Los débiles argumentos de las élites xenófobas

Los débiles argumentos de las élites xenófobas

2Abr23 0 Por Adriano Prandi

Este miércoles 29 de marzo, luego de tres horas de sesionar, la Cámara de Diputados de la provincia de Mendoza aprobó un proyecto para declarar al mapuche como pueblo no originario del territorio argentino.

Esta resolución implica la confirmación de una escalada en el conflicto territorial en la cual una parte de las élites dominantes de nuestro país persiste en la negación del carácter violento de sus privilegios actuales. Desde hace unos meses atrás, varios medios de comunicación -locales y nacionales- volvieron a instalar en la opinión pública un debate que se viste con ropajes científicos. Pero que carece absolutamente de un análisis profundo de la historiografía, la antropología y la etnografía producida en las últimas décadas en el sur del continente con respecto a este tema.

La discusión sobre si el pueblo mapuche es o no originario del territorio argentino -desde esta mirada elitista y xenófoba- está centrada en que los archivos coloniales y postcoloniales no mencionan el término mapuche, ni tampoco en las crónicas de los siglos precedentes a la consolidación del territorio nacional. No conformes con instalar este relato, los medios de comunicación -afines a sus ideas- se aventuran en proclamar que el pueblo mapuche representaba una lógica agresiva frente al orden en las fronteras patagónicas y que fue el responsable del “exterminio” de los pueblos tehuelche y pehuenche, éstos sí reconocidos como “originarios” del territorio nacional por los “expertos” en la materia.

No es pretensión de estas líneas sumergir a las y los lectores en la ardua arena de las fuentes históricas. Pero sí mencionar algunos puntos argumentales, que son importantes para rebatir la falta de solidez de razonamientos que no tienen otro objetivo que deslegitimar los reclamos territoriales sobre espacios que -desde hace más de un siglo- han sido apropiados por el capital privado y puestos al servicio de la estructura productiva de un país que acumula desigualdades no sólo en materia económica, sino también en término de derechos políticos.

El primero de estos argumentos ya fue puesto en evidencia hace unos años por el comunicado de un conjunto de investigadoras e investigadores del Conicet. El pueblo mapuche -como tantas otras naciones que habitaban el territorio austral- no es argentino ni chileno, sino que preexiste a la consolidación de las fronteras estatales modernas. En ese mismo texto se pone en claro algo que es central en la discusión: la cuestión del despojo de tierras llevadas adelante por las campañas militares de fines del siglo XIX e impulsadas por los Estados argentino y chileno. Despojo que es sostenido hasta la actualidad y que está en el centro del conflicto en cuestión. No debemos olvidar que si las comunidades mapuches no reclamaran por el territorio -y sólo bregaran por nociones identitarias- no serían tan fuertemente estigmatizadas por las clases dominantes.

Otro tema que es importante rescatar en el debate es el de las fronteras políticas y culturales. Lo que sí demuestran las fuentes históricas es absolutamente contrario a lo que buscan en ellas los “expertos” financiados por el poder. Es decir, que las fronteras han sido espacios de intercambio, puntos de encuentro y desplazamientos, más que barreras de separación y segregación. Esto, claro está, no excluye el conflicto y los enfrentamientos armados. Pero están muy lejos las fuentes de mostrar a grupos identitarios autocontenidos, y mucho menos que se los pueda encontrar a un lado de la cordillera de los Andes y no al otro. Los registros arqueológicos en los pasos cordilleranos dan un mayor sostén a estas hipótesis. También están los trabajos que dan cuenta de un amplio corredor comercial y productivo en los siglos XVIII y XIX, que van desde esos mismos pasos cordilleranos hasta el sistema de Tandilia. La presencia de la cultura mapuche en todo ese entramado de relaciones sociales es innegable. Las investigaciones sobre las ferias estables de intercambios en Cairú y Chapaleofú son tan sólo uno entre tantos ejemplos de este constante sistema de relaciones entre los pueblos indígenas y de éstos con la sociedad colonial y criolla.

Estos ejemplos que nos brinda la historiografía se centran en la frontera sur de la provincia de Buenos Aires y no en otros territorios por razones de presencia de fuentes. Pero es completamente lícito -y lógico- imaginarlos en espacios mucho más amplios. Además, dan cuenta de algo que está en la mayor parte de las investigaciones sobre el tema y que refuta absolutamente el argumento de hostilidad de estos pueblos esgrimido por las élites de Chile y de Argentina. Que no se trata de pueblos que elijan la guerra, el saqueo y el secuestro como fuente de recursos. Han sido, por el contrario, los cambios en las políticas con respecto a la frontera indígena por parte de los gobiernos del Estado de Buenos Aires y del Estado Argentino los que violentaron e imposibilitaron la continuidad de dichas relaciones económicas, culturales y sociales. Lo que estaba de fondo en estos cambios es bien sabido. La consolidación del Estado trastocó las relaciones de fuerzas, y las ambiciones de nuevas tierras para incorporar al modelo productivo agroexportador fueron las que lanzaron a las elites dominantes a una campaña de expulsión, apropiación y saqueo. A un lado y al otro de la cordillera.

Por último, hay un punto que no es menor ya que está en el centro de las confusiones que interesadamente esgrimen los intelectuales a sueldo de los medios de comunicación que difunden las ya mencionadas barbaridades: el de los nombres de los pueblos. Es bien sabido para la historiografía que las sociedades humanas son denominadas generalmente desde fuera y, las más de las veces, que las denominaciones que gozan de una mayor difusión están mediadas por el poder. Las sociedades que dominan también denominan. Para los incas, los pueblos de la Patagonia eran “aucas”. En quechua, una de los significados de esta palabra puede entenderse como “indómito”, “salvaje”. De hecho, a pesar de los recurrentes intentos, el Estado incaico nunca pudo penetrar más allá de las fronteras del río Maule.

Por su parte, los colonizadores españoles tomaron esta palabra para referirse a los pueblos patagónicos como “araucanos”. Este término sirvió para intitular el poema épico de Alonso de Ercilla, escrito en el siglo XVI, “La Araucana”. Seguramente es debido a la fama de ese texto que el término “araucanos” sirviera para denominar a grupos culturales que habitaban una región específica. Pero también es claro que las crónicas y las fuentes coloniales -de ambos lados de la cordillera- demuestran mucha más ignorancia que conocimiento sobre las sociedades a las que buscaban por todos los medios conquistar, reducir y explotar. Que este término, “araucanos”, sea utilizado mucho más del lado oeste de la cordillera que el del este tiene que ver con varios factores, entre los que la estrechez de territorio y cercanía con la capital santiaguina no son menores.

El término “mapun-che”, o gente de la tierra (mapu-tierra y che-gente) -algo que parece olvidársele a los abogados, ingenieros y juristas que no dudan en autoproclamarse historiadores en los periódicos en los que escriben- difícilmente pueda encontrarse en las fuentes coloniales porque se trata de una autodenominación. Por eso es un término que recién comienza a ser tenido en cuenta a fines del siglo XIX, y más fuertemente a partir de los trabajos etnográficos y antropológicos del siglo XX. Por más que busque y rebusquen en las fuentes no van a encontrar esa terminología, ni en las relaciones, ni en las crónicas, ni en los relatos, aunque esto (por mucho que lo nieguen) exprese -en medida similar- la ignorancia de los colonizadores españoles y de los intelectuales funcionales contemporáneos con respecto a las sociedades precolombinas.

Quedará para otro artículo, por ser un tema que no debe ser menospreciado, el rol que jugó el diario La Nación en la construcción y difusión del mito (triste, por cierto) de los “mapuches chilenos”. Más importante aún en tiempos en los que el poder legislativo provincial pretende retomarlo para dar forma legal a nuevas injusticias y una renovada política de saqueo. En principio, nos contentamos aquí con sumar algunos puntos argumentales que no pueden estar ausentes en el debate.

En definitiva, el punto más recurrido de sus pálidos argumentos es el de vanagloriarse de la impunidad de los vencedores. Se olvidan que la existencia de los pueblos va mucho más allá de si son reconocidos por un poder que siempre los ha negado, silenciado, excluido y expoliado. Sin embargo, estos pueblos jamás olvidan que su desarrollo cultural y vital depende de recuperar las tierras que las élites siguen acaparando en beneficio de sus negocios extractivos. El del país, aun cuando muchos se nieguen a reconocerlo, también.

Adriano Prandi.