España de la monarquía al fascismo

España de la monarquía al fascismo

13Ene23 0 Por Daniel Campione

Una novela escrita durante la guerra civil sintetiza bien el espíritu de quienes la ganaron. Hay quien la consideró entre las grandes novelas sobre el conflicto. Otros la han rechazado como panfletaria.

Nos referimos a Madrid de corte a checa, de Agustín de Foxá, publicada en 1938, con España todavía en guerra. Al final el texto está fechado, “Salamanca, Septiembre de 1937, II Año Triunfal.”

Foxá era conde, con la denominación de su apellido. Y asimismo marqués de Armendáriz. Doble título para asentarlo en el “arriba” social.

 El autor supo ser hombre de Falange, con destino en las relaciones internacionales. Nunca ocultó la raíz social y cultural de sus preferencias políticas. Escribió alguna vez, riéndose un poco de sí mismo: “Soy aristócrata, soy conde, soy rico, soy embajador, soy gordo, y todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coños puedo ser? “

Agustín de Foxá, en sus tiempos de diplomático de la dictadura franquista.

Con el tiempo desconfió de sus entusiasmos ideológicos, sin ocultar el espíritu refinado y acomodaticio que lo hizo ser un servidor de la diplomacia de Franco hasta su muerte, en 1959. Así escribió: “…yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro.”

De la primera trilogía mencionada, en la narración hay poco de “pan” y “justicia”. Sí mucho de “patria”. España es idealizada y definida en un sentido exclusivista. De restricción social, ya que se la identifica con las gentes “de orden”, sobre todo las de hábitos selectos y firmes en sus convicciones reaccionarias. Y con límites culturales y geográficos, ya que muy en la vena falangista, España es sobre todo Castilla, la tierra ibérica sin contaminaciones árabes ni conflictos idiomáticos.

España con rey, con república y con revolución.

La novela abarca una secuencia que va desde los momentos previos a la implantación de la república hasta el golpe militar y su derrotero inicial. Hasta culminar con la ciudad ya bombardeada y cercada por el ejército llamado “nacional”. Y el pueblo armado presto a la defensa y dedicado a la represión de la quinta columna.

Todo visto desde adentro de la ciudad de Madrid, si se descuentan un par de “salidas” breves y la huída final del protagonista y su amada. Hacia Francia, con Salamanca, cuartel general del fascismo, como destino final.

Madrid… puede ser considerada una novela histórica, si bien de historia estrictamente contemporánea al momento de su escritura. Aparecen en ella un gran número de figuras de la política y las letras españolas así como sucesos de gran resonancia.

Portada de una de las reediciones recientes.

El autor pretendía inscribirse en la tradición de Benito Pérez Galdós y la novela tiene algo de “episodio nacional”. Con su entrelazamiento entre un proceso histórico relevante y las grandes y pequeñas existencias humanas que se desenvuelven a su sombra.

Su apreciación de la sociedad española es sin embargo muy diferente a la del escritor canario. Don Benito tiene por lo general una mirada benévola hacia las clases populares. Aún en sus más penosas realidades, les acerca una mirada de simpatía.

Foxá, en cambio es un aristócrata que odia al pueblo, a “la masa”. Sobre todo, le teme.

Deplora que durante la segunda república hayan salido de su lugar oscuro y siempre subordinado. Y decididamente se espanta cuando el pueblo irrumpe armado para poner freno a los militares rebeldes. E intenta la revolución que terminara con siglos de explotación e injusticia.

Las clases populares son objeto una y otra vez de visiones peyorativas. Como individuos aislados, formando parte de grupos reducidos y, más todavía, cuando aparece la multitud, la “canalla”, las “turbas”.

Uno entre muchos ejemplos posibles de la presentación despectiva de la multitud movilizada:

ªY marcaban el paso; dando un verdadero mugido por la expiración de la u cuanto gritaban

¡U-H-P! ¡U-H-P!” (Uníos, Hermanos Proletarios)“Pasaban masas ya revueltas, mujerzuelas feas, jorobadas, con lazos rojos en las greñas, niños anémicos y sucios, gitanos, cojos, negros de los cabarets, rizosos estudiantes mal alimentados, obreros de mirada estúpida, maestritos amargados y biliosos.”

Sus recursos para ese menosprecio incluyen la desnacionalización, al negarles su carácter de legítimos españoles y contraponerles “la verdadera España”. Y la deshumanización, cuando los describe como seres guiados sólo por el instinto, ajenos a todo impulso noble, indiferentes a los “bienes espirituales” que facilitan la cultura y la religión.

Sólo rescata a la gente de pueblo, y siempre a título individual, cuando se muestran sumisos, leales a sus “amos”.

La lectura de esta obra, más allá del rechazo ideológico que puede producir, aporta una mirada representativa de la actitud de las clases dominantes en una situación de crisis y revolución, no sólo en España.

Llegadas las cosas a ese nivel, nunca proponen menos que el exterminio de los adversarios. Por supuesto no de la clase entera, de cuya explotación dependen sus ganancias, sino de quienes han emprendido el camino de la lucha y de la organización. La aniquilación de un buen número de ellos servirá como disciplinamiento del resto, al menos eso esperan.

Personajes, acciones y desniveles.

El protagonista del relato, José Félix Carrillo, es un joven burgués que comienza como simpatizante republicano, frecuentador de cenáculos de izquierda. El devenir de la república disipa su cercanía inicial y lo arroja a los brazos de la Falange, fascinado por José Antonio Primo de Rivera, con quien traba amistad.

Este episodio tiene un componente autobiográfico, Foxá fue amigo del hijo del dictador, luego de un momento de simpatías más o menos “de izquierda”. Y hasta participó, a iniciativa del fundador, en la escritura del himno Cara al sol, circunstancia que escenifica en un pasaje por lo demás muy logrado.

La trama es sostenida por una historia de amor desencontrado, con José Félix víctima de los prejuicios sociales que llevan a que a su novia “la casen” con un candidato preferible en tanto que propietario de muchas hectáreas. El protagonista lo hará casi todo para reconquistar a su amor, y finalmente lo logra.

Si fuera por ese previsible nudo argumental, por lo demás poblado de resoluciones forzadas, esta novela no hubiera alcanzado notoriedad.

Es su pintura de Madrid lo que la proyecta a un plano superior.  La geografía de la ciudad y su vida social es descripta con maestría, al menos hasta el inicio de las hostilidades.

La narración tiene tres partes. La primera “Flor de lis”, ha sido señalada por la crítica como la mejor de las tres.

Allí se relatan los últimos días de la monarquía. Foxá se permite la mirada satírica sobre sectores de la burguesía, de mentalidad anacrónica y que ni siquiera se dan cuenta del peligro que corren. Como es sabido, los falangistas no sentían apego por la monarquía. Y burgueses y “señoritos” ellos mismos, exhibían cierto desprecio sobre la burguesía conservadora y corta de miras, incapaz incluso de defender con eficacia sus intereses.

El autor transita en esa línea. Señala la estrechez de las preocupaciones, la frivolidad de la mirada sobre la sociedad que habitan, y una autoindulgencia casi ilimitada.

“Himno de Riego”, la segunda parte, sigue el itinerario de la república. El novelista reparte certeros alfilerazos a los burgueses confundidos y temerosos y a los políticos republicanos, a algunos de los cuales presenta como a dirigentes de poca monta, encaramados en el poder desde pasados recientes poco brillantes. Allí reluce otro objeto de su desprecio: La pequeña burguesía en ascenso, que todavía llevaría las huellas de la medianía social en la que había nacido.

Cuando a fines de 1933 los conservadores vuelven al poder, Foxá pinta a mediocridades incapaces de romper con el pasado, encabezadas por el dirigente de la CEDA José María Gil Robles, del que proporciona una imagen un tanto despectiva. Sólo José Antonio aparece con contornos luminosos.

Entre las decenas de personajes que transitan la obra, la propia ciudad es una de las figuras principales. Las peripecias novelísticas la recorren en todas direcciones. No sólo aparecen los grandes sitios, como El Prado, El Retiro o la Plaza de Oriente, sino numerosos cafés y restaurantes, y reductos de la más variada índole, prostíbulos incluidos.

“Hoz y martillo.”

De las tres secciones del libro la tercera, “Hoz y martillo” es, al menos para quien escribe estas líneas, la de menor calidad. Allí Foxá abandona la mirada distante e irónica que predomina en la primera parte y mantiene un lugar gravitante en la segunda. Se decanta por la literatura propagandística, con un maniqueísmo que afecta el nivel de la narración.

Los partidarios del “Movimiento” aparecen nobles y generosos aun cuando asesinan. Hasta se exalta su decisión de matar, nunca calculada y fría en ellos, sino pasional, animada por la justicia de la causa. Tirotear a ciegas desde los techos o surcar las calles en “autos fantasma” para ametrallar a traición, aparece como acto heroico. Despliegues patrióticos de jóvenes que, por sobre todo, aman a España.

Frente a los “señores” que se juegan la vida por la preservación o recuperación de sus privilegios, quienes se mantienen fieles a la república son descriptos como sanguinarios, inhumanos, fanáticos. Guiados por un innoble espíritu de revancha, emergidos de sótanos sociales de los que nunca debieron salir.

Influidos por ideas ajenas al país, inconscientes marionetas de las directivas que vienen de Moscú.

“Madrid ya no era España” sentencia el novelista en más de un pasaje. Escribe, por ejemplo: “Cruzaba calles extrañas, madrileñas, donde ya penetraban las banderas victoriosas del ‘Komintern’. Aquellos hombres con palabras españolas, de sangre ibérica y gestos latinos, eran ya súbditos de Rusia.”

En la última parte el relato toma aspectos de novela de peripecias, con huidas, persecuciones y capturas que se suceden una y otra vez, en la batalla cotidiana por salvar la vida. La ciudad aparece además como llena de espías, delatores, partidarios del alzamiento militar camuflados como izquierdistas.

Quizás lo paradójicamente mejor del tratamiento de Madrid en el conflicto, sea la descarnada mirada de guerra de clases que exhibe todo el texto. Foxá no denota los impulsos “obreristas” ni la retórica anticapitalista que suele observarse entre los doctrinarios del fascismo. Él está por los ricos contra los pobres. Y sólo podrá reconciliarse con estos últimos cuando vuelvan a su lugar de sometimiento, puestos en vereda por la “Nueva España” conducida por Francisco Franco.

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Como ha señalado algún comentarista, quienes exaltan a esta obra como parte de lo mejor que se ha escrito acerca de la contienda hispana, no sólo toman una decisión literaria sino también política. La que abreva en el espíritu de la “transición” en cuanto a olvidar “rencores” y rescatar valores de los “adversarios”. Como señalamos brevemente, la calidad literaria no sale indemne cuando se refiere al golpe en marcha, la ideología hace naufragar en parte al ingenio y la buena prosa.

El libro ha sido objeto de múltiples reediciones, incluida alguna de un gran conglomerado editorial. Hay quien la referenció como “gran novela fascista”, no creemos que sea para tanto.

Como hombre del incipiente régimen que ya era, el novelista asumió el deber de quemar incienso al “Movimiento salvador de España” y a sus “héroes”. Hasta las salvajes proclamas radiales de Gonzalo Queipo de Llano son elogiadas, como sanas expresiones de optimismo y esperanza. Difícil encontrar méritos estéticos en las vulgaridades que Foxá escribe a ese y otros propósitos.

El juicio que parece más equilibrado es el de considerar a la novela que nos ocupa como un documento literario de la mirada falangista acerca de la guerra. Tal vez entre los más rescatables en el campo novelístico. Y de lectura necesaria para aquellos que estén interesados en la comprensión de la guerra. Entre otras cosas como muestra de talento puesto al servicio de una causa reaccionaria, que incluyó el apañamiento de un genocidio.

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