Torquemada de la Inquisición al capital financiero

Torquemada de la Inquisición al capital financiero

21Oct21 0 Por Daniel Campione

El gran novelista español Benito Pérez Galdós le dedicó una serie de cuatro novelas a la vida de ficción de un personaje que aparece como emergente de la degradación económica, política y ética de España en los últimos años del siglo XIX. El autor ahonda no sólo en las peripecias de su vida sino en su particular psicología e incluso en su vínculo con la religión.

Benito Pérez Galdós.

Las novelas de Torquemada

Madrid. Cátedra, 2019. (Hay otras ediciones)

616 páginas.

Tomás de Torquemada fue un sacerdote dominico, que en tiempos de la reina Isabel la Católica tuvo protagonismo en la conformación de la Santa Inquisición, lanzada al exterminio de “moros” y judíos conversos al cristianismo que, fuera verdad o infundio, mantenían, en secreto, sus antiguas creencias. Quedó en la historia como un símbolo de la crueldad enmascarada en prejuicios religiosos.

De la sórdida avaricia a las alturas.

En estas novelas, publicadas entre 1891 y 1895, nos encontramos con Francisco Torquemada, avaro y usurero. Los nombres de los personajes de Galdós suelen tener un significado. En este caso, el protagonista es vinculado al inquisidor porque sus préstamos asfixiantes y sus alquileres elevados constituirían una “hoguera” para deudores, inquilinos y todos cuantos cayeran bajo su dominio.

En las novelas galdosianas los personajes suelen experimentar un descenso social, a veces llevado hasta la miseria desde posiciones de clase media y aún superiores. En el caso de este protagonista el recorrido es el inverso. El usurero se enriquece sin parar, desde sus modestos comienzos como prestamista de barrio, hasta convertirse en un zar de las finanzas tan sólo unos años después.

En la primera de la serie, Torquemada en la hoguera, el usurero vive en aparente condición de pobreza. Mientras exprime  a quienes le piden pequeños préstamos que al cabo sólo sirven para agravar sus respectivas miserias, y a  inquilinos de cuyos alquileres es un cobrador implacable.

En las otras tres; Torquemada en la cruz, Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro; se asiste a la elevación de don Francisco. Ésta se da en los términos del atrasado y deforme capitalismo español, propenso al surgimiento de distintas especies de “plantas parásitas”.

El gran despegue social se da cuando traba relación con tres hermanos, dos mujeres y un varón, apellidados Águila. Familia que blasona de sus antecedentes nobiliarios pero se ha visto reducida a la ruina más completa. Del contacto con ellos el prestamista obtendrá una esposa (la hermana menor) y algunos vínculos que contribuirán a ponerlo en carrera hacia la cima de la sociedad, valiéndose sobre todo de su gran destreza para los negocios.

El camino de subida es pintado por el novelista con singular maestría. Con minuciosidad  extrema, nos cuenta los cambios de Torquemada en todos los campos, desde la indumentaria hasta el paso de una vivienda modesta a una de gran lujo, al tiempo que reemplaza el diario caminar por un coche de caballos. Un capítulo particular lo constituyen las modificaciones en el lenguaje del antiguo usurero, al que Galdós sigue en la incorporación de formas cultas u otras que pretenden serlo y sólo denotan esnobismo o pretensiones de “modernidad”. En medio de una ignorancia profunda que asoma aquí y allá. Y por intermedio de los avatares lingüísticos experimentados por su protagonista, se muestra el escritor como un maestro del idioma.

La carrera del avaro se desenvuelve tanto en el plano económico como en el del prestigio social. Su matrimonio nobiliario lo lleva más tarde a un título de marqués. Y un amigo de la familia lo introduce en la política, para convertirlo en poco tiempo nada menos que en Senador del Reino.

La gran impulsora de esos cambios es Cruz, su cuñada, que logra dominarlo y llevarlo a incurrir en grandes gastos para sustentar toda la prosopopeya de su nuevo lugar en la sociedad, en grato  triunfo sobre quien hasta ese momento había sido un acendrado tacaño. La empeñosa cuñada lleva hasta el cenit una revancha de sus miserias pasadas, que tiene a Torquemada como instrumento.

Esa adquisición de título de nobleza y de dignidades políticas se realiza en concomitancia con el engrandecimiento económico. Torquemada va pasando de los negocios de poca monta a ser una estrella fulgurante del sórdido firmamento constituido por el peculiar capitalismo español. Recurre a las especulaciones de gran estilo con títulos públicos y acciones; a los contratos públicos logrados por sutiles o flagrantes maniobras de corrupción, a la obtención de concesiones y monopolios que le permitan hacer brillantes ganancias sin tener que afrontar competencia en el mercado.

LAS NOVELAS DE TORQUEMADA - Benito Pérez Galdós • Sin Tarima Libros
La tapa de la tetralogía en la edición que referenciamos.

Se muestra a lo largo de estas ficciones que, en la raquítica economía española, no hay lugar para “capitanes de industria” al estilo norteamericano ni alemán, sino para especuladores que nada quieren saber con el “libre mercado” y sí con la obtención de prebendas que habilitan al lucro desmedido con mínimo riesgo.

Aquí se acerca el autor a la verdad histórica. El muy real financista Juan March transitó en las primeras décadas del siglo XX de la humilde crianza de cerdos a poseer una de las mayores fortunas del país ibérico. Eso sin trabar relación alguna con emprendimientos  productivos ni con iniciativas honestas.

Genial pintura de la sociedad y del personaje

Uno de los campos en que mejor se desenvuelve Don Benito es en el análisis de las hipocresías y contradicciones en que incurren quienes arrostran un conflicto entre su situación económica real y sus ambiciones y deseos de aparentar. Tal entuerto atraviesa este ciclo novelístico, en el que el protagonista actúa como una locomotora que impulsa hacia arriba a su familia y a su círculo social más estrecho. Hasta llevarlos de la acentuada penuria a un nivel de riqueza ofensivo para el pobre país en que viven.

Todo se da en el contexto de la España pseudoliberal y nada democrática de la Restauración, pantano de decadencia en el que una nación empobrecida aparenta ser un imperio. Allí los beneficios fáciles de unos pocos conviven con la mayoritaria pobreza y el extendido analfabetismo. Males sociales que los pudientes no sólo sostienen sino que agravan en pos de ganancias desenfrenadas. De los restos coloniales del pretendido imperio se beneficia también el antiguo usurero, que lucra con negocios situados en Cuba o Filipinas.

La política de la Restauración es un juego de acomodos y de distribución de variados botines. Y en ese cuadro el sufragio popular es una burla, en el que se eligen “representantes” que a veces ni siquiera pisan el distrito por el cual se postulan.

Otro mérito que enaltece a estas novelas es el trazado de los personajes, y en particular el de Torquemada. Éste no es un “malvado” de cuento, desplegado en una única dimensión. Denota sentimientos, algunos de ellos muy fuertes. Ama a su primera esposa y a un hijo que tiene la desgracia de perder. Quiere a su manera a su joven segunda mujer. Padece sus desgracias y lo invaden sentimientos de culpa. Hombre sin fe, sus pérdidas afectivas lo llevan a una tortuosa conversión religiosa, consumada a partir de una compleja amistad con un sacerdote.

De paso, Pérez Galdós se explaya acerca del divorcio entre los sacerdotes de sincera religiosidad y una institución eclesiástica atenta más que nada a la acumulación de poder y a la hipócrita prédica de virtudes que no practica.

El escritor canario despliega en esta tetralogía su gran predisposición a la crítica social y a la impugnación ética. Se ha dicho de Honorato de Balzac que en sus obras de ficción se puede aprender más de la sociedad francesa que en vastos tratados históricos o sociológicos. Otro tanto puede afirmarse de los libros de Galdós para el ámbito hispano. Su mirada recorre toda la estructura social, desde la corte que rodea al monarca hasta los que mendigan su sustento en la calle. Siempre con una penetración y un cultivo del detalle difíciles de encontrar.

El ciclo de Torquemada, al que algunos no consideran entre lo mejor de su producción, constituye sin embargo una muy ajustada pintura de los usos sociales, de la economía y la política, en torno a una figura que lleva a quien lee desde el atractivo a la repulsión. Todo sobre el escenario madrileño, la “villa y corte” que constituía un compendio de las malformaciones de la sociedad ibérica. Su lectura, a bastante más de un siglo de haber sido escrito, proporciona aún deleite. Disfrute que se potencia si el lector tiene vínculos intelectuales y afectivos con aquello que el magistral hispanista británico Gerald Brennan denominó “el laberinto español”.

Imagen principal: Benito Pérez Galdós.

Daniel Campione