Tiempos “fundacionales”
10Nov21La Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas (FISyP), creada hacía poco ocupaba un bello y cómodo edificio sobre la calle Piedras, entre Brasil y Caseros, cerca del centro de Buenos Aires. Corrían los últimos años de la década de 1980 y el barrio de Constitución todavía no padecía la fama de peligroso que ostentaría en tiempos más recientes.
Aires de libertad y cambio
La dictadura se había retirado hacía unos años. Sin embargo la actividad política libre, sin censuras ni clandestinidades, conservaba cierto encanto de novedad. Las “fundaciones” eran casi una moda. Diversos partidos o tendencias tenían las suyas. Recuerdo entre otras la Fundación por el Cambio en Democracia, estrechamente ligada al gobierno de entonces.
Aquellos años eran de cambios sensibles para todos quienes teníamos algo que ver con el socialismo y el comunismo. La Unión Soviética transitaba lo que se dio en promover como un radical proceso de cambio. De rumbo incierto, la perestroika incluía desde una reivindicación reticente de Leon Trotsky a la más entusiasta de Nikolai Bujarin. Algunas políticas del estado soviético parecían apuntar a una recuperación de los dañados ideales socialistas; otras asumían rasgos compatibles con una futura restauración del capitalismo.
Los esperanzados partidarios de esas transformaciones en nuestro país lo eran por diferentes razones. Había quienes veían en ella la legitimación de su propia y algo subrepticia deriva, hacia las más plácidas aguas de la socialdemocracia. No escaseaban los que la apoyaban llevados más que nada por su compulsión a respaldar todo lo que proviniera de la URSS, práctica en la que algunos llevaban décadas de empeño. También eran muchos los que la veían como el retardado y definitivo ocaso del estalinismo.
Las críticas eran variadas y asimismo incompatibles entre sí. Destacaban las que tenían que ver con el llamado “nuevo pensamiento”, que no pocos percibían como un desembozado abandono de la visión marxista y el embrión de una capitulación ante Estados Unidos. Otrxs temían sobre todo el ocaso del predominio burocrático que los había cobijado mucho tiempo. Y no faltaba quienes fruncían las cejas por los ataques “excesivos” a la figura de José Stalin a la que, por lo bajo, aún reverenciaban.
En nuestras latitudes la situación resultaba también novedosa y compleja. Hacía muy poco que había ocurrido algo que generaba perplejidades. El Partido Comunista hizo un frente con la principal fuerza del trotskismo argentino, el ascendente Movimiento al Socialismo, con vistas a las elecciones legislativas de 1985. No faltó el analista que consideró tal alianza como un caso único en el mundo. Es difícil de comprobar si la excepcionalidad era tal. Lo que estaba claro es que tal entendimiento salía de lo usual, aquí y en otras partes.
Al poco tiempo sobrevino el XVIº Congreso del Partido Comunista. Allí se criticó el apoyo a la candidatura de Ítalo Luder en 1983, y más atrás la por lo menos ambigua actitud frente a la dictadura iniciada en 1976, y más allá la política seguida frente a la lucha armada surgida en los últimos años sesenta y antes de eso… No era raro asistir a discusiones sobre sucesos ocurridos en la década de 1920. De resultas de esas revisiones, se vio desplazada gran parte de una dirigencia antes “intocable” y hasta objeto de cierto culto.
Tiempo de tempestades
La Fundación estaba atravesada por esos vientos y se desenvolvía en una atmósfera inquieta, con momentos de convulsión.
Lo cierto es que las discusiones que se desenvolvían dentro y fuera de sus paredes le resultaban atractivas a muchos. Eran varios los militantes e intelectuales, de diversas tendencias dentro de la izquierda que concurrían a la FISyP y hasta trabajaban en su interior. Sin pertenecer al Partido Comunista e incluso con orígenes políticos muy alejados de aquél. Había quien procedía del PRT, alguno que otro venía de Montoneros. Los hubo que concurrían en conjunto; tenían relieve, por ejemplo, un grupo de cuadros de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), una pequeña organización que había sido guerrillera y cuyos miembros supérstites se acercaban al proceso del PC, al que como mínimo consideraban “interesante”.
Acudían estudiosos de variadas disciplinas, desde la economía a la ciencia política, sin desdeñar la filosofía, entre otras. El que escribe estas líneas recuerda un par de periodistas cuyos escritos eran muy difundidos por entonces, que se volcaban a los debates de la Fundación. A veces escribían acerca de ellos, a menudo sin mencionar la fuente de sus inquietudes. No faltaba el trotskista de toda la vida que se permitía vivir la antes insólita experiencia de hablar ante un auditorio de mayoría “estalinista”.
Un rasgo, en parte saludable, era que se brindaba poca atención a galardones académicos y especialidades. No faltaba el médico psiquiatra que realizaba investigaciones económicas ni el músico y autodidacta que se internaba en indagaciones sobre filosofía.
Momentos tempestuosos solían vivirse cuando disertaban o debatían en la sede de la calle Piedras investigadores soviéticos de temporario paso por nuestro país. Sus respectivas posiciones suscitaban desde aprobaciones ardorosas hasta furibundos rechazos. Lo mismo ocurría con los que provenían de distintos países de América Latina. ¿Revolución democrática? ¿Socialismo? ¿Liberación nacional y social?
Las discusiones no eran menores cuando sólo participábamos argentinos. En el campo de la teoría el terceto “Marx, Engels, Lenin” en general no era cuestionado. La controversia aparecía acerca de cómo enriquecerlo. Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, el mencionado Bujarin, hasta Trotsky eran reivindicados por unos u otros. El debate continuaba con autores más recientes, incluidos lxs representantes de la teoría de la dependencia y toda una pléyade de heterodoxos, franceses o italianos en su mayoría. Algunxs aún vivían y escribían, otrxs mantenían vigencia desde un pasado reciente.
Dificultades enormes, esperanzas renovadas
Con el paso del tiempo, las circunstancias de la Fisyp y su entorno nacional y mundial se tornaban más difíciles, tanto en materia intelectual como en el campo político. El reformismo vacilante del gobierno de Raúl Alfonsín dio paso a las generalizadas privatizaciones y desregulaciones de la presidencia de Carlos Menem. Y las manifestaciones de resistencia obrera fueron más débiles o menos eficaces de lo que esperábamos. Profusas lecturas y sesudos análisis acerca de las perspectivas transformadoras del peronismo se hacían añicos. Los que mantenían una mirada reticente al respecto vieron con cierta amargura algo que superaba sus peores previsiones.
Las políticas de alianzas se revisaban una y otra vez. Los debates en torno a la relación entre movimiento obrero y peronismo y la perspectiva de la izquierda “en la clase” se hicieron aún más agudos.
En el terreno internacional la irrupción de lo inesperado fue incluso más poderosa. Los asombros se sucedían a un ritmo de vértido. Hoy la oposición ganaba las elecciones en Polonia, al poco tiempo en Alemania caía el “Muro”, acontecimiento de un simbolismo abrumador. Y a fines de 1991 se disuelve la Unión Soviética. Estupefacción para los que todavía confiaban en “el socialismo real”. Desconcierto que se extendía hacia los que, críticos desde siempre del “campo socialista”, veían frustradas sus esperanzas de asistir a una “segunda revolución”, a un derrumbe de las burocracias bajo el empuje de masas radicalizadas.
Si la mirada rumbeaba hacia nuestro continente, los motivos de desazón eran también fuertes. Los sandinistas eran desplazados del poder por vía de elecciones, por fuera de cualquier previsión. Y la revolución cubana vivía momentos críticos, en el inicio del “período especial”.
Por las mismas épocas luchas internas de virulencia creciente atravesaban al comunismo argentino. Además de las consabidas divisiones, muchxs militantes abandonaban sus empeños; se iban a la casa, como suele decirse. El desmantelamiento de muchas de sus certezas unido a los enfrentamientos incluso en el seno de la dirigencia partidaria sumaban perplejidades casi insoportables. El resultado para la FISyP, previsible y tal vez inevitable, era que las discusiones se agriaban y la concurrencia comenzaba a mermar.
Cursos y mesas redondas que solían atraer a decenas de participantes empezaron a recibir la atención sólo de pequeños grupos. Los recursos que sustentaban a la costosa sede parecían volverse escasos.
Con todo, el ansia de transformar al mundo y al país y la sed de indagar el rumbo para hacerlo seguían vivos en muchxs. Pese a eso la Fundación terminó dejando su sede y muchos de sus partícipes se dispersaron. Quedaron vínculos destinados a perdurar durante décadas. También otros que se interrumpieron, llevados por el cambio de preferencias políticas e incluso por alguna muerte prematura.
Buena parte de los que se consideraban revolucionarios, anticapitalistas, socialistas, siguieron asumiéndose como tales, agregando nuevos intereses como la problemática ambiental, la de género, las de etnia y raza. Leyendo e investigando sin parar sobre viejas y nuevas cuestiones. Las dudas interminables no disgregaban a unas convicciones firmes, aunque a veces costara sostenerlas.
Entre ellos un núcleo siguió identificándose hasta hoy con esa creación tan típica de los años 80 que fue la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas. Eso merecería otro relato.
Aquella década de 1980 con oscuridades que podían resultar abrumadoras y momentos luminosos se había deslizado hacia rumbos impensables para casi todxs. Los antiguos desafíos seguían en pie. Se habían agregado otrxs, aún más grandes, algunos insospechados hasta hacía poco…Sólo se trataba de vivir, y de pensar, y de escribir…
Daniel Campione