Mirian, Papini…y algo mas
10Nov21Fue la suerte que me puso en el camino del italiano, porque si no, hubiera terminado destrozado en las manos de la criatura. Mirian me dijo que el libro no le importaba, la lectura no era su fuerte y si quería yo, me quedara con él.

Busqué a Giovanni Papini entre mis cosas. Lo encontré; el que busca siempre encuentra, no lo olvides. Luego, poniéndolo bajo el brazo salí al patio de casa. En la sombra, de una de las moreras, acomodé una silla y me senté a releer algunos cuentos del italiano que más me gustaron. Lo tengo hace una pila de años, desde el inquilinato de la
Avenida Corrientes, entre Azcuénaga y Pasteur, allá, en la Capital.
El libro es de tapa dura, negro, bien encuadernado, con tres títulos:
“Lo trágico cotidiano”.
“El piloto ciego”
“Palabra y sangre”.
Uno de los diarios de mayor tirada en la Argentina, lo mandó con el periódico. Su compra era opcional, por supuesto. Con unos cuantos mango más te lo llevabas.
“Bien, esa” (diría con su modismo, el compadrito Tello) Hicieron una gran jugada para poner en manos de los lectores a un autor genialísimo.
Como frutillita del postre:
“el libro formaba parte de la biblioteca personal de Jorge Luis Borges”, y era quien recomendaba leerlo.
“Qué tal”.
“Qué me Contursi”.
No conocí al que lo compró.
Cuando yo llegué al inquilinato él, ya se había marchado de ahí, dejando a abandonado a Miriam (la santiagueña) y a su propio hijo que tendría tres o cuatro años.
Un sábado a la mañana, salía de mi cuarto (compartido) con ropa para lavar y, casi me llevo puesto a la criatura. Se había cruzado para alzar el libro. Inocente, jugaba lanzándolo como cualquier cosa, como cualquier juguete.
Hasta ahí, en mis diecinueve o veinte años (más vale tarde que nunca) solo había leído a Jorge Asís con su “Flores robadas en los jardines de Quilmes” que también apareció en una tirada de los diarios Porteños, y “La historia de mis experimentos con la verdad” del gran Mahatma Gandhi que mi viejo encontró en la ex-terminal de la Ciudad de Tucumán.
Volví a la habitación, tiré la ropa en mi cama, busqué unas golosinas y digamos que transé por el libro.
Ese día después de lavar toda mi mugre, hablé con Miriam y le conté la verdad para que no vaya a mal pensar.
Fue la suerte que me puso en el camino del italiano, porque si no, hubiera terminado destrozado en las manos de la criatura. Mirian me dijo que el libro no le importaba, la lectura no era su fuerte y si quería yo, me quedara con él.
Pobre chica. Cuando se fue del inquilinato al tiempo, me abrazó y llorando me confesó que se marchaba a lo de una amiga en la provincia porque no podía pagar más el alquiler. Ella ocupaba una habitación sola, y así era más pesado el precio a pagar. Saqué unos pesos que tenía en el bolsillo y se los di. No me quería recibir, pero yo insistí. La ayudé con sus cosas. En la Avenida estuve acompañándola hasta que apareció una camioneta donde cargamos todo y se marchó. Nunca más supe de ella ni de su hijito tampoco…
Panini – Acheral – Tucumán