Votar sin ganas o las pobrezas de la democracia

Votar sin ganas o las pobrezas de la democracia

7Sep21 0 Por Daniel Campione

Apatía, descreimiento, retracción. Son los términos que circulan para caracterizar el estado de ánimo de los votantes con relación al inminente ciclo electoral. La pregunta de las razones del desánimo generalizado es quizás el mayor estímulo que proporciona esta situación desangelada.

La campaña electoral para las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) del 12 de septiembre llega a su fin. Una virtual unanimidad de observadores y comentaristas las consideran la más pobre del historial iniciado en 1983.

Han sido varios lxs candidatxs que se han sumado al coro crítico, sobre todo los que se presentan por fuera de la “grieta” entre las dos coaliciones que, todo indica, volverán a repartirse la gran mayoría de los sufragios.

La discordancia entre los gravísimos problemas que afectan a la sociedad argentina y la trivialidad de la discusión existente ha alcanzado cotas muy altas. Los medios masivos han hecho su importante contribución, en la búsqueda del escándalo fácil y del destaque de las trivialidades frente a las pocas discusiones serias que se han dado.

Ante la creciente defección de las encuestas, que llevan años de desaciertos, se elucubra hasta la saciedad sobre discrepancias al interior de las coaliciones, posibles realineamientos según cómo sean los resultados de las PASO y otras conjeturas irrelevantes, al menos para cualquiera que no esté fascinado con los enredos de la “pequeña política”.

Mientras tanto dormitan los grandes temas, como las tratativas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) acerca del pago de un préstamo de movida impagable. Sólo las fuerzas de izquierda proponen el no pago o al menos su suspensión. El gobierno procura, con el obvio beneplácito de la oposición de derecha, un acuerdo de “facilidades extendidas”.

El contenido de tal acuerdo puede preverse sin miedo a fallar: Un “estirón” hacia adelante de los vencimientos, acompañado por un “programa de reformas”, que de seguro consistirán en propuestas de flexibilización laboral, de pérdida de ingreso y derechos de los jubilados, de una reforma del Estado que reduzca gastos y aplane aún más los salarios públicos.  

Negros presagios para las mayorías populares, que sólo verían agravarse su deterioro en ingresos y calidad de vida si esos cambios a la medida del gran capital se concretan. El gobierno nacional se ha conformado con postergar la negociación para después de las elecciones, a sabiendas de que el pacto con el FMI implicará medidas “impopulares” como las mencionadas, con más que probables consecuencias sobre la orientación del voto.

Poco se habla de una reforma impositiva a fondo que grave ingresos y patrimonio de los más ricos. Por el contrario, cuando se proponen cambios tributarios, es por parte de los grandes empresarios, que siguen quejándose de los impuestos “asfixiantes” con la soberbia y el cinismo de los satisfechos. El ex presidente, del que después hablaremos, ha levantado esa bandera, al afirmar con desparpajo que para ganar dinero en Argentina el camino es evadir impuestos.

Quedan también en el limbo las respuestas serias para  los crecientes niveles de pobreza. Las monsergas sobre el “trabajo genuino” y los discursos acerca de la “vocación productiva” de Argentina, no alcanzan. Ya que se parte de la base de no tocar los grandes intereses. Los que son impulsores activos de los bajos salarios, la precarización y el desempleo. Que son las grandes fuentes del proceso de empobrecimiento que amplios sectores populares viven desde hace años. Y a la hora de la creación de empleo, siguen privilegiándose inversiones en modalidades extractivas, que conjugan la escasa generación de puestos de trabajo con el daño ambiental, otro ausente de las campañas.

No en vano una de las cuestiones que rondan los comentarios políticos y económicos es la de si estamos ante una crisis de similar gravedad a las de 2001 o el horizonte no sería tan negro como el del descalabro de hace dos décadas. Más allá de la comparación entre índices sociales negativos, grados de descontento y otros factores, lo innegable es que se está ante condiciones difíciles de tolerar. De hecho cabe la pregunta de si las elecciones de este año no podrían ser el preámbulo de un ciclo de movilizaciones de protesta, estimuladas por la falta de respuestas desde el poder para las carencias más urgentes.

Uno de los rasgos salientes de estas últimas semanas de campaña ha sido la reaparición pública de Mauricio Macri. Ensaya la impúdica defensa de su gobierno y descalifica cualquier atisbo “populista” de la gestión del Frente de Todos. Suele aducirse que su rol es “fidelizar” a los votantes más a la derecha de Juntos por el Cambio, que podrían inclinarse por Javier Milei o José Luis Espert, los representantes de una “antipolítica” de ultraderecha.

Desde la vereda de enfrente vuelven a elegir al ex mandatario como enemigo principal y dedican buena parte de sus intervenciones a hacer el inventario de los desastres acumulados en los cuatro años del macrismo. Lo certero de ese balance no quita que su constante invocación sirve para instalar una puja en torno al pasado, que nada le dice al votante acerca de las perspectivas del porvenir.

Mientras tanto, desde la coalición oficialista una candidata nos informa orgullosa sobre su elevado número de nietos y un postulante alardea de que milita desde los 13 años, como si la antigüedad en la acción política fuera por sí misma un mérito. Y en la oposición se hizo propaganda con el color de pelo del primer candidato bonaerense.

Ya hubo elecciones locales en Misiones, Jujuy, Salta y Corrientes. En todos esos distritos aumentaron la abstención y el voto en blanco o nulo. No se puede saber si eso se traducirá en una baja estrepitosa de los votos positivos en los comicios nacionales. De producirse, será un toque de atención adicional para la dirigencia política. También una muestra de hartazgo con la mencionada “grieta”, que sobreactúa una confrontación furibunda que apenas oculta algunos consensos en temas decisivos.

Tal vez sobre todo será una señal clara de la falta de alternativas que conciten la adhesión de la multitud de descontentos, a favor de políticas de transformación social profunda. El desafío de construirlas, en un escenario de muchas dificultades, quedará una vez más pendiente en este turno electoral.

Daniel Campione