Corsini, el “caballero cantor” en el recuerdo

Corsini, el “caballero cantor” en el recuerdo

5Oct21 0 Por Daniel Campione

Ignacio Corsini fue un gran vocalista del género criollo, hoy menos recordado que lo que se merece. El que escribe estas líneas tomó contacto con sus interpretaciones durante su infancia, lo que llevó a un compromiso emotivo con su música y su biografía.

El “descubrimiento”.

Tuve por primera vez noticia de la existencia del cantor a los 11 años. Por entonces mi abuelo materno se consolaba de su reciente viudez por medio de la música. Un tocadiscos adquirido hacía poco reproducía durante horas a decenas de long plays (vinílicos en formato grande, de 33 vueltas por minuto) que había comprado con el margen que le dejaba una jubilación no muy generosa. La mayoría de esas grabaciones eran de música “clásica”, lo que no obstaba a que entre Vivaldi, Bach, Mozart y Beethoven se colaran algunos exponentes de géneros populares.

Reunida la familia un domingo, mi abuelo me contó que había adquirido un disco con canciones que se referían a la época de Juan Manuel de Rosas. Yo ya era un entusiasta de la historia argentina y de los años de la “tiranía” en particular. Me empeñé en escuchar de inmediato aquella maravilla.La tapa del disco no prometía nada en especial. El título era para mí un misterio, Corsini interpreta a Blomberg y Maciel.

Lo importante fue que, apenas comenzada la escucha, mazorqueras y mazorqueros; una pulpera con amigos tanto federales como unitarios y hasta el mismo general Juan Lavalle, hicieron su aparición en la letra de las canciones. La única que me “sonaba” era La pulpera de Santa Lucía, cuyo estribillo entonaba a veces mi mamá, mientras lavaba los platos o planchaba. Allí también estaban La mazorquera de Montserrat, La guitarrera de San Nicolás, La canción de Amalia, La china de la mazorca, Los jazmines de San Ignacio, La bordadora de San Telmo…

Quedé cautivado por el tropel de imágenes decimonónicas. Ni recuerdo haber escuchado canciones incluidas en el disco que  no tenían a la época de Rosas como escenario. Así me pasaron inadvertidos por entonces temas de similar o mayor valor  que los antes mencionados,  como La viajera perdida o La que murió en París.

La novedad me llevó a las preguntas, y mi interrogatorio al gusto por las explicaciones detalladas de mi abuelo, y de mi papá, también presente. Me enteré en cuestión de minutos de que los apellidos consignados en la tapa del LP correspondían a  Héctor Pedro Blomberg, poeta y a Enrique Maciel, eximio guitarrista y compositor que encabezaba el acompañamiento del cantor. “Moreno” para más datos (nadie decía “afroargentino” o “afrodescendiente” en aquella época). A mi inquisitoria de porqué las canciones de Corsini sonaban más “suaves” que las de Carlos Gardel, me respondieron que parte de ese repertorio no era en rigor de tangos sino de valses.

Enrique Maciel | Discografía | Discogs
Enrique Maciel. Foto reproducida en el portal discogs.com

Ambos añadieron una aclaración de su cosecha: Que el cantor que acabábamos de escuchar era de la misma época de Don Carlos y que había muchxs por esos tiempos que lo ponían por encima del propio Gardel. Otras dos acotaciones se añadieron para ampliar el efecto: Que llegó a haber peleas entre los “hinchas” de uno y otro y que de lo que no cabía duda era de que las guitarras del intérprete de La pulpera…sonaban mejor que las del Morocho.

Ante tal exaltación del cantor para mí recién “descubierto” lancé una pregunta previsible: ¿Por qué entonces nadie se acordaba de Corsini y todo el mundo hablaba de Gardel? Me devolvieron como primera observación que el asunto no era tan tajante, aquel disco editado hacía muy poco, era una prueba.

Y otro comentario, más sugerente, fue aportado por mi padre. Ignacio había muerto ya anciano, hacía unos pocos años. Mientras que “la tragedia de Medellín” se había llevado al llamado “Zorzal” en su apogeo, eternizado a través de su voz en plenitud y su “pinta” espléndida, plasmadas además por el cine de Hollywood. La argumentación paterna me pareció llamativa. Sólo varios años después me enteraría de que la muerte joven y trágica es un componente que facilita mucho la construcción de “ídolos”. Cabe aclarar que estas observaciones no entrañaban ningún desdoro para la figura máxima del tango. Una foto colorida y de regular tamaño de Gardel, ataviado al estilo gauchesco, lucía en una pared de la casa.

Indagaciones posteriores.

Años después me fui anoticiando de otros rasgos de Corsini. Supe que nació en Sicilia, y había llegado a Argentina a los diez años con su familia adoptiva, huérfano de padre y madre. Comenzó su trayectoria artística influido por José Betinotti, llamado “el último payador”. Y no había sido rival encarnizado de Gardel sino amigo suyo.

Acerca de la popularidad de ambos y sus motivos, leí por allí que no eran pocos los que apreciaban que el hombre de Sicilia siguiera fiel  a lo “criollo”. En tanto que “Carlitos” internacionalizaba su repertorio, con inclusión hasta de una canzonetta napolitana. Innovación que despertó las iras del muy apreciado poeta y periodista que firmaba “Carlos de la Púa”.

Otra característica del público del nacido en Sicilia era el predominio de las “señoras”, atraídas por su modalidad alejada de los ademanes “arrabaleros”.  Y por su aspecto, que lo asociaba a un hombre “del centro” más que de  los suburbios. Esa prolija imagen no excluía el lunfardo, ya que Patotero sentimental había sido uno de sus grandes éxitos entre ese público femenino. El apodo con que se lo conoció, “El caballero cantor”, resulta elocuente en cuanto a las características que se le atribuían y  a los sentires de quienes le eran adictos.

Entre los estudiosos del tango las opiniones se dividen. Están los que consideran al “caballero” como exponente de un estilo superado, al que sólo se puede escuchar como ejercicio de nostalgia. En el costado opuesto, no faltan quienes lo ensalzan hasta el punto de incurrir en enojosas comparaciones con otros intérpretes.

A la distancia, continúa la atracción por ese cantor, que resulta más convincente cuando se refiere a tiempos pretéritos y recala en mitos de una época sin autos ni luz eléctrica. Allí están para demostrarlo, además de las ya nombradas, El adiós de Gabino Ezeiza, también de Blomberg y Maciel, y Betinotti, homenaje de Homero Manzi y Sebastián Piana al versificador que encandiló a Ignacio cuando era un adolescente.

Han pasado las décadas y es siempre un placer encontrarse con grabaciones de aquel “cantor criollo” que supo atraer multitudes con su voz.

Imagen principal: Foto de Ignacio Corsini, reproducida en buenosaires.gob.

Daniel Campione