Las políticas de ajuste en tiempos de Alfonsín

Las políticas de ajuste en tiempos de Alfonsín

9Ago22 0 Por Daniel Campione

Un destacado sociólogo e historiador volcó en un diario personal, ahora publicado, su experiencia como funcionario del área económica durante el gobierno de Raúl Alfonsín.

Juan Carlos Torre.

Diario de una temporada en el quinto piso: Episodios de política económica en los años de Alfonsín.

Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Edhasa. 2021

544 páginas.

De libros como el que aquí comentamos se suele afirmar que, pese al tiempo transcurrido desde los sucesos que relata, son de “pasmosa actualidad”. Más allá del lugar común, lo cierto es que éste ofrece, entre otras observaciones y relatos  un espectáculo repetido hasta el presente: El de un gobierno tironeado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros organismos internacionales, así como por acreedores externos privados, para que profundice cada vez más las políticas de ajuste.

Las permanentes y a veces accidentadas negociaciones con el FMI, el Banco Mundial y funcionarios del gobierno estadounidense ocupan amplio espacio en las páginas del “diario”. Las exigencias crecen, las presiones aumentan y los conductores de la política económica reniegan en vano acerca de la “insensibilidad” de sus contrapartes en el Norte.

Los protagonistas de esta obra son los miembros del equipo que se asentó primero en la secretaría de Planeamiento, en los días iniciales de la presidencia del líder radical. Para pasar a ocupar la cartera de Economía, entre los primeros meses de 1985 y las caóticas postrimerías de la presidencia de Raúl Alfonsín. Nos referimos, además del secretario y después ministro Juan Vital Sourrouille, a Adolfo Canitrot, Mario Brodersohn, José Luis Machinea, el más tarde incorporado al grupo Pablo Gerchunoff, y el propio Juan Carlos Torre, que ocupaba la subsecretaría de Relaciones Institucionales.

Desde ese lugar de apariencia subalterna, sociólogo entre un conjunto de economistas, el hasta ese entonces investigador del Instituto Di Tella cumplió tareas en la elaboración del discurso de los funcionarios del área y del gobierno en general, amén de múltiples asesoramientos y actividades de comunicación. Más allá de la indudable gravitación de esas funciones, su ejercicio le permitió tener un mirador privilegiado del desenvolvimiento de toda la gestión.

Todo aquello tenía una indudable marca de época. Quienes asumen la conducción económica del gobierno en esos años, con Sourrouille a la cabeza, son un grupo de intelectuales de esmerada formación. Y resultan representativos de una generación que había descartado sus convicciones de transformación radical e incluso revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970. Eso para decantar sus propuestas en un sentido “modernizador”, teñido en particular por el empeño en adaptarse a las nuevas corrientes del capitalismo mundial.

Lo que se articulaba con la adopción de la democracia representativa como un marco institucional ya no discutido, que debía ser el encuadre de los cambios posibles.

Asimismo procuraban amoldar su pensamiento y acción a las relaciones de poder tal como habían emergido de la reestructuración brutal de la sociedad argentina producida a partir del golpe militar de 1976.

Esas premisas son un eje subyacente del itinerario de Torre junto al grupo de conducción de la política económica de Alfonsín. La democracia es el horizonte exclusivo de la lucha política, el capitalismo el marco inexcusable de la vida económica. Puede y debe confrontarse entre intereses contrapuestos y en torno a proyectos divergentes, pero esa coexistencia pluralista sólo será fecunda si acepta en líneas generales las restricciones que impone el orden capitalista.

Aparece como parte de los objetivos de la política económica en curso desde el aludido quinto piso (del Palacio de Hacienda), algunos de los temas que entrarán en un sendero de plena realización en la década siguiente, bajo la égida de Carlos Menem. Así las privatizaciones y la apertura económica. También el propósito de reducir el aparato del Estado, al que percibían como muy exigido y sobredimensionado.

Entendían que el ámbito estatal había visto disminuir fuentes de financiamiento fundamentales y ahora estaba forzado a una política de “austeridad” que le permitiera reducir sus gastos sobredimensionados.

El ajuste y sus enemigos

Para llevar adelante esa tarea percibían la existencia de varios adversarios, activos en la promoción de políticas incompatibles con los principios “austeros”.

En primer lugar el peronismo, al que se acusa de demagógico, obstruccionista y reacio a abandonar esquemas ya superados. Esta evaluación se matiza cuando aparece con fuerza el peronismo renovador, y en particular el liderazgo de Antonio Cafiero, para redoblarse a partir de que despunta en el horizonte Carlos Menem como figura influyente en ese espacio.

En la configuración del sistema político existe por entonces una diferencia decisiva con el que ha predominado en los últimos años. Era un esquema bipartidista radicalismo-peronismo, ambos todavía con aspiraciones “nacionales y populares” y con la derecha sin una fuerza propia de envergadura.

En esa situación, en la que aún ni se sospechaba el giro “neoliberal” que daría el peronismo en la década siguiente, el radicalismo aparecía pese a todo como el partido más permeable a las demandas del empresariado. La llamada “renovación peronista” anticipaba un propósito de “prolijidad”, incluso con visos de oposición “moderada” y “racional”, lo que no alcanzaba para conjurar los fantasmas que anidaban en el interior del universo “justicialista”.

Las corrientes actuantes en el interior de la Unión Cívica Radical son presentadas en su conjunto como un obstáculo que también entorpece el rumbo que se pretende dar a la política económica.

 Desde el ministro Antonio Tróccoli, en el ángulo más conservador, hasta los dirigentes de la Junta Coordinadora Nacional, en el costado más progresista, todos son percibidos como anteponiendo a las políticas diseñadas los acomodamientos partidarios, las miradas miopes sobre los intereses electorales y el apego excesivo a las tradiciones y los procedimientos del partido.

Dentro de ese partidismo negativo se inscribe asimismo al antecesor de Sourrouille y después su reemplazo en la secretaría de Planeamiento, Bernardo Grinspun, que confiaba en aumentar los salarios y frenar la inflación al propio tiempo, asociación disparatada para el elenco que lo sustituye en el manejo de la política económica.

En cuanto al sindicalismo se lo ataca no por sus rasgos contrarios al dinamismo y la democracia interna del movimiento obrero sino por los reiterados paros generales y marchas de protesta encabezados por Saúl Ubaldini. Es bastante transparente que Torre y sus asociados de la cartera económica hubieran preferido a Lorenzo Miguel o a algún otro personaje de su laya en la conducción de la CGT.

Para un enfoque en el que los incrementos salariales eran una causa principal de la inflación y el rumbo alcista de los precios la máxima amenaza, los sindicatos quedaban a la fuerza en la vereda de enfrente. Lo que era más difícil de admitir, y Torre por cierto no lo hace, es que la gestión Sourrouille tendía a contraponerse a los intereses de la clase obrera como tal.

El “caos” tan temido.

El de los hombres de Sourrouille fue un destino tan dramático como previsible.

Trataban de evitar el caos económico que desde su punto de vista sobrevendría si se rompiera con los organismos internacionales. Y se diera además un enfrentamiento contra los grandes grupos económicos que habían emergido como “los dueños de la Argentina”. Su peor pesadilla era la caída en la hiperinflación. En aras de aventar ese peligro lo intentan todo para seguir negociando con organismos financieros y acreedores privados. Y esos empeños desembocan en….la hiperinflación.

El Plan Austral les facilitó un momento de éxito, al menos en lo referente a la lucha contra los aumentos de precios. Pero la puja distributiva y la avidez de los capitalistas no se detuvo. Y la relativa estabilización se derrite progresivamente hasta desembocar en un golpe inflacionario sólo comparable con el “rodrigazo” de mediados de la década anterior.

No se encuentran en el libro juicios críticos aguzados a propósito del acercamiento progresivo del gobierno hacia los grandes conglomerados empresarios, los llamados por entonces “capitanes de la industria”. Ello se hizo en la búsqueda de un sistema de pactos que les garantizaran que sus intereses permanecerían intocados, mientras los tecnócratas del Palacio de Hacienda intentaban despejar los obstáculos aún existentes al pleno despliegue de su potencial de acumulación y concentración.

El modelo implícito es el del vuelco que estaban dando por esos años las socialdemocracias, sobre todo las europeas, en dirección al abandono de la promoción del estado de bienestar hacia políticas mucho más amigables con el libre juego del mercado. Ya no se hablaba de clases dominantes a las que combatir, solo de “elites” con las cuales negociar.

Eso sin reconocimiento pleno de que era una senda que conducía a la mera administración de lo existente, en búsqueda de mayor eficiencia para regentear “políticas de Estado” diseñadas en esferas que sobrepasaban largamente las potestades efectivas de los gobiernos que las aceptaban.

Los hombres de la cartera de Economía escogen ese camino y no se apartan del mismo, parte por presiones difíciles de resistir y asimismo por restricciones autoimpuestas.

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La portada del libro y su autor.

El autor del libro que nos ocupa ya era por entonces un destacado académico, que se decide a dejar temporalmente de lado su labor habitual, para tomar un lugar en la función pública. El relato está acompañado por algunos agudos análisis, no exentos de una mirada escéptica hacia el destino de un país al que considera demasiado enrevesado por una trama inagotable de conflictos.

Había elaborado un balance personal de las luchas del período anterior al último golpe militar que era compartido por toda una camada de intelectuales: No había existido una derrota en la prosecución de objetivos legítimos sino un error de raíz en el planteo de las finalidades. La perspectiva revolucionaria era un enfoque que llevaba al desastre de modo inexorable y había que abandonar de modo definitivo.

Tras un período de alejamiento forzado del país y otro de “exilio interior” en los últimos días de la dictadura, decide incorporar su esfuerzo al recién renacido orden constitucional.

Sin duda uno de los méritos del libro es mostrar la “cocina” de la toma de decisiones cotidianas. Así como los esfuerzos, a menudo frustrados, por alzar la cabeza de la coyuntura inmediata en procura de una mirada estratégica orientada a un plazo más extenso. Los protagonistas de estas páginas son un grupo de varones relativamente jóvenes, que intentan brindar un sostén de política económica “racional” a las que consideran sanas inclinaciones democráticas del presidente Raúl Alfonsín, no acompañadas por un saber en la materia.

En cuanto a las limitaciones de los escritos recogidos una importante es no cuestionarse las bases de esa “racionalidad”. La que en realidad obtura de un modo bastante irracional las evidencias de que es una conjunción de poderes del orden del capitalismo más concentrado la que obstaculiza cada vez más cualquier apartamiento de la política económica del servicio a sus apetencias de obtener mayores ganancias.

Con todas las críticas que se le pueden formular, el testimonio contenido en este volumen es de una indiscutible utilidad para entender la gestión de los resortes más decisivos del aparato estatal. En la década de 1980 que recorre, e incluso en la actualidad.

Su lectura es muy llevadera, sin verse entorpecida por la considerable extensión. Un recurso inteligente es la inclusión, en alternancia con las entradas del diario, de la correspondencia de Torre con una hermana. En esas cartas suele intentar un examen más reposado, que se intenta proyectar más allá de la coyuntura inmediata.

Como aclara al principio, el autor ha desistido de incorporar correcciones o actualizaciones en los textos. Las marcas de época permanecen, sin ser relativizadas por enfoques más cercanos en el tiempo.

El conjunto constituye una lectura recomendable, a despecho de las profundas discrepancias.

Imagen principal: El presidente Alfonsín y el ministro Sourrouille durante la presidencia del primero.

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