Miradas tuertas sobre el conflicto Palestino-Israelí
11Oct23“Donde no haya humanidad, esfuérzate por ser humano”
Pirkei Avot
Cuando uno habita varios mundos aprende a mirar con nuevos ojos, y resulta más sencillo reconocer miradas tuertas.
En mi caso, me siento judío y también de izquierda. Dos identidades que pueden convivir perfectamente, siempre y cuando evitemos hablar de Israel.
En días como estos, eso me es imposible.
Mientras ruego que nada malo le pase a mis familiares, amigos de izquierda me preguntan qué opinión tengo sobre lo que allá está pasando.
Al igual que el protagonista de la obra “un judío común y corriente”, lo primero que se me viene a la mente es gritar que no tengo ninguna, que no tengo idea de lo que allá está pasando porque vivo acá, en este país, donde los sueldos no alcanzan y un loco está a punto de ser presidente.
Pero eso no es cierto, porque claro que tengo una posición sobre lo que en Israel sucede; una que me cuesta compartir porque intuyo que incomoda tanto a unos como a otros.
Y es que a la izquierda le cuesta tanto condenar con todas las letras el terrorismo de Hamás (¿de verdad lo ven al Che Guevara ametrallando civiles a mansalva en nombre de no sé qué liberación?) como a los sionistas notar que la violencia no comienza con esos atentados, sino con la fundación de un país allí donde vivían los palestinos.
Es un conflicto donde todos lloran sus muertos sin ninguno dejar de disparar.
Ocurre que, cuando se declaran las guerras, no es de esperar que se reaccione de otra forma. Netanyahu no va a entonar “shir la shalom” ni pintarán banderas en Gaza con frases hippies como “haz el amor y no la guerra”.
Al contrario, el horror se filma y viraliza en vivo. El castigo al pueblo enemigo se celebra, aunque se trate de niños y no de terroristas, aunque se trate de ancianas y no de opresores.
El sentir en lo más hondo las injusticias cometidas contra cualquiera se posterga hasta nuevo aviso. El sufrimiento propio lo abarca todo, lo justifica todo. Nadie quiere ni escuchar sobre sus propias miserias.
Cada cual corre a refugiarse en sus trincheras. Las “dobles lealtades” entonces estallan: no se puede estar bien con dios y con el diablo. Sólo tenemos permitido elegir un bando, y lo que urge es defendernos del enemigo que quiere borrarnos del mapa.
Muchas veces opto por mantener un respetuoso silencio mientras dura el temblor. A nadie le interesan los análisis sesudos ni son bien recibidas las elucubraciones éticas en medio de los lamentos. De esa actitud dudosa se burlaba mordazmente Brecht: “bajo el hacha del asesino, se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también”.
Sin embargo, es en medio del llanto que se declaran las guerras. Y si no es ahora, ¿cuándo levantaremos una bandera de paz? Y si no la levantamos nosotros/as, quienes creemos que la paz es el camino, ¿quiénes la levantarán?
Es que tiene que quedarnos otra opción diferente a la imposición de un bando sobre el otro, si es que algo de humanidad sobrevive entre nosotros/as.
Estoy buscando sin encontrar un precioso texto de Amós Oz, autor de “Contra el fanatismo”, entre otros libros. En él planteaba que en realidad la solución al conflicto palestino-israelí ya la conocemos todos/as: habrá que marcar un límite aquí, dibujar una frontera un poco más allá, y crear dos Estados para dos pueblos. Sólo resta saber cuántos más habrán de morir hasta que llegue ese día.
Ni Hamás ni Netanyahu creen que esa sea la salida al conflicto. Enemigos jurados en los discursos, en la práctica funcionan como socios necesarios en sus ardides para conducir de forma cíclica a sus pueblos a enfrentamientos fratricidas.
La guerra palestino-israelí es el eterno retorno de una tragedia que enfrenta a dos pueblos que tienen razón.
Tienen razón los judíos que luchan por hacer realidad la esperanza de dos mil años de ser un pueblo libre en su tierra.
Y tienen razón los palestinos cuando cuentan: mi abuelo vivía acá cuando tus abuelos vinieron y nos echaron de nuestra tierra.
Por esas razones matan, y en estos setenta y cinco años de desencuentros, ambos pueblos suman cada vez más razones para no perdonarse.
Pero “en la tierra donde tenemos razón no crecen las flores”, como tan bellamente escribió el poeta Yehuda Amijái.
Tanto los palestinos como los israelíes tienen derecho a elegir como su lugar en el mundo ese pequeño pedacito del mapa. Por otra parte, ninguno tiene a dónde irse. Por lo que quedan dos caminos: seguirse matando como hasta ahora, o compartir la tierra que aman para que en ella quepen todos los mundos.
Mantengo la esperanza de que la región alguna vez será luz para las naciones. Siento que es posible cuando me entero, por ejemplo, de las mujeres palestinas e israelíes que marchan juntas por la paz.
La guerra siempre tiene más prensa; pero antes de ella, en Israel venían creciendo las movilizaciones democráticas más importantes de su historia, contra las pretensiones autoritarias de la coalición de derecha y los ultra-ortodoxos.
Ojalá el fanatismo de quienes quieren todo para ellos y nada les importa la vida de los otros no siga marcando el rumbo.
Para ello, aprender a mirar este conflicto con ambos ojos es muy importante.
Condenar la barbarie de unos y otros, la que nos duele porque nos toca de cerca y también la que no nos duele porque se hace “en defensa de nuestra causa”, es imprescindible.
Y tejer puentes, apostar al encuentro entre los pueblos, que es la única alternativa realista para alcanzar la paz en medio de tanto delirio bélico.
el progresismo sionista. Tan Genocida como el actual gobierno del régimen colonial israelí. Los colonos nos son civiles. Al final….son más de los mismo “Tramas” … lo “políticamente correcto”
Hola Lisandro. Primero la aclaración de que el artículo de Ezequiel Kozak no representa la posición del portal, sino la del colaborador que la escribió. De hecho antes publicamos un artículo de Tarik Alí acerca del tema, con una posición bastante distinta a la de Kozak. Te invitamos a enviar una colaboración tuya y sumarte al debate en las páginas de Tramas.
impecable!!!! coincido 100% con ese camino que ud propone.