Alicia Eguren: “una fisura en los panteones del peronismo y de la izquierda”
26Ene23Hace unos pocos meses la editorial Colihue lanzó el libro Alicia en el país.
Apuntes sobre Alicia Eguren y su tiempo de Miguel Mazzeo. A 46 años del
secuestro y la desaparición de Alicia Eguren, un 26 de de enero de 1977,
conversamos con el autor (escritor, profesor de la UBA y la UNLa y
militante popular) sobre diversos aspectos vinculados a esta figura histórica
y sobre los modos que eligió para contarla.
Aldana Pedernera y Leonardo Ayala: Cómo se suele decir en estos casos: primero lo
primero. ¿Quién fue Alicia Eguren? ¿Cómo la definirías en pocas palabras?
Miguel Mazzeo: Alicia Eguren nació en Buenos Aires un 11 de octubre de 1925 y en la
misma ciudad, un 26 de enero de 1977, fue privada ilegalmente de su libertad y desde
ese día permanece desaparecida. Es muy probable que haya sido arrojada viva al Río de
la Plata o al Mar argentino en uno de los Vuelos de la muerte. Fue, entonces, una de las
víctimas del terrorismo de Estado implementado en la Argentina durante la última
dictadura militar. Pero no deberíamos reducirla a la condición de víctima.
Alicia fue un cuadro político del nacionalismo, del peronismo, del socialismo
revolucionario. Fue una intelectual, una agitadora cultural, una militante
internacionalista, poeta y también feminista práctica. Una mujer estrechamente
vinculada a hombres destacados de nuestra América, como John William Cooke, Juan
Domingo Perón, Ernesto Che Guevara o Salvador Allende, entre otros. Pero esa
condición, que ha servido para relegarla a los segundos planos de la historia, no debería
ocultarnos la condición más auténtica de Alicia. En el libro arriesgo una hipótesis:
Alicia Eguren fue la mujer que mejor encarnó y simbolizó la idea de la revolución
socialista en la Argentina en las décadas del 60 y del 70. Una revolución que entramaba
a peronistas, marxistas y cristianos (claro está, a las expresiones más plebeyas,
radicalizadas, transformadoras de estas tradiciones). Una revolución que sintetizaba
irreverencias en diversos campos: económicos, sociales, políticos, culturales. Una
revolución que aparecía como viable, como un posible realizable, a partir la experiencia
de lucha de la clase trabajadora argentina y de la síntesis de diversas culturas y
subjetividades emancipatorias.
Hay un hecho incontrastable: la praxis de la izquierda (peronista y no peronista) en la
Argentina fue una praxis de masas, no de grupos aislados de carácter mesiánico,
aventurero y romántico. La rebeldía era colectiva. Eso explica, en buena medida, el
ensañamiento de los represores con Alicia, el plus de crueldad ejercido con una
militante desarmada, no orgánica en sentido estricto y ubicada en posiciones de
retaguardia. Alicia también fue una precursora derrotada. Podría decirse que es una
especie de perdedora olvidada. En estos tiempos no revolucionarios, tiempos de miseria
de la política y de política de la miseria, Alicia luce como una quemadura en la
memoria, como una fisura en los panteones del peronismo y de la izquierda, por lo
menos del peronismo y de la izquierda en sus versiones más convencionales.
AP y LA: ¿Entonces, a partir de lo que señalás, podría hablarse de un carácter
inasimilable de Alicia en la actualidad?
MM: Tan inasimilable como puede ser la experiencia de la generación revolucionaria de
las décadas del 60 y del 70 después de la derrota de su proyecto y el desierto
subsiguiente. Tan inasimilable como puede ser hoy la idea de revolución, o de
pensamiento crítico, o de organización independiente de la clase trabajadora, incluso la
idea más modesta de algunas reformas más o menos significativas en el marco del orden
establecido. No hablo de la idea de la revolución tal como se la concebía hace 50 años,
sino de la posibilidad de resignificar la idea de la revolución en una clave actual. Sé
muy bien que el estatuto de lo revolucionario no es igual a sí mismo; va cambiando en
el tiempo y todo el tiempo, aunque puede que haya algunos aspectos invariantes. Las
revoluciones, las verdaderas, son irrepetibles, inimitables e inexportables. Mi
generación, hija de esa derrota, hija de una caída colectiva, una generación post2
histórica, ha sido incapaz de apropiarse de esa experiencia. Algunas y algunos han –
hemos– intentado reconstruirla, contarla, (incluso lo han hecho con cierta destreza
heurística) pero eso no es lo mismo que apropiarse de ella. En los últimos 40 años hubo
algunos contextos más favorables para esa apropiación, digamos: momentos más
sensibles e intensos como el 19 y 20 de diciembre 2001, la rebelión popular, por
ejemplo. También hubo y hay emplazamientos más idóneos: los movimientos sociales,
las organizaciones populares, los diversos colectivos militantes, el feminismo popular,
el feminismo radical, por ejemplo. Podemos incluir como parte de los contextos
favorables los momentos en que, desde el Estado, se impulsaron políticas de memoria,
verdad y justicia. Pero la constelación de Alicia es difícil de decodificar en este contexto
histórico donde predominan las concepciones que distorsionan las verdaderas relaciones
de las personas con el mundo, donde hemos perdido la capacidad de imaginar un futuro
que no sea distópico. Como se sabe, la distopía es una modalidad del conformismo y la
pasividad. La verdad es que la época que piensa en nosotros (la época que nos piensa),
nos inhibe para pensar a Alicia. El predominio del pragmatismo, los sueños al ras del
piso, o más abajo aún… son taras terribles. De todos modos, no planteo una posición
fatalista. Mi pesimismo tiene matices por donde se cuela el optimismo. Nos queda la
posibilidad de buscar las fisuras de la época, instalarnos en ellas para pensar el futuro y,
desde allí, apropiarnos del pasado, incluida Alicia. Y esta época tiene sus enormes
fisuras.
Quiero decir con esto que solo se podrá evitar la degradación del símbolo Alicia Eguren
si se lo resignifica desde espacios políticos antagonistas, comprometidos con las
transformaciones de fondo.
En Alicia sobresalen los elementos antiimperialistas, anticapitalistas, clasistas y
feministas. Alicia se destacaba por su capacidad para ver las relaciones de fuerzas, los
intereses de clase (y la lucha de clases) detrás de las narraciones, las fraseologías, los
rituales. Se trata de una figura absolutamente incompatible con unos órdenes
bienpensantes, posibilistas. También se destacan sus costados plebeyos; algunas y
algunos podrán decir: populistas, pero que, en realidad, expresan su compromiso y su
participación directa en una experiencia popular impura a los fines de excederla. Pero
Alicia es incompatible con el populismo teórico, con las razones populistas y
posmarxistas, la con las hipótesis concurrentes con el neoliberalismo. También resulta
incompatible con los órdenes más dogmáticos, con el racionalismo extremo o los
imaginarios desnutridos de cierta izquierda. En Alicia la pareja peronismo y marxismo
no remite a una disyuntiva.
AP y LA: ¿Existe para vos alguna forma de apropiarse de esa experiencia o
estamos condenadas y condenados al extrañamiento?
MM. Una forma sería sumarle política al acto –sin dudas importante y de algún modo
también político– de reconstruir y contar la historia. Politizar al máximo la mirada
histórica. Creo que es la única forma que obtener nitidez. Asumir que hay un sistema
cosificador que nos oculta lo subversivo, lo rebelde, lo contestatario que habita en el
pasado (y en el presente). Un sistema que trabaja para desenfocar todo aquello que lo
denuncia. Otra forma sería evitar las operaciones desideologizadoras sobre Alicia. Pero
el tema es complejo. Por ejemplo, tenemos, además, el tema de la violencia, que aun
algunas de las posiciones que reivindican las militancias revolucionarias de los 60 y los
70 prefieren soslayar, creando atmósferas turísticas que distraen de los aspectos más
incómodos. Porque cuesta asumir que la violencia, de alguna manera, está presente en
cualquier política que implique ponerle un límite a un poder opresor que, no hace falta
aclarar, es violento por naturaleza. Ocurre que el poder opresor ha naturalizado y
normalizado su violencia. Al tiempo que presenta cualquier resistencia u oposición
como anomalía, como violencia. Hablo de la violencia en una expresión muy básica,
como tensión y conflicto social, político, cultural.
Alicia es una mujer ligada a la violencia, pero no porque ella fuera una loca, una
fanática, anhelante de sangre o con ansias de inmolación suicidas, sino porque
participaba de un proceso histórico de transformación radical de una sociedad injusta y
opresiva, porque vivió un tiempo en el cual las clases subalternas y oprimidas
amenazaron realmente los privilegios de las clases dominantes de Argentina, al
imperialismo y al capitalismo. Y lo hicieron con confianza e impulso creador. Ese
proceso histórico y ese tiempo generaron nociones legitimantes de una violencia
revolucionaria (una contra-violencia, si les parece mejor a ustedes) que contó con el
consenso de una parte de la sociedad. Por lo menos fue así por un tiempo. Por supuesto,
también es necesario reflexionar sobre los errores del ofensivismo abstracto de algunas
organizaciones, sobre la falta de una estrategia defensiva y una lúcida hipótesis de
resistencia. Pero bueno… pocas y pocos se hacen cargo de todo esto. Es más fácil
recordar a la Alicia que padeció la violencia del sistema en la forma más brutal y
despiadada, la Alicia víctima; y pasar por alto (o silenciar deliberadamente) las razones
de la Alicia militante revolucionaria que, claro está, no eran solo las razones de Alicia
sino de una parte significativa de la sociedad, en especial en sus franjas populares, en la
clase trabajadora.
Luego, en Alicia lo nacional-popular no es compatible con políticas cuyo fundamento es
la acumulación de capital. Lo nacional-popular, para ella, no se ajustaba a las cadencias
impuestas por el ciclo del capital y su comando de la realidad. Por lo tanto, lo nacionalpopular en Alicia no se relaciona con las resoluciones simbólicas, no se corresponde con
los dispositivos discursivos mistificadores. El carácter simbólico y mistificador provee
la flexibilidad que las configuraciones neo-desarrollistas (burguesas, estatales,
“populistas”) de lo nacional-popular reclaman, dado que deben dar cuenta tanto de los
momentos de ampliación de las demandas sociales como de los momentos de
estancamiento y también de recorte y retroceso.
Alicia, y el grueso de la militancia revolucionaria de las décadas del 60 y del 70, vivían
en la certeza de la materialidad de la hegemonía. Otro elemento que vincula la política
popular al conflicto, a la lucha de clases. Se hubiesen cagado de risa frente a cualquier
intento de limitar la hegemonía a las prácticas discursivas y a las articulaciones
simbólicas. Se hubiesen indignado ante tanta indigencia crítica.
AP y LA: Hace algunos años definiste a John William Cooke como un hereje. De
hecho, El Hereje es el título de tu libro tuyo anterior sobre Cooke. En este nuevo
libro sostenés que Alicia fue más herética de John. ¿Por qué?
MM: primero digamos que una hereje, un hereje, se caracterizan por recurrir al
conocimiento y al afecto para comprender a una comunidad cuyo amor no puede
contenerla y contenerlo del todo. Eso puede plantearse sobre Alicia y John respecto del
peronismo y una parte de la izquierda. El ser herético está condenado a vivir la verdad
en relativa soledad, es un ser segregado. Alicia y John comparten la misma herejía, si
digo que Alicia fue más herética es porque le tocó continuar el cookismo en un contexto
histórico de auge de masas, el contexto posterior al Cordobazo de 1969 (y posterior a la
muerte de John, en 1968) con un alza inédita en la lucha de clases y en medio del
estallido de las contradicciones al interior del peronismo. Además, porque era mujer, y
mujer siempre en proceso de empoderamiento. Eso la obligaba a la herejía. Finalmente,
no podemos olvidar los inquisidores que tuvo Alicia. Los peores. Unos capaces de
sintetizar todas las tradiciones reaccionarias de este país: el liberalismo oligárquico, el
nacionalismo de derecha, el catolicismo preconciliar, la Doctrina de la Seguridad
Nacional, entre otras. Su suplicio refuerza su condición herética.
De algún modo, quienes en la actualidad se asumen como la continuación de las
comunidades cuyo amor no podían contener del todo a Alicia y a John, para preservarse,
deben poner en marcha ejercicios de olvido, de exclusión. O ejercicios de purificación
retrospectiva de las almas de las y los herejes.
AP y LA: ¿Por qué hablás de un feminismo practico en Alicia? ¿A qué te referís
con el adjetivo “práctico”?
MM: Porque en la vida de Alicia podemos encontrar infinidad de gestos, acciones,
actitudes en los que ella, espontáneamente, se opone al despotismo patriarcal. Su vida
fue feminismo en acción, en ambientes conservadores, pero también en los círculos
revolucionarios. Desde muy joven y en todos los ámbitos en los que participó, Alicia
rechazó la jefatura patriarcal. Digamos que no prestó consentimiento al mando
masculino tradicional y cuestionó la pedagogía de la crueldad que le es inherente.
Siempre fue ella misma, más allá de los ambientes y las miradas. En el libro recurrimos
a la figura de la parodia de la masculinidad, como una de las manifestaciones de su
feminismo práctico.
Pero también destacamos un feminismo teórico o, si prefieren, consciente. Porque
Alicia estaba al tanto de la situación del movimiento feminista internacional que
adquiere un protagonismo importante en la década del 60 y del 70. En Argentina, a
comienzos de la década del 70, participó de un gineceo virtuoso con la científica Otilia
Vainstok, la escritora Tununa Mercado y la médica Graciela Scolamieri. Este grupo
debatía aportes teóricos del feminismo norteamericano y ya planteaba el tema del aborto
voluntario y delineaban sus fundamentos ético-políticos. Ahora… si buscan documentos
en los que Alicia hable del capitalismo y el patriarcado como co-constitutivos, no van a
encontrar nada. Entre otras cosas porque muy pocas veces Alicia aborda la “cuestión de
la mujer”. Sus intereses estaban puestos en el todo social, que era y es el ámbito más
vedado para las mujeres.
Alicia era anómala. Pero también era anómala la pareja que conformaba con John. Por
cierto, es imposible no pensar a esa pareja como parte de una tradición argentina, más
específicamente peronista, de matrimonios que funcionaron como experimentos
políticos. Me refiero a las parejas políticas del peronismo. Parejas que fueron
constitutivas del peronismo en diversas etapas históricas: Perón-Evita, Perón-Isabelita,
Cooke-Alicia, Néstor-Cristina. Todas estas uniones prendieron políticamente, aunque
sus efectos fueron diferentes. Todos estos matrimonios, en mayor o en menor medida,
estuvieron y están expuestos a las tipificaciones gorilas que solo pueden (y quieren) ver
sociedades políticas viciadas por la ambición, el narcisismo y la megalomanía. Sin
dudas la pareja Alicia-John, que nunca llegó a constituir un gobierno matrimonial, fue la
más anómala de todas, la más descomulgada. Una pareja abierta y revolucionaria.
AP y LA: En el libro desarrollás algunos aspectos de la vida de Alicia que fueron (y
son) considerados como tabú: sus amores y amoríos, sus afinidades y relaciones no
solo ideológicas y políticas con el Che o con Salvador Allende…
MM: Debo ser sincero. Quiero ser sincero. Suelo ser sincero. En un principio dudé de
incluir esos aspectos de la historia de Alicia en el libro. Primero me encargué de
corroborarlos a partir de fuentes muy confiables y algunos documentos. Pero no estaba
convencido, temía alimentar las peores mañas de la chismografía. Además, consideraba
que carecía de los recursos literarios adecuados para contarlos. No quería apelar al
melodrama o al folletín. Pero al mismo tiempo sentía que, si los pasaba por alto, dejaba
vía libre a las interpretaciones más superficiales, morbosas, escabrosas. Consideré que
ignorar esos temas, pasarlos por alto, no haría otra cosa que alimentar la mojigatería.
Cuándo constaté que la subrepresentación de Alicia en el relato histórico respondía en
buena medida a esos costados y que los responsables eran sus propios compañeros (y
hablo especialmente de los varones), decidí dar cuenta de ellos y reivindicar lo que
María Pía López en el prólogo del libro llama la libertad deseante de Alicia. O sea,
constaté que había una historia que permanecía oculta por acumulación de prejuicios.
Esa circunstancia me alentó a contarla. Es cierto que para algunas y algunos puede
resultar fascinante, y que para otras y otros puede parecer un tema secundario. Pero, de
cualquier forma, no podía ignorarla.
De paso, ensayo un cuestionamiento al machismo, a la moral conservadora o a la doble
moral de la izquierda, sobre todo de las generaciones militantes más viejas. Claro,
también tuve en cuenta la consiga feminista (discutida, por cierto) que plantea que lo
personal el político. Así encaré esos aspectos. No sé si los fragmentos del libro que
tocan estos temas están logrados. Tal vez tengan algo de melodramático, de folletinesco,
mezclado con una interpretación psicológica de aficionado. No estoy seguro. Pero, por
lo menos, propongo una interpretación y saco el tema del fangoso terreno de las
habladurías y las condenas moralistas. Algo en este sentido ya había hecho María
Seoane en Bravas.
AP y LA: Seguramente a un sector del kirchnerismo no le desagrada la asociación
entre Alicia y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Vos qué pensás? ¿Cristina podría
ser equiparada a una figura histórica como Alicia?
MM: Tal vez. En algún punto sí… Si me preguntaban hace unos meses seguramente mi
respuesta hubiese sido diferente, por lo menos en un tramo. Muy probablemente les
hubiese dicho que esa asociación giraba sobre algunos aspectos no muy relevantes,
sobre varias similitudes secundarias. Por ejemplo, en relación al tema de las parejas
políticas del peronismo, podría plantear lo siguiente: ni a Alicia, ni a Cristina les tocó
asumir los perfiles (y métodos) emocionales en desmedro de los racionales (reservados
para los varones). Ambas son figuras en donde la emoción y la razón se conjugan, no
hicieron ese reparto machista con sus parejas. No fue así el reparto con Perón-Evita o
con Perón-Isabel.
Pero hoy, después del atentado contra Cristina, solo puedo mantener una parte de mi
respuesta original. Estoy obligado a repensar esa asociación. Estoy obligado a ser más
profundo… o a ver otros costados. Por lo menos estoy obligado a intentarlo.
Obviamente, se trata de mujeres, políticas, en entornos peronistas y patriarcales. La
joven Cristina, la de la década del 70, la que aparece –muy bella– en algunas fotos en
blanco y negro, podría pensarse como una de las hijas de Mamá Alicia, aunque más no
sea por haber compartido retazos de una subjetividad que abarcaba a una parte
importante de la sociedad argentina en aquellos años, en especial del peronismo. Pero la
Cristina montonera, más que a la historia real, se corresponde con la moderna mitología
gorila, con las visiones más reaccionarias, con lo que Ezequiel Sirlin denomina
“Antikirchnerismo esencial”.
En realidad, Alicia y Cristina son diferentes en un aspecto fundamental: una cosa es
cuestionar a fondo un determinado orden y otra, muy distinta, administrarlo y
gobernarlo. Aunque se lo administre y gobierne de un modo relativamente afín a los
intereses populares y con relativa audacia. Alicia quedó asociada a una política de
insubordinación a la hegemonía capitalista y de transformación radical, al esbozo de una
contra-sociedad de las y los de abajo. Cristina, por el contrario, está asociada a una
política de la normalización que, sin dudas, incluye elementos reparadores y un mínimo
de felicidad social. El ascendente popular que Cristina todavía conserva está fundado en
esa función reparadora.
Como figura vinculada a un linaje peronista, Alicia expresa la parte maldita de ese
linaje, nos instala en la posibilidad del pasaje de la Nación al Socialismo, un pasaje que
implica una articulación, pero sobre todo una transfiguración. Pocas y pocos peronistas
pueden o quieren asumir hoy esa parte maldita. Pocas y pocos peronistas sustentan el
punto de llegada. No abunda el peronismo anticapitalista, ¿verdad? Y les diría que
tampoco son muchas y muchos los que se aferran al punto de partida. No hay muchos
indicios de una reedición, desde el peronismo, de un nacionalismo plebeyo de masas, de
un patriotismo popular y radical, ¿verdad?
Cooke decía que el peronismo era el hecho maldito del país burgués. Hoy podemos
pensar a John como el hecho maldito del peronismo burgués (y siempre se impone la
pregunta: ¿acaso hay otro?, ¿habrá otro?, ¿puede haber otro?) y a Alicia como el hecho
recontramaldito. Justamente, los hechos malditos son los que vienen a perturbar lo
normalizado, lo adaptado. Entre una maldita y una normalizadora la diferencia es
notoria.
La figura de Alicia remite a una opción por un sistema alternativo al capitalismo. La
figura de Cristina remite a la recomposición de la dominación del capital, más
específicamente a la opción por uno de los dos (simplificando muchísimo) modelos
capitalistas en disputa: el denominado capitalismo serio que no cuestiona ni desanda las
consecuencias estructurales del neoliberalismo, sino que las asume como ineludible
punto de partida.
Alicia era revolucionaria. Cristina no. Alicia hablaba de insurrección, de huelga política
de masas y Cristina de elecciones y administración del Estado. Alicia era intransigente
con la burguesía y Cristina es armonizadora y conciliadora con el gran capital
transnacionalizado, más allá de que los medios de comunicación monopolizados por la
derecha no la presenten así. De alguna manera, es la diferencia que podemos encontrar
entre el amor y el matrimonio, entre la guerrera y la soldada, entre la revolución y la
política burguesa (aunque se trate de una alta expresión: democrática, relativamente
soberana, progresista, piadosa, sensible, inclusiva, redistributiva, proteccionista).
Alicia es una figura quijotesca y trágica, dispuesta a consumirse en su propio fuego.
Como muchas figuras revolucionarias, fue agonal. Se auto-percibía como una mujer en
transición, aspiraba a la mujer nueva en una sociedad auto-emancipada. Cristina es una
figura institucional, asociada a la administración, al arte de comandar y a la conducción.
Y si la política en nuestros días solo puede ser concebida en clave institucional y
administrativa, eso responde, en buena medida, al hecho de que Alicia fue derrotada y
porque triunfó el proyecto disciplinador. Los efectos de esa derrota (y de otras derrotas
populares posteriores) son los que delinearon una sociedad fundada en la aceptación de
un orden capitalista, burgués, liberal, republicano, es decir, una sociedad basada en la
resignación, que es el pilar más sólido del neoliberalismo.
Alicia está más cerca de la rebelde radical que de la mujer de Estado. Alicia pudo haber
actuado en la proximidad del poder (en Cuba un poco, muchos menos en la Argentina,
recordemos que fue parte del entorno de Perón en los primeros tiempos del exilio del
General), pero nunca participó directamente del poder. Fue un personaje desestatizado,
vinculado al exilio, a la clandestinidad y a la conspiración. Esa es otra diferencia
importante con Cristina. No pretendo hacer juicios de valor –aunque de algún modo
inevitable los estoy emitiendo– solo estoy pensando diferencias a partir de la pregunta
de ustedes. Nunca se me había pasado por la cabeza esa comparación, pero últimamente
noto que está presente en muchas y muchos militantes menores de 40 años.
Seguramente ellas y ellos podrán ver cosas que yo no veo.
Alicia quería transformar de raíz las lógicas sistémicas. Cristina aspiró a resolver
algunas de las fallas más notorias del sistema con algunas cuotas de soberanía y justicia
redistributiva. Pero sin cuestionar las lógicas del sistema. Al contrario, siempre fue muy
clara con los limites de las intervenciones que auspiciaba. Jamás presentó las
contradicciones del país como irremediables. Fíjense ustedes que cuando La Cámpora
compuso una figura de cruce (no es un cyborg) entre Néstor Kirchner y El Eternauta:
El Nestornauta, le eliminó la escopeta (ni siquiera era un fúsil) que este último llevaba
colgada del hombro. No estoy reivindicando ninguna vía armada ni nada por el estilo.
Solo destaco la eliminación de un símbolo que podría asociarse a una posición más
firme frente a los poderes fácticos, a un perfil de militancia un poco más audaz, crítica,
inquisitiva. La eliminación de la escopeta también puede verse como un intento de
eliminar la carga trágica de nuestra historia. Una forma de tranquilizar a las clases
dominantes. Un signo que remite al abandono de las luchas populares más sustanciales
y a una renuncia a los proyectos radicalmente transformadores basados en la
autoafirmación popular. Un signo indirecto, claro. Sin dudas, esto desvirtúa
enormemente el sentido original de El Eternauta: lo hacen regresar absolutamente
derrotado, resignado, sin una pizca de rebeldía.
Es cierto que para la infinita crueldad de las clases dominantes de este país la aspiración
de Cristina alcanza y sobra para que la tilden de yegua, chorra, puta, konchuda,
montonera, para que la odien. Es más, creo que ese odio, que busca componer a Cristina
como la encarnación misma del mal, es lo que confiere a su figura alguna cuota de
mística y leyenda y la coloca compulsivamente en escenarios que parecen de tragedia.
La aspiración de Cristina deviene un gesto violento para las clases dominantes
argentinas porque, sin plantear cambios radicales, igual genera tensiones y conflictos en
lugar de escenificar la impotencia colectiva, un arte en el que el presidente Alberto
Fernández se muestra inigualable. Por eso Cristina está en exceso respecto del campo de
objetividad política impuesto por las clases dominantes argentinas, especialmente por el
complejo agro-mediático. ¿Está o estaba? No lo sabemos, no nos queda del todo claro.
Pero consideramos que sus intervenciones públicas de los últimos años, no solo en los
últimos meses, han sido más bien desmovilizadoras y despolitizadoras del campo
popular. Al margen de la proscripción de hecho que ahora pesa sobre ella.
Sin dudas, ese odio profesado por los sectores mas retardatarios, más impiadosos y más
egoístas del país, también equipara a Alicia y Cristina. El atentado contra Cristina, de
algún modo, la acercó a Alicia. Porque es imposible no ver en ese atentado una
continuidad histórica. Se trata del mismo odio –inalterado– de las clases dominantes
argentinas contra cualquier figura que represente anhelos populares, al margen de los
alcances de esos anhelos, al margen del grado en que esa figura pueda contribuir a
concretarlos.
Tengo la impresión de que el atentado contra Cristina desdibujó por un instante la
diferencia entre el relato mayor que encarnaba Alicia (tumbar al sistema, trascender el
orden burgués, construir el socialismo) y el relato menor que encarna Cristina
(administrar el sistema con cierta sensibilidad sin cambiarlo de raíz). Aunque la época
no lo visibilice, aunque no sea un motivo accesible a los imaginarios políticos
hegemónicos, incluyendo los imaginarios plebeyos-populares, se impuso fugazmente el
relato mayor. El atentado emparentó a Cristina con el relato mayor, la corrió un poco de
su lugar de heroína del relato menor, del relato progre. Pero, al mismo tiempo, la corrió
de la escena política. Por lo menos eso parece.
Si a Alicia, mujer revolucionaria y antisistema, la secuestraron, la torturaron y la
arrojaron viva al Río de la Plata o al Mar; a Cristina, mujer progresista e institucional,
intentaron dispararle con una pistola en la cabeza, volarle la tapa de los sesos. Hay
afinidades evidentes, una línea de continuidad demasiado visible entre los sujetos que
pergeñaron el exterminio de Alicia y el atentado contra Cristina.
AP y LA: ¿Cómo fue el proceso de escritura de una biografía? ¿Cómo encaraste las
dificultades propias del género?
MM: En ciertos aspectos que podríamos denominar investigativos (la palabra es
espantosa, perdón), no dejé lado algunos rigores, diría mejor: obsesiones. Pero trato de
evitar los vicios de los biógrafos dogmáticos. Sé que una vida es indecible. No oculto un
ejercicio que, prácticamente, linda con la fabula: la invención de una unidad, de un yo, a
partir de meros fragmentos. No caigo en la ilusión de la transparencia. Una de las leyes
del género biográfico establece que, en el vinculo que se construye entre el biógrafo, la
biografiada o el biografiado y la lectora o el lector, casi no hay cabida para la
transparencia. Eso es cierto, se trata de un triangulo árido, repleto de dificultades, más
allá del aporte copioso de datos, y más allá de que, en este caso, intente articularlos en
un relato continuo, en una narración más o menos coherente.
En relación a los datos crudos, hay algo que quiero destacar. Que el libro sea
voluminoso, que tenga muchas páginas y mucha información, no quiere decir que esta
sea una biografía definitiva o algo por el estilo. Sería una condición horrible. Sé muy
bien que hay muchas cosas de la vida de Alicia que desconocemos. Algunas,
seguramente, irán apareciendo; otras, posiblemente, nunca. Un ejemplo: a los pocos días
de aparecido el libro, un viejo compañero, Pablo Solana, me comenta que, leyendo
Taberna y otros lugares del poeta salvadoreño Roque Dalton, ve que el libro está
dedicado a un grupo de personas entre las cuales está Alicia Eguren (junto a Regis
Debray, Elizabeth Burgos, José Manuel Fortuna, entre otras y otros). El libro se publicó
en 1969, pero fue escrito en Praga entre 1966 y 1967. Dalton compone muchos de los
poemas de este libro a partir de conversaciones antológicas que escuchó y que sostuvo
con jóvenes checoslovacos y de Nuestra América que se reunían en Ufleku, una taberna
famosa de Praga. Tengamos en cuenta que, aunque ahora nos parezca un itinerario de
viaje extraño, Praga era una estación intermedia necesaria para llegar a Cuba. El Che
estuvo allí en diferentes momentos. Entonces, Alicia también fue parte de esa especie de
bohemia revoluciona e internacionalista que se reunía en Ufleku. Bueno… todo eso yo
no lo sabía y no aparece en el libro. Se los cuento a ustedes, ahora. Creo que ese cruce
entre Alicia y Dalton es interesantísimo. Seguramente hay cientos de historias similares
protagonizadas por Alicia.
En las biografías suele ocurrir que la cuota de información sobre el personaje, el
misterio que lo rodea, es inversamente proporcional a la invención literaria. No estoy
hablando de la invención de hechos y circunstancias, eso sería del orden de la farsa, de
la falsificación y la mentira. Pienso en la invención que se pone de manifiesto en la
misma construcción del itinerario biográfico, en la organización y en la interpretación
de los datos disponibles: las fuentes y los testimonios. Considero que hasta en los
silencios hay invención. Hay que decir además que, muchas veces, los datos disponibles
corresponden a la leyenda que sobrevuela al personaje. O sea, escribir sobre vida de un
personaje histórico importante e influyente es, también, escribir sobre la vida de una
leyenda, escribir la historia de unas construcciones imaginarias, para generar otra
construcción imaginaria.
AP y LA: En Perón. Reflejos de una vida, Horacio González decía que una vida es
más desistencia que cumplimiento, es más imposibilidades que trofeo. ¿Estás de
acuerdo con esa caracterización?
MM: Sí. Soy plenamente consciente de eso y asumo el desafío de lidiar con la
imposibilidad constitutiva del género. Jorge Luis Borges decía que las biografías eran
irrisorias y eran paradojas evidentes dado que consisten en que los recuerdos de un
individuo sean despertados en otro a través de un tercero… Intento ser un biógrafo
crítico, o algo por el estilo. Busco las marcas de la subjetividad de Alicia impresas en
las subjetividades de las personas que la conocieron: familiares, compañeras y
compañeros, y también (aunque más imperceptibles) las marcas que dejó en el mundo,
específicamente en el país. A través de esas marcas exploro la intimidad de Alicia. Los
reflejos (para usar la palabra que usaba González) que un alma especial dejó en otras
almas. Denomino a esos modos como cuasi evangélicos. Aspiro a una re-actualización
de la experiencia vital de Alicia Eguren, con sus desistencias e imposibilidades, y
pretendo transmitir las vivencias que yo mismo experimenté al reconstruir el itinerario
del personaje.
CP y LA: Si la biografía es un género “imposible”, si nadie puede experimentar la
vida del otro, en tu caso, el hecho de escribir sobre una mujer (una “otra”),
supongo que sumó alguna dificultad…
MM: Sí claro, por supuesto, muchas dificultades. Saber algunas cosas sobre Alicia no
fue tan difícil, lo más complicado fue (es) comprenderlas desde adentro. Lo planteo en
un pasaje del libro. En las sociedades patriarcales el lenguaje y la escritura son
machistas. Entonces asumí que, para intentar escribir sobre una mujer, tenía que partir
del reconocimiento de la existencia de una semántica andro-céntrica hegemónica, y de
mi carácter de varón condicionado por mandatos de sexo-género opresivos. No se trata
de pedir perdón por ser varón, relativamente blanco, heterosexual, de 50 años, sino de
reconocer las limitaciones de mis condiciones de socialización masculina. Son las
limitaciones de toda mi generación y de una parte importante de la sociedad que, a pesar
de los avances de los últimos años, sigue siendo machista. En algún punto la escritura
me sirvió (eso creo, eso espero) para comenzar a desaprender y desandar la
masculinidad opresora.
AP y LA: Más allá del paso del tiempo, y considerando que vivimos en una época
muy diferente a la de Alicia, ¿en que aspectos consideras que radica la vigencia de
Alicia?
MM En varios. Algunos se deducen de lo que acabo de decir.
Alicia nunca fue orgánica de ningún partido. Fue parte del movimiento peronista, pero
siempre estuvo alejada y en conflicto con sus instancias formales. Luego, ya consumado
el tránsito ideológico-político de la Nación al Socialismo, cofundó con John Acción
Revolucionaria Peronista (ARP). Una organización por fuera de las estructuras políticas
del peronismo pero que lo asumía como punto de partida identitario. Aclaro: no veo en
ese pasaje de la Nación al Socialismo una transición del error a la verdad, sino la
adquisición de una verdad que, en un país periférico y dependiente, es más contenedora,
ás abarcativa. Ahora bien, vale la pena detenerse en el nombre de la organización, su
organización: Acción. Es decir, la idea no era colocar unos principios y métodos por
arriba o por fuera de todo debate, sino expandir, propagar, ocupar, contagiar. ARP, más
que una institución vanguardista era una convocatoria abierta a la praxis vanguardista,
un llamado a su multiplicación. Por eso ARP fue la organización madre de todas casi
todas las organizaciones revolucionarias de los 70. (Vale decir que su contribución
todavía no ha sido estudiada y valorada lo suficiente). Por eso Alicia pudo jugar el rol
de articuladora política al interior de los sectores revolucionarios del peronismo y entre
estos y la izquierda marxista. Por eso Alicia queda como emblema de las mejores
experiencias políticas frentistas de la izquierda argentina, como fue, por ejemplo, el
Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS). En eso veo un gesto que vale la pena
rescatar.
AP y LA: Al final del libro, un poco a lo Domingo F. Sarmiento, otro poco a lo
Walter Benjamín, invocás el fantasma de Alicia, ¿a qué convoca ese fantasma?
MM: A muchas cosas. Nos convoca a un compromiso político y ético vinculado con la
lucha por la emancipación humana. Nos convoca a una épica. Nos convoca a muchas
tareas vinculadas con la construcción de una patria justa, libre y soberana; una patria
socialista en los términos de Alicia. Aunque, claro está, repensada en nuevas claves y
actualizada a nuestras condiciones históricas. Seguro es un fantasma que nos
acompañará en el camino de la organización y la lucha popular y no en el camino que
conduce a una oficina de un ministerio. Sospecho que los fantasmas no son muy
compatibles con los ministerios y con las burocracias en general.
AP y LA: En algunos pasajes de Alicia en el país es posible detectar una mirada un
tanto nostálgica. ¿Estás de acuerdo?
MM: Si absolutamente. Pero tengo que hacer una aclaración. Esa nostalgia no debería
confundirse con melancolía pasiva, con afanes de restauración de lo viejo, con la pena
por un tiempo irremediablemente perdido, sino con una forma de la crítica. Desde muy
joven he recibido la influencia de corrientes de pensamiento que recurren a la nostalgia
del pasado como método revolucionario para una crítica del presente.
AP y LA: ¿Cuáles son los objetivos que perseguías cuando comenzaste a escribir
esta biografía? ¿Cambiaron en el transcurso de la escritura o después?
MM: Mis objetivos centrales fueron los mismos desde el inicio. No los cambié. Y en
ningún momento los oculto. Es evidente que pretendo generar ciertos sentidos y
contrarrestar otros. Cuestiono la política menguada a la gestión, la política como
escenificación de la impotencia colectiva, también las visiones patriarcales y opresoras
y los vicios del mando masculinizado. Intento una modesta contribución a la
despatriarcalización de la memoria como forma de ratificarla como terreno de una
disputa fundamental. Trato de ponerle coto a la crueldad de la historia en el país del
olvido; y también a la crueldad de la historiografía y de cierta narrativa nacionalpopular que, asentadas en la normalidad burguesa, reivindican la revolución como puro
pasado.
Como escritor-activista-militante aspiro a construir referencias histórico-políticas para
las luchas concretas, a restituirle a la militancia popular una figura desbordante, una
figura embarazosa para la política normalizada y para los realismos políticos que, en
todos sus formatos, no permiten que nazca la imaginación subversiva. No me resigno a
que la historia se convierta en un parque de diversiones. Deseo promover la invención
de cosas nuevas a partir de los restos de Alicia, construir a partir de las ruinas de la
historia.
Les digo, especialmente a mis compañeras: aquí tienen una ancestra formidable, no se
olviden de ella, no dejen de considerarla a la hora de proyectar hacia el pasado su
comunidad militante y de fundar parentescos matriarcales, a la hora de reconstruir sus
imaginarios histórico-políticos. Alicia es cada vez más necesaria para luchar contra las
miserias del neoliberalismo y del patriarcado… Espero lograr esos objetivos, aunque
más no sea un grado mínimo. Espero que haya alguna coincidencia entre mis
significaciones subjetivas y las significaciones objetivas de mi trabajo. Resumen Latinoamericano. ilustración: Melisa Blois
Foto: Natalia Degadillo