Nin, vida y muerte de un revolucionario
25Jun23El líder del Partido Obrero de Unificación Marxista fue dirigente del internacionalismo comunista y figura relevante del proceso revolucionario español. Agentes de la inteligencia soviética acabaron con su vida, con importantes complicidades hispánicas.
Andreu Nin había nacido en 1892 en una población de la provincia catalana de Tarragona. Cuando es asesinado en junio de 1937 tenía 45 años.
Estudió para maestro de escuela. Había iniciado su militancia muy joven, en agrupaciones del nacionalismo federalista catalán. Tuvo un paso breve por el partido socialista y luego se incorporó a la CNT, en una perspectiva no anarquista, sino más bien sindicalista revolucionaria. Llegó a ser nombrado secretario general. Sufrió un atentado de los sindicatos patronales que casi le cuesta la vida, en 1920, durante el período más álgido de violencia antiobrera en la urbe industrial catalana.
Al año siguiente fue designado por un congreso de la central obrera como delegado al congreso de la Internacional Comunista y a la convocatoria de fundación de la Internacional Sindical Roja. Quedó integrado a ambas internacionales y, cautivado por la revolución rusa, se decantó por el leninismo y abandonó la CNT.
Vivió durante unos años en Moscú y llegó a ser colaborador de León Trotsky. Cuando se inicia la ruptura del revolucionario ruso con Stalin, Nin pasa a revistar junto a aquél en la oposición de izquierda, a la que se integra ya en 1926.
Dirigente del POUM y de la revolución española.
Como consecuencia de ese alineamiento, en 1930 debe abandonar la Unión Soviética. Proclamada la Segunda República retornó a territorio español. Como parte del bagaje que trajo de la URSS estuvo su acabado dominio del idioma ruso, que supo volcar en eficaces traducciones de grandes obras escritas en esa lengua, incluidas las versiones castellanas de Ana Karenina, de León Tolstoi y algunas obras de Anton Chejov. En 1931 vuelca en un libro su análisis sobre el transcurso de la revolución española, El proletariado español ante la revolución.
Su papel fue decisivo en la formación de una agrupación trotskista, denominada “Izquierda Comunista de España”, afiliada a la oposición de izquierda internacional. A poco andar se presentaron diferencias con Trotsky. Éste pretendía que el grupo se incorporara al Partido Socialista Obrero Español, para luchar desde adentro en una perspectiva revolucionaria radical.
Nin y sus compañeros prefirieron seguir actuando con autonomía y buscar la unidad con otras organizaciones afines. La discrepancia condujo a una ruptura con el disidente ruso e Izquierda Comunista resolverá luego fusionarse con el Bloque Obrero y Campesino, agrupación proveniente de una importante fractura del Partido Comunista en Cataluña. Era una fuerza mucho más numerosa que la de Nin y no tenía procedencia trotskista.
Se funda así el Partido Obrero de la Unificación Marxista (POUM). La distancia con Trotsky, asimismo contrario a esa fusión, se ensancha aún más.
Entretanto Nin participa en la insurrección de Asturias y antes en algunas acciones de los anarquistas.
En un nuevo parteaguas con la línea trotskista, el POUM opta por adherir al Frente Popular ante los comicios de febrero de 1936. Firma el acuerdo y al poco tiempo vira a una postura crítica. Pero la herejía de participar en una alianza antifascista que incluía partidos burgueses ya estaba consumada.
Producido el golpe encabezado por Francisco Franco, Nin queda como líder del POUM, ya que el otro dirigente encumbrado, Joaquín Maurín, había sido sorprendido por el alzamiento en Galicia y quedó en la cárcel durante toda la guerra. El fundador de Izquierda Comunista viaja por el país, habla en público, se hace más conocido en los medios obreros y populares.
Cuando se constituye un consejo de gobierno en Cataluña, en septiembre de 1936, pasa a ser consejero de Justicia. Organiza desde allí los tribunales populares y mantiene posiciones duras en la represión de los elementos burgueses y pro fascistas.
Según un reciente biógrafo, Andreu Navarra, durante su gestión como consejero: “Intenta, consiguiéndolo en parte, frenar la violencia incontrolada contra elementos derechistas, canalizándola a través de una justicia legal con funcionamientos aparentemente legales. Las ejecuciones bajan. Monta una revisión del sistema de las sentencias de muerte. Legaliza el aborto, autoriza las bodas en el frente, donde la gente también se atrae, que a veces se olvida, y sigue una política penitenciaria que aleja a los prisioneros del frente.”
En el mes de diciembre, el comunismo oficial (Partido Socialista Obrero Unificado, su denominación en Cataluña) presiona por, y obtiene, la salida del cargo del dirigente del POUM. Los libertarios, resentidos con Nin por su antigua ruptura con la CNT, optan por no defenderlo.
El POUM en general y Nin en particular molestaban por ser fuertemente críticos de la incidencia soviética en el conflicto y de la política del comunismo oficial, a la que caratulaban de contrarrevolucionaria y favorecedora de una derrota. Eran partidarios de profundizar el proceso revolucionario que consideraban iniciado el 19 de julio de 1936. Y apreciaban el papel de las milicias, en contra de su suplantación por un ejército regular.
Los periódicos del partido no retaceaban críticas incluso al propio Stalin, a quien señalaban como el “padrecito” que condicionaba todas las acciones y opiniones de los comunistas españoles.
Prisión, secuestro y asesinato
Después de los sucesos de Mayo de 1937, la persecución y las acusaciones más que dudosas se incrementaron. A mediados de junio se planteó el arresto de toda la dirigencia poumista, a requerimiento de agentes de la inteligencia soviética que actuaban en España, con el general Alexander Orlov al frente.
Circularon acusaciones de traición, que incluyeron la falsificación de pruebas, con la que se intentaba demostrar la entrega de información militar al enemigo. El procedimiento se asemejaba a los que tenían lugar por ese mismo tiempo en Moscú, con procesamientos armados en base a sospechas infundadas, pruebas amañadas y coerciones sobre los acusados.
Nin fue detenido junto con el resto de la dirigencia partidaria. Poco después se lo separó del grupo y ya no volvió a aparecer. Lo trasladaron de Barcelona a Madrid y de ahí a un lugar de detención clandestina en Alcalá de Henares, de donde ya no saldría con vida. En ese lugar sufrió atroces torturas. Todo indica que el dirigente secuestrado no pudo ser doblegado por quienes lo atormentaban, y persistió en no aceptar las imputaciones que se le hacían ni involucrar a ninguno de sus compañeros.
La decisión del traslado y secuestro fue llevada adelante con participación del director nacional de seguridad de la república, el teniente coronel Antonio Ortega, de militancia comunista, con involucramiento del ministro también comunista Jesús Hernández. Y sin poner al tanto al ministro de Gobierno, Julián Zugazagoitía, quien en teoría tenía competencia sobre casos de este tipo. Lo mismo ocurrió con el titular de Justicia, Manuel de Irujo.
Se multiplicaron los reclamos por su aparición, dirigidos a la jefatura de gobierno que ya ejercía el dirigente socialista Juan Negrín, en reemplazo de Francisco Largo Caballero. Las paredes se poblaron de inscripciones que preguntaban “¿Dónde está Nin?” Al lado o debajo solía aparecer una respuesta sarcástica “En Salamanca o en Berlín”. Era en alusión al cuartel general de Franco o a la capital nazi. Se insistía en que era un espía que trabajaba para los llamados “nacionales” o más aún, un agente directo de Hitler.
Comenzó a correr una versión que reconocía que Nin había estado en Alcalá, y alegaba que había sido liberado a la fuerza por personal de la Gestapo. Otra historia fraguada. Hasta se suponía que a los supuestos liberadores se les habría caído una cartera con documentación alemana. Se quería dar respaldo oficial a la creencia de que sus supuestos jefes lo habían conducido a Berlín.
Nada se esclareció ni se establecieron responsabilidades. Un gran incentivo para echar tierra sobre el asunto era no perturbar el vínculo privilegiado con el Estado soviético, principal abastecedor de armas y otros bienes y equipos para el ejército de la República. En la mirada de Negrín y sus seguidores, no se podía seguir resistiendo sin el respaldo material de la URSS.
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Los restos de Andreu Nin nunca fueron encontrados, nadie asumió la responsabilidad por su asesinato. Lo cierto es que en España en guerra, la suerte corrida por el dirigente catalán fue un fuerte golpe a la moral de quienes arrostraban el conflicto pensando en un desenvolvimiento inmediato de la revolución. Y una silenciada marca de sangre quedó en el interior del campo republicano.
Albert Camus escribiría el 25 de julio de 1954 en una nota enviada a los poumistas exiliados en París que “la muerte de Andreu Nin representa un giro en la tragedia del siglo XX, que es el siglo de la revolución traicionada”.