Maniobras oscuras que atraen viejas sombras
17Jul23En las calles de Buenos Aires aparecieron hace días carteles publicitarios sin firma con la leyenda “Carolina Serrano Presidenta”. En los afiches figuraba además el histórico escudo de “Montoneros”, con un fusil y una tacuara entrecruzados debajo de la inicial “M” y la palabra “Venceremos” debajo.
Para descifrar la anónima propaganda basta saber a quién se alude como “Carolina Serrano”. Tal sería el nombre de guerra utilizado por la actual postulante a la presidencia Patricia Bullrich durante su paso por la organización armada mencionada (como se le suele atribuir) o por la agrupación de masas que la secundaba, la Juventud Peronista conocida como “Regionales” (según lo que ella misma explica).
No se necesita experimentar la menor afinidad con Bullrich para sentir un claro rechazo a la maniobra. Se busca el desprestigio de una precandidata a presidenta invocando su pertenencia a la guerrilla de los años setenta.
Eran tiempos en que la lucha armada era una alternativa asequible para millares de militantes populares. Combates que, siempre habrá que recordar, surgieron como forma de resistencia frente a la dictadura cívico-militar iniciada en junio de 1966. Y contribuyeron a forzar la retirada de un régimen que se había propuesto una permanencia de al menos dos décadas y una abrogación en sentido corporativista de las instituciones representativas. Y a terminar con la deleznable proscripción y exilio de Juan Domingo Perón.
Estigmatizar a Bullrich con su nombre de combate y el escudo de la organización nos remite a la época en que la meritoria lucha antidictatorial, la más controversial durante el tercer gobierno peronista y la oposición armada a la dictadura de 1976, en condiciones cada vez más difíciles, confluyeron en una derrota sangrienta a manos de los agentes armados de las clases dominantes y sus inspiradores civiles.
La actual precandidata de Juntos por el Cambio abomina hoy de ese pasado de lucha, encubriéndolo con una “profunda autocrítica” a su participación en las confrontaciones de hace cincuenta años. Es más que previsible y comprensible: En un proceso del tipo del que Antonio Gramsci llamaba “transformismo”, en su adultez decidió aliarse y someterse a sus enemigos de la juventud, quizás como manera de alinearse de nuevo con su clase de origen, a la que, en su mirada actual, “traicionó” en sus años mozos. Y allí está instalada, de modo definitivo.
Los sujetos solapados que han lanzado esta campaña han recurrido a un recurso muy bajo, en la búsqueda de hacerle perder votos a la postulante. Más allá de su pertenencia e intenciones, no descalifican sólo, ni principalmente a la precandidata, sino a toda una militancia que se jugó la vida, y a menudo la perdió, en procura del ideal revolucionario de una vasta transformación social orientada contra la explotación y la injusticia.
Conscientes o no al respecto, su modo de actuar guarda mayor parentesco con la Bullrich actual que con cualquier pretensión cuestionadora. En lugar de enrostrarle las posiciones reaccionarias y de violencia contra las mayorías populares del presente, le impugnan un pasado de militancia popular. Y a la vez exponen un dato que no es de conocimiento público, en un estilo delator digno de los servicios de inteligencia.
Por eso, vaya un decidido repudio a su acción. Si alguien piensa que así “frena a la derecha”, debería mirarse en el espejo. Y como mínimo no cubrirse bajo un cobarde anonimato.
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