Un bar apellidado “Suárez”

Un bar apellidado “Suárez”

3Dic21 0 Por Daniel Campione

En el centro de Buenos Aires, allá por mediados de la década de 1980, tres bares llevaban ese nombre. Uno situado en la esquina de Corrientes y Maipú, otro en Lavalle y Esmeralda y por último el que estaba ubicado en la intersección de Callao y Rivadavia, frente al Congreso Nacional.

Hoy el de Corrientes y el de Rivadavia son historia. Siguen siendo locales gastronómicos; de los anteriores no conservan ni la denominación. El de Lavalle, en cambio, mantiene el nombre. Pero ha sido objeto de una remodelación tan completa que borró las señales del paso del tiempo. Eran bares viejos, reunían gente de diversas generaciones y hasta a algunos personajes ilustres.

En el que estaba en Corrientes y Maipú solía sentarse Luca Prodan, a menudo en compañía de otros integrantes de Sumo, grupo situado en la cúspide del “rock nacional” de la época.

En el de la zona de Congreso, el retorno al régimen constitucional había atraído a un variopinto conjunto de diputados, asesores legislativos, periodistas parlamentarios, visitantes de alguna sesión, etc.

Madrugadas en Callao y Rivadavia

Quien esto escribe se sentó más de una vez en el de Lavalle y asimismo en el de Corrientes, sin llegar a ser un cliente habitual de ninguno de ambos. Sí visitó con frecuencia el de Callao y Rivadavia, en particular durante algunos meses “a caballo” entre 1985 y 1986.

Durante el tiempo mencionado anduve por allí no menos de dos veces por semana. Una amiga, que algo después se convirtió en novia, vivía en Avellaneda. No era en la zona más céntrica de ese municipio. Salíamos de noche con suma frecuencia. Las reglas básicas de la “caballerosidad” imponían al varón acompañar a la mujer hasta su casa, en particular si el regreso ocurría ya de madrugada. Nuestro empuje juvenil (el de ambos) hacían que ése fuera casi siempre el horario de la vuelta

El punto de partida solía ser el centro de Buenos Aires, un rato de viaje, con un solo colectivo. La cuestión variaba al regreso. Yo vivía por entonces en Villa Crespo. Desde la “provincia” la misma  línea de colectivos me depositaba en Congreso a cualquier altura de la noche. En cambio, la que proporcionaba el “empalme” con el  barrio de residencia de este cronista no corría de madrugada, retomaba actividad recién alrededor de las 6 de la mañana.

La salida nocturna terminaba alrededor de las cuatro, con regreso a Congreso incluido. Quedaban un par de horas de forzoso “hacer tiempo”. De los bares y confiterías de la zona el Suárez ofrecía varias ventajas: Estaba abierto toda la noche, y  no existía “acoso” para consumir todo el tiempo, lo que sí ocurría en otros sitios. Y si bien no había nada para el recuerdo en la decoración, era lo suficientemente “antiguo” como para hacerlo más atractivo que los “modernosos”, a los que detestábamos con un entusiasmo digno de mejor causa.

Un pequeño detalle que contribuía a que el bar me fuera grato era que, casualidad o no, el azúcar para acompañar el café venía en unos sobres con los colores de la bandera de la IIª República Española.

En el Suárez, al menos a esas avanzadas horas, se podía permanece un largo rato sin otro consumo que un café chico. En noches frías sin embargo se imponía un “agregado” más reconfortante. El whisky nos suscitaba rechazo, el cognac sólo parecía apto para agregarle gotas al café y eso muy cada tanto. Se imponía la ginebra, trago criollo por excelencia y de graduación alcohólica suficiente para alejar el frío, y hasta la melancolía.

Era en ese terreno de la bebida que el bar sobre la avenida Rivadavia pasaba con éxito la “prueba de fuego”. Si había algo desagradable era que en muchos establecimientos la ginebra era servida en un vaso parecido a los usados para el scotch. El contratiempo era mayor si, sin previo aviso, le agregaban un par de cubitos de hielo.

En Callao y Rivadavia no adolecían de esas malas costumbres. La bebida transparente era servida en unas pequeñas copas ad hoc, colocadas sobre  un diminuto platito metálico. Y los mozos la servían con “yapa”, al rebasar la copa y colmar el reducido espacio del plato con el líquido. Que por supuesto era volcado después en la copita y consumido por el beneficiado.

El ritual clásico de la bebida era cubierto en todos sus pasos, salvo el último, a mi cargo, que hubiese sido beberla de un trago y hacer “fondo blanco”, al mejor estilo (real o mítico) de las antiguas pulperías de la pampa. Mi relativa mesura en el consumo alcohólico no me calificaba para esa pequeña hazaña. Solía contentarme con pequeños sorbos que de paso permitían hacerla durar.

El otro ingrediente indispensable para esa pernocte desvelado era el diario de la mañana. A esas horas,  Clarín, ya estaba impreso y distribuido en los kioskos del centro. Mi habitual escasez de efectivo no solía llegar al extremo de no tener para comprar el diario, además del gasto necesario para el café y en su caso la ginebra.

Por las dudas no andaba nunca sin un libro (a veces dos y hasta tres) para el caso de que algún inopinado retraso de la aparición del diario u otra contingencia me privara del medio de información matinal.

Cuando estaba el diario, apuraba su lectura, ávido de acceder a cualquier ramo de la información, salvo la deportiva, que a esa altura ya me interesaba poco. En ese momento la prensa diaria, algún semanario y ciertos programas de Radio Belgrano eran los que me mantenían más conectado con la actualidad política. Los acontecimientos se sucedían, con especial interés puesto en los juicios contra los verdugos de la última dictadura, acompañados por la posibilidad de que se dictaran leyes de impunidad. Y los temores de que hubiera un pronunciamiento militar, lo que se materializaría con los “carapintadas” no tanto después.

Adiós a la Fede (Y al “Suárez”)

Yo había dejado hacía poco la militancia activa en la Fede y ya no contaba con los muy frecuentes “informes” emitidos por la dirección partidaria. Y tampoco conseguía algunos periódicos que no se vendían en los kioskos.

Mi alejamiento de la militancia no había tenido que ver con diferencias estratégicas ni disquisiciones teóricas. El antecedente inmediato fue una reyerta interna entre la militancia de la Facultad de Derecho. Hacía tiempo que yo no revistaba allí sino en la “Comisión Nacional Universitaria”, el organismo que supervisaba a ese ámbito en de todo el país. Además, estaba al borde de terminar la carrera e iba poco por la facultad. Hubiera podido mantenerme al margen del conflicto.

Mi mala relación con cualquier forma de prudencia me impulsó a involucrarme en el debate. Y mi inveterada vocación por enfrentar a los “oficialismos” me puso de parte del bando “rebelde”. El que cuestionaba a la “dirección” que regía la actividad partidaria en el edificio de la avenida Figueroa Alcorta. El resultado, previsible, fue que los “insurgentes” perdieron. Desentrañada mi participación en el choque, mi pertenencia a la “comisión nacional” quedó sin efecto y el orgullo ofendido  me llevó a autoexcluirme de la organización.

De paso,  irse del Partido Comunista más o menos “peleado” podía ser casi un sello de prestigio ante lxs militantes de otras fuerzas de izquierda. Y proporcionaba más libertad a la hora de hablar con pretendida sapiencia de algunxs heterodoxxs de la tradición marxista . A los que había comenzado a leer o estaba en trance de hacerlo.

Eran momentos de convulsión al interior del partido. Como ya he escrito alguna vez aquí mismo, la alianza con  la principal fuerza del trotskismo de entonces, el Movimiento al Socialismo, había sacudido todas las nociones preadquiridas. Hasta los analistas políticos de los medios masivos se manifestaban asombrados. Ya se olía el “viraje” del XVI Congreso. Y los cambios en la dirección partidaria que apartarían a gran parte de la generación más veterana para encumbrar a otra en la que varios los que no habían cumplido los cuarenta años.

Yo seguí  yendo a los actos del “Frente del Pueblo” y mantenía relación con algunos de los por entonces ex compañerxs, pero en un rol más bien de espectador interesado que de partícipe activo. Pasaría un tiempo hasta que me reintegré vía la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, ya en otro rol, a lo que también me he referido por acá.

Con mi novia los caminos políticos iban en sentido casi inverso. Ella se había afiliado hacía poco y comenzaba a militar. El flamante compromiso suyo hacía contraste con mi escepticismo. Que se alimentaba con críticas a la URSS y algunas otras objeciones “de fondo”. Pero tuvo más que ver con mi “vuelta al llano”, todavía mal digerida. Los comentarios en torno a centros de estudiantes, elecciones y actividades en el local llamado “Casa Universitaria” eran para mí “agua pasada” como dicen los españolxs.

Algo más tarde de lo que vengo relatando, sobrevinieron cambios de domicilio y mis madrugadas en el “Suárez” se hicieron parte del recuerdo. Seguí concurriendo cada tanto a ese bar, pero ya en horarios más convencionales.

Se me agregaban nuevas preocupaciones, como la de encontrar un trabajo más estable y con mejor remuneración. Los empleos poco duraderos y en “negro”, sin horarios ni jefes inmediatos, que habían sido mi medio de sustento principal en toda mi época de estudiante, requerían un reemplazo más “serio”. Y con cierta urgencia.

Los “madrugones” quedaron relegados al fin de semana. Y hasta a veces cometíamos la herejía de irnos a dormir más o menos temprano, incluso un sábado a la noche. El interés por la política seguía vigente, con modalidades modificadas pero duraderas. En parte se proyectaba hacia el pasado y la historia política argentina del siglo XX era objeto de mis lecturas, con apasionamiento creciente.

Mis empeños iban en dirección a rastrear en el pretérito cercano los males que aún habitaban en nuestra sociedad. Empezaba a ser claro que la democracia no siempre permitía comer ni educarse, al contrario de los famosos dichos del entonces presidente Raúl Alfonsín. Lo que no sabíamos todavía era que lo peor para el nivel de vida y las condiciones de trabajo de la mayoría de lxs argentinxs estaba aún por venir.

Foto tomada del blog “Sobrecitos de azúcar” sobrecitosdeazucar.blogspot.com

Daniel Campione