad. Alguien con mucho poder político dio luz verde para que irrumpieran el partido y entraran a la cancha con la intención de detener y deportar a los cuatro futbolistas.
El fútbol es una actividad deportiva muy popular, pero además es un lugar donde se juegan diferentes intereses empresariales: de los equipos convertidos en sociedades anónimas, de la publicidad, de las grandes compañías de televisión, y también de los circuitos de droga, porque la transferencias de futbolistas es una actividad frecuente de lavado de dinero. Pero también hay intereses políticos, porque desde el futbol se arman campañas de encubrimiento, se fabrican candidatos, se apela a las emociones a favor o en contra de los gobiernos.

Todos esos intereses se expresan y defienden corporativamente desde organismos supranacionales como son la Conmebol y la FIFA, y como hicieron otras corporaciones empresariales, disputaron por las aperturas tempranas de las canchas, para que volviera el fútbol, el dinero pudiera seguir circulando, y se siguieran acumulando ganancias. Así garantizaron por ejemplo que se organizara la Copa América en plena pandemia, donde debe recordarse que se cayó la sede colombiana, por la gran rebelión popular, y se terminó organizando en Brasil, que en ese momento contribuyó para que el espectáculo continuara con el protocolo sanitario de la Conmebol. En ese país, afectado por miles de contagios diarios de Covid19, el gobierno de Bolsonaro especulaba que un triunfo futbolístico levantaría su alicaída imagen. Le salió mal la jugada, porque el fútbol va mucho más allá de los intereses económicos y de la astucia de los políticos. Es un juego donde participan personas de carne y hueso que quieren ganar, divertirse, ser glorificados. Y también tiene una cuota de imprevisibilidad que lo diferencia de otros deportes.
Ayer, en el escándalo de Brasil lo que entró en colisión fueron los intereses deportivos y también los corporativos económicos globalizados, con una nueva jugada del gobierno de Bolsonaro, que intentó dar un gesto de soberanía nacional y de preocupación por la crisis sanitaria que no se corresponde con sus antecedentes. Pero lo más grave es que expuso una metodología que se ha naturalizado en ese país, pero que no es habitual en el mundo. O por lo menos no se muestra por televisión: un conflicto de intereses que habitualmente se resuelve en los escritorios, lo Intentó resolver con la irrupción en un espectáculo público de un grupo de hombres, algunos armados. Para la sociedad brasilera, una de las más atrasadas políticamente del continente, este puede ser un gesto de autoridad. Fuera de sus fronteras, esto es un bochorno político.

Las caras de Neymar y otros brasileños que juegan en el exterior y que fueron concientes del papelón, son la mejor expresión de que otra vez Bolsonaro se fue al pasto. Esta vez, su forma de accionar quedó registrada en imágenes que recorrerán el mundo y que juzgarán millones de televidentes.

Guillermo Cieza