Deuda externa y “rebelión en el peronismo”. Una mirada larga

Deuda externa y “rebelión en el peronismo”. Una mirada larga

3Feb22 0 Por Guillermo Cieza


Discutir la cuestión de la deuda externa y la rebelión de Máximo Kirchner desde lo inmediato nos achica el análisis político. Porque “estas cosas ya nos pasaron”, conviene abordarlas desde una mirada larga.

La decisión de Alberto Fernández de honrar la deuda con el FMI, es decir, legitimar la estafa, no es una novedad histórica. Hubiera sido una novedad, no hacerlo.
El primer gobierno constitucional posterior a la última dictadura heredó una abultada deuda externa contraída por el gobierno militar. Esa deuda era ilegítima. Organismos internacionales habían hecho préstamos a un país gobernado por una dictadura genocida, donde todos los derechos habían sido vulnerados. Es cierto que el primer Ministro de Economía de Alfonsin, Bernardo Grispun, bicicleteó durante seis meses a los acreedores, pero la decisión fue pagarla. Alfonsín escrituró el latrocinio económico de la dictadura, lo legalizó. Lo que vino después fue que, embretado por los compromisos asumidos con los acreedores, las finanzas que manejaba el gobierno quedaron en una situación de suma debilidad que fue aprovechada para darle un golpe de mercado y obligarlo a renunciar antes de terminar el mandato.
Carlos Menem agregó un nuevo condimento a la estafa de la deuda que fue la escandalosa privatización de las empresas públicas. El riojano tuvo un proceder delictivo por la decisión que tomó, pero además por la forma en que lo hizo. A modo de ejemplo: privatizó una empresa rentable como YPF, y la vendió muy por debajo de su valor. El gobierno de De la Rua, llegó después para escriturar el latrocinio de Menem. Domingo Cavallo, funcionario de la dictadura, Ministro de Economía de Menem y De la Rua, simboliza esa continuidad.
El gobierno de Nestor Kirchner y Cristina Fernández no se propusieron revisar deudas externas ilegítimas ni privatizaciones escandalosas, pero si consiguieron renegociar la deuda, cortar vínculos con el FMI y avanzar en algunas nacionalizaciones. YPF, no fue reestatizada, sino nacionalizada y los fondos buitres conservan en esa empresa no menos del 40 del paquete accionario.
Lo del gobierno de Macri es más conocido, hizo crecer la deuda externa y su acto más escandaloso fue acordar un crédito de 47 mil millones con el FMI. Ese crédito fue pactado en condiciones violatorias de las exigencias legales del país, pasar por el Congreso, y del propio estatuto del FMI. Y ahora llega Fernández para legalizar la estafa y comprometer a todos los habitantes de este país a seguir pagando deudas ilegítimas.
Alguna vez Cristina Fernández hizo el comentario de que “los peronistas hemos sido pagadores seriales de deudas contraídas por gobiernos neoliberales”. No es tan así, porque se olvidó de los latrocinios del peronista Menem. Pero es indiscutible que desde hace casi 40 años hay una sucesión casi perfecta de gobiernos que cometen todo tipo de estafas que son continuados por gobiernos cuyo delito más importante no es estafar sino honrar las estafas precedentes, escriturarlas, legalizarlas. Ese juego perverso, no le sale gratis al pueblo. En esa secuencia histórica la pobreza aumentó del 10% al actual 40%.


La renuncia de Maximo Kirchner a la Jefatura del bloque de Diputados del Frente de Todos, generó distintas expectativas. ¿Estamos frente a una ruptura? Hay algunos antecedentes históricos que nos pueden ayudar a contestar esa pregunta.
La primera distinción que me parece importante hacer cuando se hace referencia a las rebeliones del peronismo, es evitar asociar las desventuras de la Cámpora y algunos movimientos sociales que han manifestado su rechazo al acuerdo con el FMI, con hechos ocurridos con la izquierda peronista en la década del 70.
Y esto es así , porque la izquierda peronista que se empezó a perfilar en los años 60 y se consolidó a principios del 70 nació por fuera del Estado, en años en que el peronismo estaba proscripto, con finanzas propias como las que efectivamente tenían las organizaciones revolucionarias y con fuertes vinculaciones con la clase obrera industrial. La vinculación de esa izquierda con el Estado fue fugaz. El bloque de la JP no duró un año y Rodolfo Ortega Peña fue asesinado. Los obreros industriales dependían de los salarios de los patrones y no de sueldos o subsidios estatales.
Después de la dictadura han aparecido en el peronismo sectores que se rebelaron contra las políticas nefastas de Luder y Herminio iglesias, Menem, los gobernadores y ahora también de Fernández. Pero resulta bastante polémico caracterizarlos como izquierda peronista, porque carecen de un elemento central en la definición de “izquierda”. Haber nacido y sustentarse por fuera del Estado, lo que le permite garantizar su independencia política.
Por estas razones me parece más adecuado caracterizar a los sectores disidentes de las conducciones peronistas posteriores a la dictadura como “peronismo rebelde” y no como izquierda peronista.
Si hacemos un repaso de la historia de estos sectores rebeldes en distintos momentos históricos, podremos advertir que cuando las bases comenzaron a cuestionar las conducciones, nunca estuvieron en la primera línea. Siempre fueron remisos a acompañarlas.
El caso más ilustrativo fue lo ocurrido en tiempos de Menem. En el peronismo post dictadura, habia sobrevivido un programa político histórico donde se destacaban la defensa de las empresas estatales, la educación, la salud y los servicios públicos, los salarios, el empleo y los convenios colectivos de trabajo. También incluía una vocación industrialista y una política internacional no alineada. Menem arrasó con esos fundamentos políticos y además se dió el lujo de cometer provocaciones como abrazarse con el Almirante Rojas y vender YPF, una empresa símbolo de la tradición nacional y popular. En ese momentos se rebelaron sólo un puñado de legisladores, que fueron conocidos como “el grupo de los 8”. Después de producida la fractura y realizado el Congreso de Villa María, los diputados disidentes fueron abandonados por la mayoría de la militancia y dirigencia partidaria. Por aquellos años recuerdo haber participado en la ilusión de organizar el peronismo disidente a nivel nacional y que costaba enormemente conseguir adhesiones antimenemistas. Aunque resulta antipático decirlo, una de las provincias donde existieron más dificultades fue Santa Cruz, donde contábamos para esa tarea al legendario Orlando Stirleman, preso de Taco Ralo, que vivía en Rio Gallegos. Después de un tiempo y de golpear muchas puertas surgió el nombre del diputado Rafael Flores. La ruptura de la base peronista con la dirigencia de Menem-Duhalde tomó otros caminos y un hombre venido del cine como Pino Solanas hizo una buena elección en la Capital con el Frente del Sur con un 7%, en el 93 el Frente Grande obtuvo tres diputados y en la elección de la Constituyente del 94, sacó un 13%. Recién allí apareció un sector de dirigentes, militantes y organizaciones peronistas que despegaron de la conducción y se sumaron a una propuesta que ya tenía un piso electoral y posibilidades efectivas de aspirar a espacios institucionales.
Resumiendo: en el peronismo post-dictadura la existencia política de la dirigencia y buena parte de la militancia esta íntimamente ligada a ser parte del gobierno y del Estado, ese es el límite para las rebeldías. Esta realidad política es la que plantea un condicionamiento expreso a la rebeldía expresada por Máximo Kirchner. Se va a ir y lo van a acompañar sólo si está garantizado que no vuelven al llano y no pierden sus sueldos, subsidios y espacios institucionales.
La comprobación histórica de que los sectores rebeldes del peronismo van siempre por detrás de la ruptura de las bases, advierte que el peor error que puede cometerse es tener alguna expectativa en que, desde esa disidencia, surja una propuesta alternativa que capitalice el desgaste del gobierno de Fernández. Ese desgaste es el único dato seguro, porque más allá de sus discursos, ha comprometido con el acuerdo con el Fondo que la deuda la va a pagar el pueblo y la Naturaleza.
La apuesta de Fernández es continuar con un modelo económico que privilegie pagar la deuda externa, promoviendo el extractivismo, la flexibilización laboral y la precarización de la vida, condimentada con algunos gestos inclusivos y de reconocimientos de derechos individuales. Con esa oferta, su apuesta es la del “torturador bueno”. Quien haya sido sometido a tormentos puede distinguir entre el torturador malo y el bueno, y si le dan elegir seguro elije al que le pega menos. Pero el problema no son la frecuencia de los golpes o la tensión de las descargas electricas recibidas, sino la tortura.
Oponernos a la tortura es la definición básica. Tenemos que proponernos cortar esta larga sucesión de endeudamientos, ajustes, aumentos progresivos de la pobreza, deterioro gradual pero sostenido de la naturaleza y las condiciones de vida. Estas definiciones básicas sólo las pueden formular quienes son capaces de hacer política desde la independencia del Estado, disputando todas las batallas que haya que disputar, pero con el convencimiento de que el rumbo de emparchar al capitalismo no tiene destino.