Empate ¿hasta cuándo?

Empate ¿hasta cuándo?

17Jun22 0 Por Daniel Campione

El balance crítico de las últimas décadas de la historia argentina es abordado en una publicación reciente, que logra combinar las herramientas del periodismo con las de la preocupación teórica y la exploración histórica.

Fernando Rosso.

La hegemonía imposible: veinte años de disputas políticas en el país del empate: de 2001 a Alberto Fernández.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Capital Intelectual, 2022.

168 páginas.

No nos encontramos en este caso ante un libro periodístico, sin inquietudes teóricas ni una mirada histórica de aliento, al estilo de los que el mercado editorial suele propinarle a un público con frecuencia desprevenido.

Por el contrario, el autor no opta por la crónica ni el testimonio como herramientas predominantes, sino que también se dirige a una reflexión que, sintética y orientada a un público amplio, pone en juego incluso a los clásicos de diversas corrientes, con especial destaque para Antonio Gramsci.

Sigue al autor de los Cuadernos tanto en la proyección directa de su pensamiento como en la producción de sus estudiosos y comentaristas. Ya desde el subtítulo hay ecos de la categoría de “empate hegemónico”, desarrollada por Juan Carlos Portantiero hace ya varias décadas.

En la introducción, Rosso sitúa como objetivo del ensayo: “…pensar el significado histórico (…) de los distintos procesos políticos de los últimos veinte años a la luz de las relaciones de fuerza que, a la vez, son el emergente de conflictos, avances, retrocesos, triunfos, derrotas o desvíos entre las clases que luchan”.

Puede apreciarse en esta proclamación inicial, la inclinación por el análisis de coyuntura de raíz gramsciana. No en la clave “lavada” que separa de modo artificial al pensador italiano de la tradición marxista, sino en la que lo enmarca en la perspectiva rectora de la lucha de clases.

Algunas claves para veinte años de historia.

En el examen de dos décadas de luchas políticas en Argentina se presta la atención indispensable al “arriba” conformado por la clase dominante, los “poderes permanentes” y sus representantes políticos y mediáticos. 

Sin perder de vista que el momento de algún modo “fundacional” del período histórico abordado constituye una irrupción “desde abajo” de las clases explotadas en el escenario político. La que hizo tambalear a la institucionalidad existente y de algún modo determinó el transcurso posterior del conjunto de la sociedad argentina.

Así afirma al respecto, en referencia a diciembre de 2001: “Sin abordar la quiebra del país y la efervescencia de aquellos días, no se puede entender la historia política de las últimas dos décadas”. Caracteriza esa coyuntura como una crisis orgánica y multidimensional que hizo estallar el sistema imperante.

En el tratamiento que desarrolla acerca de los últimos días de 2001 se destacan episodios que han quedado algo borrosos en la memoria colectiva. Como el hecho de que el brevísimo interregno presidido por Adolfo Rodríguez Saa fue finiquitado en base a una nueva movilización popular sobre la que se montó una “operación” del aparato del Partido Justicialista con Eduardo Duhalde a la cabeza. No sólo de los hechos del 19 y el 20 se nutrió aquel diciembre.

En lo conceptual puede señalarse el tratamiento del doble papel del peronismo, como “partido del orden” y a la vez en tanto fuerza de contención del movimiento de masas, sobre el sendero de encauzar la movilización hacia caminos menos disruptivos. Ese rol diverso y a la vez convergente fue el que abrió la puerta a una experiencia como el kirchnerismo. La que asumió la imposibilidad de seguir gobernando como hasta entonces, a la vez que la necesidad de tomar demandas de la movilización popular.

Cierto que en clave de quita de autonomía a la movilización, reconducida a partir de 2003 al apoyo en el espacio público a la dirección política reconstituida. La idea del agradecimiento a un poder político que supuestamente le había “devuelto la dignidad” y un nivel de vida aceptable al pueblo, pudo sofocar y sustituir la iniciativa propia del movimiento.

Rosso sitúa, a nuestro juicio correctamente, en la base de todo el proceso la reconfiguración de la sociedad argentina (y de las clases subalternas en particular) que transcurrió en consonancia con ofensivas contra lxs trabajadores que tuvieron largo aliento. Lo que marcó posibilidades (los nuevos movimientos de trabajadores desocupados) pero también límites (el acentuado debilitamiento de los sectores más concentrados y a menudo más combativos del movimiento obrero).

Y no deja de remarcar la existencia de un movimiento de capas medias que comenzó con matices cuestionadores “por izquierda” expresados en la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola” y con el transcurso del tiempo y mediante una reorganización de alcance histórico de las fuerzas de derecha, invierte su signo hacia un rechazo indiferenciado a la acción política, susceptible de ser instrumentada por las propuestas más reaccionarias.

A medida que se aleja del momento culminante de 2001, el autor analiza las distintas tácticas del multiforme establishment, partícipe incluso de al menos la primera fase de “revolución-restauración” a cargo de lxs presidentes “K”, para luego encabezar la impugnación hacia sus políticas de signo progresivo.

Lo que condujo luego a dar entusiasta sustento a la experiencia de Cambiemos. La que contuvo un ensayo de desarticulación de la política tradicional que esbozó una “tecnología de punta” de la manipulación política. Al servicio de un elenco gubernamental estructurado en torno a altos ejecutivos e incluso empresarios que tomaban la conducción directa de la gestión del aparato estatal. Por cierto, todo al servicio del programa de máxima del gran capital.

El “otro diciembre” y la moderación “al palo”.

En lo que respecta a los años más recientes, cabe destacar en la obra el examen de la coyuntura de 2017. La que a partir de las movilizaciones masivas contra una reforma jubilatoria tomaron un impulso considerable contra la continuidad del gobierno “cambiemita”. Arranque interceptado, una vez más, por las distintas estructuras del peronismo, puestas al servicio de la continuidad gubernamental de la derecha, para asegurarse el triunfo electoral de 2019 sin que mediaran convulsiones sociales “peligrosas”.

El último capítulo, titulado “peronismo para la moderación” encara la actual experiencia, signada por la administración resignada de lo existente. Bajo la figura de un presidente cuya mayor coherencia ha sido el respaldo a una supuesta “correlación de fuerzas”. Sacralizada como inmodificable y esgrimida a modo de justificación de la renuncia no ya a transformaciones profundas, sino a la propia perspectiva reformista.

En esas circunstancias, la apelación a las masas no puede ser otra que su “pasivización”, con una presencia en las calles más bien “litúrgica”, alejada más que nunca de una generación autónoma de sus acciones. No en vano, como remarca Rosso, el peronismo de esta etapa regida por la mesura, se ha vanagloriado de evitar rebeldías populares masivas como las que han transcurrido en Chile, Ecuador y otros países de la región.

La apuesta del gobierno actual es sintetizada hacia el final del libro: “…no ven otro horizonte más que el de administrar los hechos consumados con el plan de mantener a toda costa el orden y la estabilización…”.

Cabe coincidir con la idea de que el “empate” persiste y el escenario se halla abierto a “vías de salida” no ya distintas sino antagónicas. Quizás valga la pena articular con el análisis el deseo de que la ira popular ante la creciente e impaga “deuda interna” pueda dirigirse hacia una resolución de la duradera imposibilidad hegemónica impuesta desde abajo.

La reflexión acerca del período abierto en 2001 es indispensable, no ya desde la perspectiva académica sino asimismo en la mirada militante. El aporte de Fernando Rosso es una síntesis apta para habilitar debates amplios y desprejuiciados.

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