¿Qué le pasó al peronismo en estas PASO?
17Ago23Casi madrugada del lunes, el peronismo y el progresismo se debaten en mil confusiones que van desde culpar al pueblo y señalarlo por haber virado a la derecha sin estaciones intermedias, hasta a acusarlo de no ver al “enemigo”, como si el candidato oficialista fuera el “amigo”.
Sergio Massa, egresado de una escuela privada y católica, el Instituto Agustiniano, comenzó a militar nada menos que en la UCEDE con Álvaro Alzogaray, referente de la reacción y uno de los más antipopulares de los dirigentes nacionales. Tan destacado fue como militante de esa organización de extrema derecha que, entre 1994 y 1996, fue presidente de la Juventud Liberal en la provincia de Buenos Aires.
En épocas de Carlos Menem, la UCEDE se fusionó con el peronismo, blanqueando una relación estrecha entre el ex presidente y la familia Alsogaray, dado que hasta su hija ocupó cargos relevantes. Para entonces, Massa se pegó a Luis Barrionuevo, aquél que dijera que tenían que dejar de robar por dos años y, de su mano benefactora, fue designado en una Subsecretaría nada menos que del Ministerio del Interior.

Posteriormente, otro triste célebre lo apadrinaría y nombraría como su asesor en el Ministerio de Desarrollo: Palito Ortega, cuyos antecedentes políticos fascistas no son, tampoco, un secreto.
Desde 2001 fue nombrado por Duhalde al frente de ANSES y permaneció en su cargo durante la presidencia de Néstor Kirchner hasta el final de su mandato. Convengamos que su paso por la función no fue, precisamente, descollante.
Fue diputado provincial e intendente de Tigre durante dos mandatos, uno de ellos interrumpido durante un año en el que se desempeñó como Jefe de Gabinete de Cristina Fernández. Cuando renunció, volvió a la intendencia. Las críticas más ácidas que recibió tras sus dos mandatos fue el crecimiento de los countries que impiden el acceso de otros vecinos al Delta y la contracara de su gestión por el abandono a los barrios pobres que nunca dejaron de inundarse por carencia de obras de infraestructura.
Posteriormente fue diputado nacional y, en 2013, fundó su propio partido, el Frente Renovador. Ganó las elecciones como candidato a diputado nacional y en 2015 impulsó una alianza con la Democracia Cristiana, Francisco de Narváez, Graciela Camaño y el MID, entre otros, para disputar las PASO con José Manuel de la Sota como candidato a presidente. Salieron terceros. Ya en 2017, siempre con el Frente Renovador, encabezó la lista a senadores nacionales seguido de la radical nunca del todo arrepentida Margarita Stolbizer mientras el pejotista Felipe Solá, Mirta Tundis, Daniel Arroyo y uno de los representantes de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, entre otros, completaban su lista de diputados nacionales. Pero nuevamente salieron terceros superados por el peronismo y el macrismo, lo que determinó que Massa quedara afuera del congreso.
Esta breve biografía apunta a reflexionar sobre el candidato oficialista en las actuales PASO. Massa no fue ni es ni será un peronista “pura sangre”, sino un entenado bastante diletante que ha compartido espacios políticos con un amplio espectro que va desde lo más rancio de la extrema derecha, hasta lo más patético de las arrepentidas radicales como Stolbizer y Ocaña; desde lo más derechoso del peronismo, como el sojero Felipe Solá, hasta el también derechoso empresario Francisco de Narváez; desde el paradigma del gorilismo argentino, como Álvaro Alsogaray, hasta el patrón industrial De Mendiguren.
¿Representa Massa a los “cabecitas”, a los trabajadores, a los pobres de este país? La respuesta es inequívoca: no y justamente por ello fue ampliamente resistido por lo más progresista del peronismo. Sin embargo, al igual que hiciera hace cuatro años atrás, cuando ungió a Alberto Fernández como candidato a presidente, el dedo de la “jefa” lo señaló como el nuevo elegido para encabezar la lista del peronismo.
A duras penas y tragando saliva con gusto a sapo gigante, la militancia salió a bancar a su jefa, aunque a regañadientes pero, la militancia está obligada a aceptar las reglas de juego, aunque la base, los votantes de carne y hueso, los que la yugan todos los días, no. Y no aceptaron el dedo omnipotente de esa mujer a la que aún aman, pero ya no le creen tanto como antes… No les alcanza con que Massa pretenda incorporarse a los BRICS como promesa “progre” de entrar al mundo prometedor del capitalismo multipolar, algo que a millones de habitantes de este país los tiene sin cuidado. Massa, como ministro de economía, no ha sabido ni podido bajar la inflación y mejorar la calidad de vida de la mayoría de esos votantes que encumbran o entierran con votos a cualquiera. La pobreza ha aumentado, los salarios han perdido poder adquisitivo, las jubilaciones tampoco alcanzan para una vida digna y los precios de los alimentos, alquileres y servicios se han ido tan a las nubes, que la sobrevivencia es una aventura cotidiana y amarga.
Tras cuatro años con la cantinela de “el amor vence al odio”, las masas peronistas, las mismas que llenaban plazas y calles apoyando a Cristina, se fueron desmovilizando y paralizando, hasta llegar al punto de la más profunda desazón. Desilusionados con Alberto Fernández, enfurecidos por sentirse traicionados, los peronistas quedaron sumidos en la confusión y, si ya estaban decepcionados con estos cuatro últimos años de decadencia, la candidatura de Massa fue el broche de oro para cerrar un círculo que comenzó cuando perdieron su propia identidad. Dejaron de resistir para darle paso a la resignación. Abandonaron las calles para reclamar para pasar a una aceptación disconforme y mascullada entre dientes, pero quietos. Aplastantemente quietos. Como nunca en la historia de este movimiento político, el peronismo perdió la vitalidad de las masas porque están hartas de mentiras, promesas y falsas esperanzas abrochadas con un misticismo decadente que ya no los mueve, no los apasiona ni los convoca.
¿Qué vas a votar? Solíamos preguntar a nuestros compañeros de oficina, de fábrica y de los barrios más pobres. Y la respuesta, hace pocos meses atrás y pese a todo, era casi unívoca: “A Cristina si se presenta, si no, a Milei”. Los trabajadores y las trabajadoras, la supuesta columna vertebral del movimiento, los desocupados y el pobrerío pasaban de una a otro candidato de manera inexplicable. Y, tal como decían y muchos no quisimos creer que sucedería, votaron a Milei. Y después a la represora Bullrich. Y después al represor Larreta. Y así terminó este domingo con un peronismo cuyo porcentaje de votos es el más bajo desde que volvió la “democracia”.
En el inconsciente colectivo ¿cuáles son las certezas que unieron a las mayorías para votar como lo hicieron? La principal está, cual fantasma, en una sensación colectiva que nunca se fue, un deseo interno que permanece desde hace más de veinte años: “que se vayan todos”. En segundo lugar y devenida de la primera, la constatación práctica y material de que todos les han mentido. La tercera es que todos, sin excepciones, devalúan, ajustan y empobrecen, unos con un poquito de vaselina, otros, sin anestesia ni siquiera local. La cuarta y consecuencia de las anteriores, la bronca, la decepción y el hartazgo.
Si algo ha perdido la dirigencia de la mayoría de los partidos políticos es la credibilidad y esto es tan así que, en algunos distritos, el abstencionismo y el crecimiento del voto en blanco ha puesto a más de uno en alerta. Del “que se vayan todos”, al “no les creo nada” casi no hay distancia.
La imagen absurda de Milei con sus pelos cual nido de carancho, su aspecto de personaje de animé japonés y su discurso rompe todo, de alguna manera, interpreta a esas mayorías hastiadas. No son atraídas por su propuesta de gobierno, sus planes de reventar el banco central o de dolarizar la economía, sino por la hipnosis que produce un sujeto que apunta contra todos, esos todos que se tenían que ir en diciembre de 2001 y luego volvieron reciclados y maquillados, pero vivitos y coleando para hacer más de lo mismo o, mejor dicho, peor de lo mismo. El candidato, prácticamente parido por los medios, es como un loco suelto con una metralleta en la mano apuntando contra todo, como en las películas y los juegos de computadora.
La gente común, la que va a laburar todos los días, la que va al mercado y en vez de comprar un kilo de pan, compra medio porque no le alcanza para más, no sabe si los BRICS son una perspectiva interesante o demoledora, si dolarizar la economía traerá más penurias que alegrías, si privatizar hasta la educación es un boomerang que atentará contra sus propios hijos. Sabe que está podrida, cansada, que tiene ganas de ser como Milei y apuntar contra todos, incluido aquel peronismo que alguna vez fue su pasión y, especialmente, su esperanza. Pero se cansó de los sapos. Y salió a votar con la metralleta de Milei.
La tibieza e ineptitud del gobierno que se va, la inflación galopante, las promesas incumplidas y la decisión de Cristina de imponer a un candidato que quieren pocos, incluidos los que militaron su candidatura a regañadientes, terminaron en un voto castigo escalofriante que asusta a los más conscientes del peligro que implica que el animé de la política, el loco de la metralleta, llegue a presidente.
Al peronismo le quedan un par de meses para salir a buscar a esos once millones de personas que, siendo parte del padrón, este día eligieron no moverse de su casa. Deberán redoblar esfuerzos, pero cuentan con un escollo difícil de sortear: decididamente, su candidato no es el que quiere su base y sus medidas económicas piantan votos, no suman ni multiplican, sino que siguen restando.
Con mayor o menor consciencia, todos sabemos que Massa vendría por nosotros cuando tuviera que pagarle al Fondo Monetario Internacional; que no le daría asco hacer un ajuste sanguinario, que no le temblaría el pulso a la hora de recortar presupuesto para salud o educación, que no dudaría ni un ápice si tiene que congelar salarios o planes. Y hoy, menos de veinticuatro horas después de las elecciones, lo hizo devaluando un 22% que recorta nuestros ingresos tal como era previsible: sin piedad ni la más mínima sensibilidad social. No se puede subestimar a las capas populares. Ellas sabían y saben perfectamente quién es Massa y ya intuían lo que vendría. Y saben, también, que el futuro es incierto.

¿Qué nos espera, entonces? Si gana el loco de la metralleta, prepararnos para ser parte de algo que muchos han olvidado, pero que está latente en cada uno de nosotros: nuestra capacidad de decir NO organizadamente. Si algo tiene este pueblo, es un altísimo grado de organización. Deberemos confiar en nuestra historia y nuestras fuerzas, aprender que eso de que el amor vence al odio es una consigna interesada en transformarnos en pánfilos observadores de nuestra propia desgracia, descubrir que, cuando queremos, podemos avanzar colectivamente, espalda con espalda. ¿Y si gana Massa? Lo mismo. ¿Y si gana Bullrich? Igual. ¿Y por qué? Porque, lisa y llanamente, todos nos ofrecen prácticamente lo mismo, algo que queda aún más claro con la devaluación de hoy.
Quizás sea el momento de que tengamos que ser protagonistas como dice el poema de Armando Tejada Gómez, “Peatón, diga no”:
“Dígalo en todas partes: en su casa, en la feria,
en la calle, en los trenes, en la cancha, en el viento;
lléveselo al trabajo de modo bien visible
y lúzcalo orgulloso como un pañuelo nuevo,
después, vaya subiendo en grados subversivos
hasta el no más heroico y de cada momento…”
Suscribo a cada una de las palabras! Excelente nota!
el peronismo no existe más. es el PRIonismo y es el partido del orden desde menem a la fecha. le cuido los votos a milei porque bullrich y ahora están todos desesperados para prestarle la estructura y que pueda ajustar a la Fujimori. en fin. que el próximo 2001 nos encuentre unidos.