Donde el barro se subleva

Donde el barro se subleva

3Jun23 0 Por Eugenia Segura

En el marco del Festival de Cine por los DDHH, se estrenó el 1 de junio el documental H.A.M. Historia del Agua de Mendoza, en un cinema paradiso llamado York. Resuenan los tambores en pleno corazón de Olivos.

Se siente la fuerza, la fiesta que fue. ¿Cómo narrar una pueblada?  Todo un acierto de Bernardo Blanco, elegir la manera más sencilla y honesta de contarlo: que hablen por sí mismos los hechos y la gente, tal como los está viviendo, en tiempo real.

El enfoque se abre a la multiplicidad del acontecimiento en crudo: videos, audios y fotos transmiten intactas las emociones que atraviesan los cuerpos y las cuerpas del protagonista absoluto. Salta de la pantalla, hasta la fibra sensible, justa del espectador, esta experiencia oceánica de hacer pueblada.

Desde el río que desborda el cauce en cada parte del mapa, hasta el mar de fueguitos que desemboca al final del calendario, diez días de gente que se vuelve agua para caminar kilómetros, agua que se vuelve gente para el abrazo de gol, donde confluye la felicidad con la conciencia colectiva. Nada más y nada menos que eso es el regalo que el y la espectadora se lleva: una inyección de esperanza de la buena, tan necesaria. A menos que sea extractivista, claro.

La tensión narrativa es sin duda el reto y el logro más evidente de este film. Otro acierto de Blanco es no aburrir con nombres y apellidos de la insignificante rosca política local, sino mostrarlos precisamente en toda su soberbia y prepotencia del principio, en toda su insignificancia al final. Con sus gestos y sus rostros verdaderos, en plena rosca, apenas señalados como muñecos de un video juego por el logo del partido político al que pertenecen por un rato.  Consigue así arrancarnos más de una sonrisa, entre climas de bronca y represión, lágrimas de todo tipo, y mucha piel de gallina ante tanto amor de agua y pueblo.

Justicia poética, podría decirse, del raro equilibrio que alcanza. Épica sin serlo, un paso más acá de la vieja lógica de héroes y villanos, donde heroísmo puede ser desde una donación de tortitas, a filmar infiltrados diciéndole en la cara lo que son. Poética sin ser lírica, porque lirismo y heroísmo podrían llamarse aquí simplemente solidaridad y hermandad.

Verla en pantalla grande, en un cine de los viejos, donde muchas almas están sincronizadas a las mismas frecuencias, le dio también un plus de experiencia sagrada, de umbral donde no se sale igual a como se entró. De cuánta gente junta vibrando por lo mismo. Ahí también la fiesta saltó de la pantalla, en ese estribillo en donde como un todo nos ponemos a cantar lo de siempre.

Y ese es, para mí, el gesto performativo más bello y poderoso que Bernardo Blanco y equipo (¡hay equipo!) le imprimen a este film, que rehúsa la voz en off, las entrevistas, las jerarquías y personalismos, para llevarnos donde la realidad, por obra y gracia del montaje, roza la ficción para volverse aún más verdadera, y transformarla. Quedan resonando los tambores por donde se mire. ¿Quién puede resistirse a esta llamada?

Eugenia Segura