Falleció Néstor Bru, el padre de Miguel

Falleció Néstor Bru, el padre de Miguel

4Ene22 0 Por Guillermo Cieza

Nestor Bru, que fue el principal soporte de su mujer en su búsqueda de su hijo y el castigo a los responsables de su desaparición tiene una historia que vale la pena conocer.

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El hombre que falleció este lunes en el Hospital San Juán de Dios de La Plata, tuvo una vida antes que se hiciera conocido como el padre de Miguel Bru, estudiante de periodismo desaparecido en agosto de 1993. Pero después que se produjera este hecho tan injusto como inesperado, lo más importante de su vida fue buscar a su hijo y exigir justicia. Fue, por sobre toda otra circunstancia, el padre de Miguel y creo que le hubiera gustado que lo recordaran así.


Néstor Bru que era descendiente de colonos europeos había nacido en el campo en Pigué. y desde muy joven su destino estuvo unido al de otra hija de inmigrantes, Rosa Schoenfeld, nacida en otro pueblo rural vecino, en el Partido de Coronel Suárez.
Como muchos otros migrantes internos, el matrimonio buscó un mejor destino en las grandes ciudades, y fue así que se acercaron a La Plata. Néstor desempeñó distintos trabajos hasta que consiguió una colocación en la empresa Kaiser en Ruta 2. Como lugar de vivienda consiguieron un primer alquiler en Berisso. Cuando iniciaron su aventura, ya no estaban solos, había nacido su hijo mayor, Miguel.
Los tiempos de la dictadura no fueron buenos tiempos para los trabajadores industriales, incluso para aquellos que como Néstor no tenían mucha conciencia sindical. Se bajaron salarios y se cerraron fuentes de trabajo. Tratando de sobrevivir y de tener un ingreso seguro y obra social ingresó a la Policía Bonaerense. Y allí conoció el mundo muy particular de las comisarías. Néstor decía que esos lugares funcionaban como locales recaudadores que cobraban peaje a todo el mundo del delito de su jurisdicción en beneficio exclusivo del comisario y sus perros de presa, los del Servicio de Calle. El personal de tropa, incluídos los oficiales, recibían el sueldo pelado y estaban sujetos a los maltratos y arbitrariedades de los comisarios. Néstor sobrevivió en ese ambiente, manteniéndose en un gris que lo alejaba de los alcahuetes del comisario, pero le permitía mantener el trabajo. Por años de antiguedad, ascendió morosamente de agente a cabo y de cabo a sargento. Y allí se pensaba jubilar sino hubiera ocurrido un hecho que le cambió la vida.
Cuando Miguel le comunicó a sus padres que se había inscripto en la Facultad de Periodismo de La Plata, la familia Bru-Schoenfeld se sintió muy feliz. Sus padres apenas habían cursado estudios primarios en escuelas rurales y ahora tendrían un hijo universitario. Pero además Miguel había decidido independizarse. Se había mudado con unos compañeros de estudios a una vivienda sobre calle 1, cerca del Policlínico General San Martin, que habían conseguido con un arreglo muy conveniente. La disputa por ese lugar donde vivían se convertiría en una pieza fundamental del drama que se avecinaban. Los vecinos del barrio sabían que el propietario de esa vivienda había tenido problemas psiquiátricos y estaba internado en el hospital de Melchor Romero y que el lugar había quedado abandonado. Cuando un grupo de estudiantes empezó a vivir allí, no faltó quien supusiera que esa vivienda había sido tomada. Los nuevos ocupantes vivían como lo hacen los jóvenes, escuchaban música fuerte, tenían circulación nocturna y hasta se los vio ingresar con instrumentos musicales, por lo que podían presumir que estaban formando una banda de rock. Todos estos datos eran ciertos, salvo un detalle. Uno de los estudiantes conocía al curador que actuaba como represente legal del dueño de la vivienda y los nuevos inquilinos ingresaron a la casa con un contrato por un bajo monto y con la condición de hacer arreglos en la misma.
Las viviendas desocupadas sin dueño presente, por ejemplo si el propietario no tiene herederos, son identificadas en cada jurisdicción policial y son parte del botín de los comisarios. La vivienda donde vivían Miguel Bru y sus amigos tenía un atractivo especial porque estaba ubicada en la zona roja de la Plata donde se ofrecen en forma abierta servicios de prostitución, con amparo y aporte a la policía de la seccional. Para ejercer esos trámites la zona roja era periódicamente visitada por el Servicio de Calle de la Comisaría Novena.
Los motivos circunstanciales que brindaron la oportunidad de hacer un allanamiento policial a la vivienda donde vivía Miguel no están totalmente esclarecidos. Se hace una referencia a denuncias por vecinos por ruidos molestos, también se dice que esa denuncia no existió. Lo único seguro es que el allanamiento perpetrado por el Servicio de Calle de la Comisaria Novena ejecutado por sus responsables, los suboficiales Justo López y Walter Abrigo, fue ilegal y sumamente violento. La amenaza fue contundente: si no se iban de la casa iban a volver. Miguel no estuvo presente en el allanamiento, pero pudo comprobar la situación de terror en que quedaron sus compañeros de vivienda después de la visita policial. La indignación por lo ocurrido lo incentivó a tomar alguna medida que frenara ese atropello, pero siendo hijo de un sargento de la bonaerense sabía que una denuncia en la comisaría no tendría ningún efecto. Aconsejados por un amigo, con conocimiento de derecho y sensible a la defensa de los derechos humanos, presentaron la denuncia en la Fiscalía. Y a los pocos días desapareció Miguel. Se encontró su bicicleta y algunas ropas en una playa de Berisso.
Y allí empezó la historia de su búsqueda protagonizada por sus padres. Al principio con la única certeza de que Miguel no tenía enemigos y que su único problema podría derivar de la denuncia presentada en Fiscalía. A pesar de sus críticas Néstor se seguía sintiendo parte de la familia policial, y mantuvo la confianza en que sus camaradas podrían ayudarlo a encontrar a su hijo, hasta que tiempo después se comprobó que un mensaje anónimo que afirmaba que Miguel estaba de vacaciones en Brasil había sido redactado en una máquina de escribir de la Dirección de Investigaciones de La Plata.
Lo que sigue es mas conocido. El ímpetu de Rosa Bru hizo estremecer los tribunales, la consigna “¿Dónde está Miguel?” ganó las calles de la mano del movimiento estudiantil, apareció un testigo que estando detenido en la Novena, lo vio a Miguel muy golpeado en la comisaría, y después otro. Un policía comentó que en realidad no lo quisieron matar, sino “que se fueron de palo”, es decir que se les quedó en la tortura. El círculo se fue cerrando sobre la Novena y sobre López y Abrigo como ejecutores materiales de la desaparición. Para condenarlos, antes hubo que voltear a un juez todopoderoso, Amilcar Vara, que se ocupaba de cajonear los casos de “gatillo fácil” y fue declarado culpable de encubrimiento, prevaricato, abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público en 27 causas judiciales. 

En todo esas batallas siempre fue Rosa la que estuvo a la cabeza, pero Néstor siempre estuvo allí. Un paso atrás, pero siempre firme.
Los restos de Miguel nunca aparecieron. Buscando esos huesos, Néstor y Rosa fueron a cada lugar donde apareció un dato, donde surgió una sospecha, donde se produjo una excavación.
Pero además acompañaron a otros familiares que transitaron historias parecidas. En tiempos muy duros y de nulo acompañamiento institucional a las víctimas, desde mediados a finales de la década del 90, la familia Bru fue fuente de consulta y ejemplo para cientos de familias que habían perdido a sus hijos por el “gatillo fácil”ejecutado por las fuerzas de seguridad. Entre los familiares de los asesinados en la Comisaria Quinta de La Plata, Néstor se encontró a un compañero de la bonaerense, el suboficial González. A su hijo lo dejaron morir asfixiado por el humo de los colchones de poliuretano, en la misma comisaría donde sirvió durante años.
A Néstor le gustaban mucho las fiestas criollas. Nunca dejó de ser un hombre de campo, con los más y los menos que tienen los paisanos. Le gustaba Carlos Ramón Fernández, “el chacarero cantor” y le había pedido que le compusiera una canción para Miguel.
No se si habrá cielo donde van a parar los finados buenos. Si lo hay, seguramente se va a presentar diciendo que es el padre de Miguel Bru y que ha venido a buscarlo. Seguro allí lo va a encontrar.

Guillermo Cieza