Impacto de la migración venezolana en los países y progresismos latinoamericanos: Sin correcciones políticas

Impacto de la migración venezolana en los países y progresismos latinoamericanos: Sin correcciones políticas

29Dic21 0 Por Jhosman Barbosa

Hablar con ‘corrección política’, acerca de la migración en el contexto de los derechos contemplados por la Organización Internacional de las Migraciones OIM, ha implicado una victimización constante del actor migrante que deja de lado las obligaciones de los Estados-Nación respecto a sus ciudadanos. La migración y particularmente la venezolana, tiene un impacto preocupante como instrumento de desestabilización regional por parte de EE.UU. y las élites abyectas regionales respecto a los progresismos latinoamericanos. 

Palabras #:  Migración venezolana, guerra híbrida, EE.UU., desestabilización, corrección política, progresismos latinoamericanos.

Contexto 

La migración es un hecho de vieja data y de reconocido apoyo internacional en el marco ONU-OIM. Es importante señalar para el autómata políticamente correcto (political correctness o politically correct) que este artículo no tiene animadversión por la migración y tenerla negaría la esencia de la mezcla humana, la diversidad y el cosmopolitismo per sé. La reflexión planteada en sí misma es un acto de valentía pues vivimos en una sociedad que se adhiere a una barra brava, un partido político, un regionalismo o un dogma a ultranza para llenar de sentido su existencia. Pero hay que decirlo: pensar objetiva y subjetivamente la amenazas que implica la migración NO constituye un acto de xenofobia, de odio al extranjero.

América Latina y el Caribe gozan de una larga tradición migrante intrarregional desde al menos el siglo XVII ligada a compañías de trata de mano de obra y más fuertemente desde el siglo XIX es un tipo de migración por subsistencia en busca de oportunidades movidas a partir de booms mineros o comerciales que tienen como consecuencia el asentamiento y la mezcla de esas diásporas con las nativas. 

Las causas de las migraciones, luego de configurados los Estados-Nación, tienen que ver con la promesa incumplida del progreso y del desarrollo en el marco de una colaboración inexistente entre los denominados centros y periferias. Estas políticas de explotación y guerra a los bordes de los países centrales se agudizan a tal punto que, como si fuera una venganza de la dinámica expoliadora, los desposeídos viajan hacia los centros a buscar lo que éstos les negaron en sus propios países. El desarrollo de calidad de vida en el capitalismo siempre se logra a costas de otros y esta es una premisa del libre mercado y del proteccionismo más recalcitrante.

Pero centrándonos en el siglo XXI, hay dos migraciones en la región latinoamericana que han ido tomando acento grave desde hace al menos diez años: la centroamericana y la venezolana. Las razones de la primera, se fundamentan en un largo deterioro de la calidad de vida a causa de la violencia y pobreza suscitada tanto por el narcotráfico, las bandas criminales, la corrupción y las falsas o débiles políticas de mitigación efectuadas por quien es el primer receptor de toda esta miseria: Estados Unidos de América. La segunda, si bien inició con el proceso bolivariano hacia 2003 se agudizó desde 2013 – 2015 con la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez, la baja vertiginosa de los precios del petróleo y la batería de sanciones estadounidenses, tema revisado por Nizar El Fakih del BID.

Impactos actuales de la migración 

Aunque las dos migraciones señaladas buscan mejorar sus condiciones materiales, hay una diferencia que se da en principio: la centroamericana no huye de un modelo de tipo progresista mientras la venezolana sí. Está claro que las condiciones objetivas son las mismas, pero sería una simpleza no reconocer los acentos de cada una, en tanto los migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala salvo la migración nicaragüense, no expresan un rasgo anti-progresista, que suele mal leerse como socialista o comunista. Es decir, salen de sus países a contar las desgracias del capitalismo y la violencia engendrada por éste en cabeza de EE.UU. desde la guerra al comunismo dada en los 70’s y 80’s. De hecho, estos migrantes que se suman con venezolanos que buscan llegar a EE.UU. han provocado desmanes y desafían a la población mexicana, como si el derecho a la migración implicara una obligación del ciudadano de a pie, desempleado y precarizado. Es decir, los centros hegemónicos explotan a las periferias y además externalizan los costos en la clase trabajadora básicamente informal de éstas.

La migración venezolana, que bebió bastante y bien del Estado de Bienestar impulsado en la época dorada de la Revolución bolivariana ligada a precios altos del petróleo y cero sanciones, ahora se manifiesta anti chavista, anti progresista y marcadamente anti comunista. Esta última noción es un mantra de su trauma espetado sin sentido porque en Venezuela no hubo ni hay socialismo ni del siglo XXI como lo señaló H. Dieterich ni comunismo. En las calles, redes sociales gente del común y propagandistas neoliberales de Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Argentina incluso en EE.UU se aprecian venezolanos hablar con violencia y determinación sobre los políticos de su país –nunca contra Juan Guaidó que tiene las reservas de oro cooptadas por Reino Unido y ha desfalcado las donaciones– burlándose además de sus anfitriones en cada país que arriban. Segura y próximamente en Brasil contra Lula D’ Silva dirán a los brasileños que no dejen que su país se convierta en una Venezuela. Lo mismo pasará en Colombia tal como ya pasó en las elecciones presidenciales de 2018, en contra del progresismo de Gustavo Petro, cuando Leopoldo López, líder ultra derechista le desprestigiaba e incluso acusaron a Petro de pagarle a venezolanos para matar a jóvenes del paro en mayo de 2021.

De la necesidad de migrar a la instrumentalización a favor de la desestabilización

Seguro hay centroamericanos y venezolanos que sólo quieren vivir en paz. Habrá los trabajadores y también los que sean víctimas de atropellos reducidos por la corrección política a ataques xenófobos. También abundan videos y declaraciones en redes en este sentido y YouTube es un escenario de odio recíproco entre migrantes y anfitriones. Pero el hecho sustancial es que ya sea por iniciativa propia del migrante o por manipulación financiada por órganos como USAID u Open Society, los migrantes juegan un papel desestabilizador en dos sentidos: i) por un lado es innegable que economías informales como las latinoamericanas, ven una competencia que supera toda voluntad de solidaridad con el migrante que tiende a volverse estacionario y sin embargo, se ha tendido la mano cediendo oportunidad laboral en esta propia economía. Además de esto una participación del presupuesto anual dedicado a salud y educación, para poner sólo dos ejemplos, atiende la demanda adicional que propician las migraciones; vea el caso colombiano, con análisis solicitado por Banco Mundial. ii) por otro lado al migrante le importa poco lo que pasa con el país que lo recibe. Pensar lo contrario es caer de nuevo en correcciones políticas. Entre los mismos países no hay sentido de pertenencia por las ciudades a donde se marcha en busca de oportunidad, de donde emana la frase: ciudades de todos y de nadie. Esto es una verdad sociológica y psicológica de a puño del desarrollo regional.

En el caso Mexicano, en su frontera sur se ha vivido desde el inicio de la presidencia de López Obrador, la organización de caravanas de migrantes y México en el marco de su corte latinoamericanista y progresista ha creado políticas especiales para migrantes y ha planteado acertadamente a EE.UU. un trabajo conjunto para reducir las causas estructurales de tal migración encaminada hacia el American Dream, ya en decadencia. La respuesta de la presidencia de Donald Trump fue amenazar con aumentar los aranceles si México no solucionaba el problema migratorio; hecho que devino en la reubicación de la guardia nacional mexicana en la frontera sur con Guatemala, lo que evidentemente dejaba y deja libre la persecución y el control del tráfico de drogas y personas en la frontera norte. Por otra parte, el orden y la estructura de las caravanas migrantes desde Centroamérica, son un hecho sin parangón; no clandestino sino abierto pero que ha devenido en exigencias como ya se dijo, a la propia población mexicana. 

Por su parte en Chile, un venezolano ultra derechista ha amenazado al presidente electo Gabriel Boric, con movilizar a los migrantes venezolanos que allí residen, si decide invitar a su posesión a Nicolás Maduro Moros, reconocido por los países de Naciones Unidas como Presidente legítimo de Venezuela –no es Guaidó- aduciendo en tal invitación una ‘falta de respeto a sus compatriotas venezolanos’. Luis Andrés Luces Armado, así se llama este personaje, ya ha sido acusado de intentar patentar el nombre de la agrupación como marca en el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI). Se le señala de anti LGBTI y anti judío, siendo reconocido amigo del contendiente de Boric, el ultra derechista José Antonio Kast. 

¿Qué decir? El punto clave es comprender cómo debe dimensionarse la dicotomía entre el derecho legítimo a la migración y las alevosías que con base en tal derecho tienen algunos migrantes y la necesidad de regularlos y sancionarlos pese a la misma sociedad latinoamericana rezandera y apalancada en su mantra políticamente correcto de total respeto a quien no respeta. De hecho, los mismos políticos de izquierda o derecha siempre acatan la corrección política. No hacerlo los pone en el escarnio público y les lleva a invocar un universalismo impracticable a nivel del erario público de sus Estados. Pero así se comporta la élite política de izquierda y derecha latinoamericana, así como su pálida intelectualidad: piden sacrificios abajo. La socialización de la pobreza, la solidaridad y tolerancia de una sociedad sumida en la informalidad mientras ellos en sus nichos no socializan nada y no ven amenazadas sus plazas laborales. Sólo socializan su  discurso, endilgando además una gratitud que deben, por ejemplo, los colombianos por ser un país de migrantes hacia Venezuela en los 70’s. Esto es no saber nada de ciclos ni contextos. La Colombia actual no es la Venezuela de aquella época; boyante, petrolera y de moneda fuerte. 

Síntomas de la desestabilización: algunas inferencias

Generalmente un país sin mínima modernización, en donde sus empleos se ubican por fuera del medio o alto valor agregado, se limita a economías precarias de subsistencia que devienen en economías informales crónicas, como ya se vio. Esto implica que históricamente se produzca migración hacia los centros de desarrollo subregional o global y cuando sucede entre regiones subdesarrolladas acrecienta las desigualdades del país receptor. A lo que se suma la falta de experiencia política y doctrina migratoria de los países no habitualmente receptores, así como una desatada hostilidad ante el desuso cotidiano y cultural de lidiar con extranjeros -como los anfitriones de la región latinoamericana- o ser un extranjero en calidad de mano de obra en competencia con los nativos del país receptor, –caso del venezolano-. 

A esto se añade la actual crisis de las élites ultra conservadoras globales y de la región, expresión de la propia decadencia de la hegemonía estadounidense. Esto las torna más violentas, totalitarias y dispuestas a asumir todas las formas de lucha de clases, incluyendo la campaña coordinada en redes sociales y entre grupos políticos como la visita de Vox de España a México al Partido Acción Nacional PAN, o la puesta en marcha de un grupo de influencers denominado “libertarios” que se coordina entre Colombia, Chile, Argentina, México y Guatemala entre otros.

Las élites derechistas reaccionaron al boom progresista gestado entre 1999 y 2014 en la región latinoamericana y caribeña, con golpes de Estado como el propiciado a Manuel Celaya en Honduras o el dado en Bolivia a Evo Morales, la traición de Lenin Moreno al proceso correísta en Ecuador, el impeachment a Dilma Rousseff en Brasil, con juicio político a Lula y con la persecución hasta hoy por la declaración del presidente Pedro Castillo de Perú como partidario de ideas de izquierda. También aprovecharon los errores y el descrédito de la izquierda en El Salvador, Guatemala, Panamá, Uruguay y Paraguay. Todos estos fenómenos en coordinación con el Secretario de Estado estadounidense que aún reconoce a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y que también en su momento reconociera a la golpista Yani Añez de Bolivia. ¿Será extraña o disparatada la hipótesis aquí desarrollada del uso de la migración de tinte más político de la región, la venezolana, como herramienta de presión a la nueva ola progresista? 

Teniendo presente los elementos proporcionados, señalamos algunas inferencias consecuencia del fenómeno migratorio:

  1. El migrante que salió de su país, en este caso el venezolano, no tiene apego, gratitud ni obligación con el país anfitrión. Razón por la cual le es fácil actuar como un agente desestabilizador a sueldo y convencido de que el proyecto ideológico, económico y político de su país de origen léase el chavismo, fracasó por la sola negligencia y corrupción de sus mandatarios. Ningún migrante reconocerá el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Washington ni Bruselas.
  2. Estados Unidos y las élites regionales utilizarán la corrección política respecto al pleno derecho de los migrantes para sabotear, presionar y desgastar a los gobiernos progresistas nacientes y en funciones, en el marco de una alianza transnacional que busca frenar a sangre y manipulación, el cambio moderado –o revolución mediante las reformas- que lleva en sí el progresismo.
  3. La guerra híbrida en el marco de la post verdad (negación emotiva de la racionalidad) se nutre de agentes desestabilizadores como los migrantes, aprovechando la corrección política y la buena voluntad, siempre necesaria, plasmada en el derecho internacional y puede apalancar revoluciones de colores o fracturas internas en el seno de cada progresismo.
  4. La retórica de la migración venezolana que simplifica toda política social progresista a comunismo fracasado, expropiación, pérdida del poder adquisitivo, de libertades individuales, pobreza o pérdida de empleo, entre otras, tiene un calado fuerte en la base social de por sí mal informada por los medios de comunicación hegemónicos y víctima de la propia cultura del miedo. Ser como Cuba o Venezuela más recientemente, es el miedo acuñado desde España y Miami hasta Bogotá, en una sociedad latinoamericana que solo viaja en la red social y la web, figurando en las estadísticas sólo como receptora de turismo.
  5. La migración, ante la falta de experiencia intrarregional en tal práctica, debida también a una negación o estancamiento de la integración latinoamericana y caribeña, tenderá a volverse un elemento desestabilizador, al menos hasta la segunda o tercera generación o prole del migrante en la medida en que se consolide como un sub-nacionalismo dentro de la nación anfitriona exigente de derechos. Es decir, sin una asimilación efectiva de los usos, costumbres y pertenencias del país receptor.

En resumen: la ausencia de una eficiente política de integración latinoamericana y caribeña; aunada a las características político-ideológicas de la migración venezolana; la crisis de hegemonía estadounidense que se proyecta como paracaídas fallando sobre las élites regionales; las estrategias comunicacionales de tipo guerra híbrida y la corrección política de los políticos-politiqueros de izquierda y derecha así como de la comunidad en general que simplifican el caos bajo el adjetivo: xenofobia, entregan para el presente y el futuro, una experiencia migrante caótica, desestabilizadora por razones subjetivas y objetivas que también constituye un freno para el progresismo, al reducir la migración a una visión falsa del estatus de ‘crisis venezolana’ que no solo ha dependido de fallas de sus gobernantes sino también del bloqueo y hostigamiento estadounidense y europeo a Venezuela. La corrección política no deja ver estos elementos ni cuestionar nada, porque reflexionar sobre esto, devela el origen del problema: la externalización del costo de las migraciones en los ciudadanos de los países receptores provocadas por la desigualdad, la guerra y el odio a las ideologías diferentes y que deben soportar tanto migrantes como anfitriones. Si el progresismo no entiende esto, sino se afianza la integración intrarregional con acuerdos allende a las ideologías, pero realistas de la capacidad económica e infraestructural, de cada país, la migración será un arma de desestabilización y recomposición ideológica y geopolítica. De hecho, ya lo es.

Por: Jhosman Barbosa

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