Horacio Quiroga, el escritor en la espesura

Horacio Quiroga, el escritor en la espesura

11Abr23 0 Por Daniel Campione

Como para tantos, Horacio Quiroga fue parte de mi infancia, a través de los Cuentos de la Selva para los niños. El libro fue regalo paterno. Los años de adolescencia me llevaron a la travesía por el resto de su narrativa. Un hiato de varias décadas no impidió que me dirigiera de nuevo hacia su obra.

Mi abuelo materno cultivaba cierto vago nacionalismo hispánico obsequiándome versiones adaptadas de clásicos españoles. O se remontaba a la antigüedad con síntesis de La Ilíada o de La Eneida.

Mi papá, en cambio, “criollista” moderado pero consecuente, optaba casi siempre por la literatura nacional. Y allí vinieron los cuentos ambientados en Misiones, a mis 10 años.

La tortuga gigante, los flamencos y sus medias, y otros animales convertidos en personajes de cuento me deleitaron en relecturas reiteradas. Mis favoritas fueron las rayas del Yabebirí, cuya actuación contentaba la avidez por batallas y heroísmos que yo cultivaba por entonces.

Los cuentos del monte en días de adolescencia.

Retomé la obra del hombre de Salto unos años después, ya avanzada la adolescencia, y pasé por varios de sus libros en poco tiempo. Sin desdeñar las narraciones de ámbito urbano, los relatos situados en la selva misionera continuaron siendo mi debilidad. Así recorrí los cuentos de Anaconda, El desierto, Los desterrados y otros volúmenes.

Sólo años después pude relacionar esa predilección con el carácter de aquel ámbito remoto y despoblado. San Ignacio era en el primer tercio del siglo XX la más alejada periferia de la sociedad argentina. País que escondía bajo la capa próspera y de aspecto moderno sus múltiples desequilibrios y hasta resabios precapitalistas.

El ámbito misionero era además, de frontera. Brasileños transitan por allí, también algún paraguayo. El Estado nacional ha llegado en forma de puestos policiales y de alguna burocracia un tanto fantasmal. Como el juez de paz y encargado del registro civil que protagoniza uno de los relatos.

Ese universo remoto y marginal constituye sin duda parte del atractivo de la narrativa quirogueana.

Hacia el reencuentro.

En estos días, decidí acercarme de nuevo al escritor uruguayo. El estímulo inmediato lo constituyó la extensa mención suya en la biografía de Alfonsina Storni escrita por Josefina Delgado, que leí hace poco.

El cuentista y la poeta mantuvieron un vínculo prolongado que fue del amor a la amistad, y abarcó una tentativa frustrada de irse juntos en uno de sus viajes a la selva. Quién sabe qué trances hubieran pasado en Misiones. Consejos disuasorios de amigas y amigos convencieron a Alfonsina de quedarse en Buenos Aires.

Ellos dos, junto con Lugones, forman el mítico trío de escritores suicidas de la “década infame” al que se refirió en aquellos tiempos Alfredo L. Palacios. Y que en nuestros días ha llamado la siempre aguda atención de María Pía López,

La algo morbosa fascinación que emana de las vidas solitarias, las desgracias sucesivas, la muerte por mano propia, nos atrapa a muchxs.

 La obra del “desterrado” en la selva exhibe atractivos que exceden largamente los de su torturada trayectoria vital, que sin embargo tiñen toda su lectura. Hasta en los cuentos para niños se atisban contornos trágicos.

Ya no tengo conmigo los ejemplares de Losada, con tapa blanca rugosa e ilustraciones coloridas en la portada. Me agencié entonces los Cuentos completos, editados por Seix Barral.

No fue consecutiva la obtención del ejemplar con la lectura. Pasaron unos pocos días hasta que el insomnio dio conmigo y la emprendí con la compilación. Por sugerencia que hace el prologuista Sergio Olguín fui primero a “La meningitis y su sombra”, una historia de amor en el que una relación teñida por la fiebre y el delirio de la enfermedad conduce a un final venturoso para la pareja del cuento.

Los “exhombres”.

De allí me dirigí a algunas piezas incluidas en Los desterrados, que recordaba como uno de los libros que más me atrajo. Y volví al fin, a la selva, a sus hombres duros, pero muy golpeados por la vida. A muchos kilómetros de su lugar de origen, carentes de vínculos, hundidos en el sinsentido.

El hastío, los desencuentros, y el alcohol han reducido a algunos de ellos a la condición de “exhombres” (así los denomina el narrador).  Varios han caído desde una trayectoria promisoria como profesionales o técnicos. Y allí van, de algún pequeño fracaso adicional, a la muerte, sea la propia o la de sus seres queridos,

Después de varios cuentos me venció el sueño. Ya estaba consumado mi reencuentro con la escritura clara y las tramas cautivantes de aquel hombre que, como sus personajes, vivió en la selva, abandonando menesteres tan citadinos como el de comentarista de cine. Que solo volvía temporalmente a la ciudad para regresar al tiempo a sumergirse en el monte.

La edición que llegó a mis manos incluye muchos relatos no reunidos en libros. T asimismo los integrados a volúmenes algo olvidados, que mi vista jamás holló. Así que no sólo habrá reencuentro, sino descubrimiento de facetas que hasta ahora no conocía.

Jorge Luis Borges, despectivo sin reparos cuando quería, redujo los méritos literarios de Quiroga a “superstición uruguaya”. Valga la discrepancia. El cuentista, oriental de nacimiento, es sin duda una realidad argentina.

Hay literatura de ficción, que puede proporcionar felicidad. La obra de Quiroga forma parte de ese conjunto no muy nutrido. En mi caso realzado por la posibilidad de retomar un contacto asiduo en días ya lejanos.

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