Un descenso a las bandas narcos en Rosario

Un descenso a las bandas narcos en Rosario

7Jul23 0 Por Juan Pablo Casiello

El pasado miércoles me tocó vivir una experiencia particular, diferente, fuerte, fulera. Un descenso a los infiernos de la violencia narco en Rosario.

Con Sabrina, compañera de Amsafe, asistimos en el Centro de Justicia Penal a la audiencia de imputación a los acusados por tres balaceras a las escuelas, además de otros crímenes.
Sabrina repetía: “No es fácil estar acá”.
Y no. La impresión era la de estar viendo una película de acción, con mucha violencia, pero que en esta ocasión algo de la sensación cinematográfica era bien diferente porque no éramos simples espectadores, sino que, de alguna manera, nos tocaba estar adentro de la historia.
El excelente trabajo de los fiscales, Valeria Haurigot y Franco Carbone, iba poniendo al descubierto la trama oscura detrás de las balaceras que tuvieron como blanco a las escuelas, pero sacudieron a toda la sociedad.
Se confirmó lo que sabíamos: las escuelas eran usadas como terreno de disputas de bandas narcos que buscaban legitimar su poder en el territorio y enviar mensajes mafiosos.
Desde la cárcel de Ezeiza “Fran” Riquelme, el capo narco, volvía a hacer una demostración de poder y de absoluto desinterés por el Poder Judicial negándose a conectarse en el Zoom y exigiendo la postergación de la audiencia.
Sí estaban presentes en el banquillo de los acusados los dos sicarios, los “tira tiros” como se los conoce en los barrios. No había nada que nos permitiera diferenciarlos de cualquier muchacho de barrio. Y quizás eso fue lo más terrible. Porque te queda la sospecha -mucho más después del repaso que hicieron los fiscales por las redes sociales, las desgravaciones telefónicas o los testimonios de algunos testigos- que el límite entre un joven cualquiera y los acusados de ayer no está claramente marcado.
Uno de los sicarios tomaba el crimen como una changa. Así sumaba ingresos a su trabajo como obrero de la industria plástica. En un mensaje su novia le insiste que “deje esas cosas” y él le promete que la próxima va a ser “la última”.
Una madre recibe con naturalidad el pedido de su hijo que le deje el arma preparada con todas las municiones cargadas que en un rato la pasa a buscar. Otra, en cambio, insiste en fiscalía que quiere declarar contra el hijo, aunque la ley no lo obliga a hacerlo; así buscaba protegerlo.
Yendo a gran velocidad con una 4×4 del jefe narco (aparentemente iba a comprar droga para consumo personal) uno de los acusados embistió en una bocacalle a un colectivo de línea. El auto quedó destruido. El chofer del colectivo refiere que luego de la sorpresa por el tremendo impacto y de preguntar si algún pasajero estaba herido, alcanzó a ver a un muchacho que se bajaba del auto, cargaba en brazos a un niño de unos 5 años y salía corriendo. La destrucción del vehículo (era robado, pero era de la banda) le generó una deuda al joven que debió saldar acribillando a un integrante de la banda rival.
En las balaceras a las escuelas y en los asesinatos se repetía el mecanismo: uno de los jóvenes se baja de la moto y dispara; el otro filma la acción con su celular. Ese archivo llega por wasap a la cárcel para dar cuenta al jefe narco de la tarea cumplida. Y recibir el pago correspondiente.
Los videos sirvieron también para cerrar la acusación. El fiscal los anuncia en su alegato y en seguida, en las pantallas de los dos televisores de la sala, con el marco particular que da la filmación de un celular, aparece el frente conocido de la escuela. Es de noche, se siente el motor de la moto, algún grito y, de pronto, los disparos que suenan como explosiones, aturdiéndonos en la sala y sacudiendo paredes y portones de la escuela.
Nos fuimos con sensaciones encontradas.
El reconocimiento a la tarea de lxs fiscales que muestran que, en algunas instancias, la Justicia sabe hacer su trabajo.
La tristeza por tantxs pibes de barrio reclutados por las bandas narcos.
La frustración por la forma en que los jefes siguen actuando con tranquilidad desde las cárceles.
La sensación de que desde el poder político y económico no está la voluntad de cambiar esta realidad terrible en la que estamos viviendo.