¡Viva la república!

¡Viva la república!

14Abr22 0 Por Daniel Campione

Hace 91 años, el 14 de abril de 1931, se proclamó la segunda república española. El rey Alfonso XIII y su familia abandonaron España.

Fue después de que los partidos monárquicos perdieron unas elecciones libres el 12 de abril. Y con las multitudes que festejaban en las calles de Madrid su derrota y pedían el fin de la monarquía y el advenimiento del sistema republicano.

Ni la policía quiso reprimir la movilización popular, y a la familia real no le quedó otro camino que la fuga.

Se constituyó un gobierno provisional. Lo integraban los mismos hombres que formaron en su momento un comité revolucionario. Parte de los integrantes de ese comité habían estado presos hasta poco antes.

Habían encabezado con tibieza el intento de derrocamiento armado del rey en diciembre del año anterior. Fueron capturados los que no pudieron huir y al poco tiempo juzgados por sedición. El tribunal los absolvió. Se veía venir el fin del régimen y nadie quería ganarse el resentimiento de quienes podían estar en el poder al poco tiempo.

El nuevo gobierno era muy heterogéneo. Tenían fuerte presencia distintas corrientes republicanas más  o menos de izquierda. El ministro más destacado de ese sector era Manuel Azaña, después primer ministro y más tarde presidente de la república.

El gravitante partido republicano radical, de pasado anticlerical y con pujos izquierdistas, ahora ya en un sendero conservador, integró también el gabinete. Con su máximo dirigente, Alejandro Lerroux, como ministro de Estado (relaciones exteriores)

El presidente del gobierno era en cambio un dirigente de la derecha más o menos liberal, que como quien dice hasta ayer había apoyado a la monarquía, Niceto Alcalá Zamora. Su partido no era fuerte, su preeminencia era un clásico guiño de “moderación” hacia los sectores más conservadores.

Los dirigentes del Partido Socialista Obrero Español ingresaron al gobierno con tres representantes. El máximo líder del partido y dirigente sindical, Francisco Largo Caballero fue ministro de Trabajo. Otros dos prohombres del socialismo se encargaron de las carteras de Hacienda, Indalecio Prieto y de Justicia, Fernando de los Ríos.

14 de abril de 1931: Así se proclamó la Segunda República | La Aventura de  la Historia | EL MUNDO
Los ministros del gobierno provisional de la república.

La frustrada insurrección de diciembre había dejado el saldo de dos jóvenes oficiales republicanos fusilados. Se convirtieron en símbolo de la arbitrariedad monárquica y en bandera de la venida de la república.

Los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández estuvieron presentes en los primeros días. La estatua de una reina hispana del siglo XIX, Isabel II fue reemplazada por un busto de la libertad y por la foto de los dos mártires republicanos.

La multitud enfervorizada por la llegada de “la niña” (así apodaron a la república naciente) llenó las calles, convencida de que un nuevo tiempo había llegado.

14 de abril: El nacimiento de la Segunda República- Archivos de la Historia
Multitudes en el centro de Madrid. Fuente archivoshistoria.com

El júbilo no era unánime entre los adversarios de los reyes. Los anarquistas no le otorgaban ningún crédito al régimen republicano. Ellos confiaban más bien en la fuerza revolucionaria de la clase obrera y otros sectores populares. La que estaba expresada en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y en los grupos ácratas agrupados en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Y apostaban a la insurrección armada, que llevarían a la práctica al año siguiente.

Quienes estaban decididamente en contra de la república era el grueso de las clases dominantes: Terratenientes, banqueros, grandes industriales. E instituciones que formaban su base de apoyo. Con la muy poderosa y muy reaccionaria Iglesia Católica en lugar destacado. Esas fuerzas lo harían todo contra la República desde el primer momento. Combatirían sus avances, por supuesto. Y como siempre ocurre, golpearían sobre sus vacilaciones y desaciertos.

Los representantes políticos de esos sectores quedaron al comienzo un tanto “aturdidos”. Pronto comenzaron su reorganización. Y al mismo tiempo pasaron a la conspiración activa. La perspectiva golpista se volvería una constante.

La conjunción de republicanos y socialistas en el gobierno abarcaba a partidarios del establecimiento del divorcio y de mayores libertades para las mujeres.

Los socialistas y sus aliados estaban a favor de algún tipo de reforma agraria. Es cierto que con cierta timidez, sin darle carácter de medida revolucionaria.

Querían la reducción del poder y el costo del ejército y el recorte de los privilegios de la Iglesia. Algo de eso comenzaría  a hacerse, aunque no lo suficiente.

La democratización y modernización de la instrucción pública despertó las iras de los eclesiásticos, que dominaban buena parte del sistema de enseñanza.

No faltó la predisposición favorable a la autonomía de las llamadas “regiones históricas” y se avanzó hacia un gobierno autónomo en Cataluña.

Todas las mencionadas eran políticas agraviantes para las fuerzas de la derecha. Pero no traían un cambio radical de vida para la enorme masa de pobres, entre los cuales muchos vivían en la mayor miseria. Y los analfabetos se contaban por millones. Desde el principio se desplegó esa contradicción. Los “moderados” de la república no querían dar pasto a supuestos “extremistas”.

Los componentes liberales de la coalición de gobierno le temían a una contraofensiva reaccionaria. Pero recelaban tanto o más de un posible auge revolucionario de masas. Apenas un mes después de instaurado el nuevo sistema una provocación monárquica fue respondida por miles de trabajadores y pobres con el incendio de iglesias y conventos. Algunos ministros querían sacar a los cuerpos armados a reprimir.

Azaña, los socialistas y otros se negaron. Y por esa vez las calles madrileñas no se tiñeron de sangre.

El gobierno provisional culminó sus meses de vigencia con la conformación de una asamblea constituyente y la posterior aprobación de una constitución laicista, que daba lugar a las autonomías regionales y respaldaba los derechos de trabajadores y campesinos.

Sin embargo los socialistas comenzaban a desilusionarse del rumbo de las transformaciones, a las que consideraban insuficientes en sus propósitos e incompletas en su realización.

Los revolucionarios anarquistas seguirían siéndolo. Y algunos  socialistas de propensión reformista comenzaban a mirar con mayor afecto a la vía revolucionaria. La masa de obreros, campesinos y jornaleros rurales proclamaba a voces su temprana decepción.

La historia de la república recién empezaba. Banqueros, industriales, aristócratas, jerarcas de la iglesia y militares estaban al acecho para terminar con las “ideas avanzadas” que le reprochaban al nuevo sistema.

Muchxs trabajadores y pobres, aún descontentos, estaban dispuestos a dar la vida para que el antiguo régimen no retornase y los poderosos de siempre clausuraran sus esperanzas.

Nadie sabía todavía que restaban cinco años de convulsiones, de conflicto social cada vez más radicalizado, de lucha política enconada.

La posibilidad de que la república fuera asesinada por un golpe sangriento no parecía por entonces un horizonte cercano.

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