El Quijote a dúo
12Feb23La literatura puede ser un terreno favorable a la hora de estrechar una amistad, de abrirse juntos a un mundo nuevo. Quien esto escribe, en los lejanos días de su adolescencia, cultivó su vínculo con un amigo a través del recorrido en común de las páginas de Don Quijote de la Mancha.
Hace un par de meses murió Francisco Cupeiro, gran amigo de la secundaria que siguió siéndolo por más de cuatro décadas. En aquellos días de escuela nos separaban unas pocas cuadras y algunos gustos musicales. Nos acercaba casi todo lo demás.
De las muchas experiencias compartidas con él me ronda la cabeza una que puede aparentar ser no tan relevante, pero lo fue y mucho.
Corría 1975. Aún teníamos frescas en la memoria muchas escenas que suscitaban optimismo, el “Se van, se van y nunca volverán”, para mencionar una. Ezeiza; las amenazas primero y los asesinatos después, por parte de las tres A, la prédica constante contra “guerrilleros” y “extremistas” habían echado sombras ominosas sobre los entusiasmos de poco tiempo antes
Las movilizaciones populares no nos habían llevado a la militancia pero sí a una activa simpatía con ellas, sin muchas precisiones ideológicas. El clima de miedo no hacía cambiar nuestras incipientes ideas, sí las ponía un poco a la sordina.
Una dupla de lectores.
En medio de ese clima, compartíamos aula del cuarto año de una escuela “comercial”, ambos con dieciséis años. El cultivo de la literatura de ficción podía ser una vía de escape o parte de una búsqueda más profunda. Emprendimos lo segundo.
Estábamos imbuidos del afán de elevarnos por sobre la vida cotidiana. De abrirnos a un mundo que sin excluirlos, fuera más allá del estudio, la música y las chicas. Decidimos encarar la “alta literatura”. Y qué mejor para eso que un clásico indiscutible.
Creo que los dos casi a un tiempo escogimos enfrentarnos con la obra maestra de Cervantes. Y comenzamos a leer en paralelo el Don Quijote. No juntos sino cada uno por su lado y al mismo ritmo, capitulo por capitulo.
No recuerdo que edición tenía mi amigo. La mía era una herencia de mi abuelo español, tres tomos con tapa dura y papel rústico, de la Biblioteca de La Nación. Llegué a amar esos volúmenes, que aún conservo, a despecho del encuentro posterior con ediciones más prolijas y eruditas.

A diario comentábamos en común lo leído, lo que renovaba y enriquecía el gran placer dispensado por la lectura. Las aventuras del hidalgo manchego y su campesino escudero invadían nuestros frecuentísimos encuentros fuera del horario escolar. Asimismo la caminata compartida hacia la escuela o de vuelta de ella, y hasta alguna charla en horas de recreo.
Como lectores en su momento de “versiones para niños” (¡ah, la Biblioteca Billiken!), ambos conocíamos el lineamiento general de la historia y varios de sus episodios más conocidos. En cierta medida lo nuestro era un “reencuentro” más íntimo con una obra de la que ya habíamos surcado la superficie.
De la risa franca a la honda melancolía.
Cada uno tenía sus preferencias. Más afín a la veta humorística, Paco se divirtió mucho con la credulidad y los refranes de Sancho, y le veía la veta risueña a las resonantes derrotas del caballero andante.
Por mí parte, todavía ganado por un concepto de la épica algo infantil, disfrutaba de los escasos triunfos del de la Triste Figura. Como su famoso duelo con el Caballero de los Espejos o el menos recordado combate con el vizcaíno. Y detestaba con la misma intensidad las repetidas veces en que el héroe terminaba en desaire y apaleado.
Ambos experimentamos una fuerte identificación con uno de los momentos más “quijotescos”: Cuando el caballero libera a un grupo de prisioneros de sus guardianes y los deja libres. Nos dimos cuenta que si algo significaba “desfacer agravios”, era esa fuerte desconfianza hacia la autoridad y la acción concreta de dar la libertad a los condenados.
Llegados a la segunda parte gozamos las burlas de los duques y sus extravagantes consecuencias. Nos faltaban años para comprender que Cervantes pintaba a aristócratas ociosos y envanecidos. Los que se mofaban impunemente de un hombre que tenía una gran superioridad moral sobre ellos.
A esa altura revaloricé a Sancho y Paco reforzó su entusiasmo por el personaje. Más allá de la innegable comicidad de los sucesos, su “gobernación” de la supuesta “ínsula” lo mostraba como alguien capaz de desplegar una peculiar sabiduría aldeana.
Terminados los episodios en tierras ducales a ambos comenzó a invadirnos la melancolía de las aventuras crepusculares en tierras catalanas, como el encuentro con el bandolero Roque Guinart. Cierto clima trasuntaba el ocaso inminente del vagabundear a lomos de Rocinante.
Y luego la culminación de la tristeza: El éxito de la conspiración de tres mediocres; el cura, el barbero y Sansón Carrasco, para dar por tierra con la genial locura del caballero honorable y justo. Paco y yo, a despecho del distinto talante frente a otros pasajes, odiamos por igual a esos tres oscurantistas disfrazados de sabiduría.
Demás está decir que seguimos en la misma vena durante el tristísimo regreso a la aldea, con la fantasía de hacerse pastores que poco después sería frustrado por la muerte de Alonso Quijano, el bueno.
Por esos mismos días nos encantamos con Vencidos, el gran poema de León Felipe musicalizado por Joan Manuel Serrat, que trata precisamente de ese retorno y de todos los reveses injustos que en el mundo han sido.
Nuestra disposición literaria no llegó en ese momento a la lectura de poesía española, pero aquellos versos nos dejaron entrever un mundo grandioso con el que reencontrarnos tiempo después.
Arribamos al final de la lectura fortalecidos en el común amor a España. E impresionados por la apabullante genialidad cervantina. Éramos conscientes de haber salido más adultos después del recorrido del libro. Y con la expectativa juvenil hacía el mundo diferente que habíamos atisbado en sus páginas.
Para satirizar a las “novelas de caballerías” hubiera alcanzado mucho menos. Nuestra intuición era que nos encontrábamos ante un elogio bello y elocuente a los actos nobles, las luchas desinteresadas y el pensamiento idealista. Y como tal trascendía los lugares y las épocas.
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Siguieron otras lecturas en dupla, por caminos tan diversos como Sobre héroes y tumbas o El Estado y la revolución. Obras que nos cautivaron por distintas razones. La inicial experiencia quijotesca no fue superada. Y se incorporó a un patrimonio en común único e intransferible.
Un recuerdo para Paco. A la amistad compartida, a los claroscuros de la sociedad en que nos tocó vivir y de nuestras respectivas vidas. Y a la perenne evocación de aquella obra impar.
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