El peso de la estupidez
14Nov23 0 Por Sebastián SayagoCuando pensamos en el futuro de la humanidad y, con mucha más especificidad, en el de nuestro país, no hay que subestimar el peso de la estupidez de la gente. Me refiero, concretamente, a la predisposición al egoísmo, a la mezquindad, al odio basado en el prejuicio y a la tendencia a sostener un orden social y político que oprime y aliena a la mayoría.
No estoy diciendo que la gente sea estúpida, sino que, en nuestra organización cultural, hay un componente de estupidez que puede ser más importante de lo que creemos. Algo así como una atadura al fracaso, un mecanismo que obstaculiza la racionalización de las injusticias y las trampas del sistema político.
Posiblemente, la estupidez social sea, en parte, una derivación de actos instintivos compartidos con otros seres vivos, orientados a la mera supervivencia del individuo y, en última instancia, de la especie, en condiciones de competencia en un entorno inestable, incierto y amenazante. Habría resabios de esa larga noche de nuestro origen en el actual repliegue sobre la vida privada, en la prioridad de lo inmediato por sobre lo mediato, en la acumulación -tan ilimitada como se pueda- de bienes y recursos, en el individualismo, en la falta de empatía y solidaridad. Claro, si hemos sobrevivido como especie es porque, en nuestra historia, hay algo más que procesos competitivos. También hay una tendencia contraria, orientada a la cooperación y a la empatía, a la búsqueda de consensos y de convivencia pacífica, tendencia que está lejos de ser algo exclusivo de los seres humanos. Pero es cuestión de mirar a nuestro alrededor para reconocer que no es la dominante.
Además de esa carga hereditaria, con base en la sociobiología, reconocemos la acción de un sistema cultural que, de manera global, alimenta y explota la estupidez. La manipulación de los deseos, de los temores y de las culpas es clave para mantener una lógica de consumismo y explotación que daña nuestra integridad psicológica, deteriora los lazos sociales y habilita el daño ambiental. Queremos ser eso que, al final, será perjudicial para nosotros mismos o para los demás. El sentido común y el mercado cultural aceptan una idea de éxito asociada a la generación de ganancias, a la comodidad de privilegios vistos como derechos legítimamente conquistados, a la superioridad por encima de las personas que fracasan en su búsqueda de la felicidad que le propone el capitalismo.
La estupidez social se manifiesta en el orgullo de quien se cree triunfador, en la frustración de quien se cree fracasado y en el odio de quien culpa a los otros (sobre todo, a los más débiles) de su insatisfacción. Es una estupidez estructural, sistémica, transversal.
Cinismo y olvido
Basada en la ignorancia y en la desinformación, en las fake news que circulan en las redes sociales, en videos de 10 segundos que pretenden desenmascarar el fondo de las cosas, esta democracia débil y falaz necesita de la estupidez como el motor de un auto necesita combustible (o energía eléctrica) para funcionar. Es parte de un sistema que nos interpela, que nos constituye en sujetos que aceptamos el orden existente como el único posible. Así, entre otras cosas, impone ideologías y candidatos que, vistos con cierta objetividad, carecen de las virtudes que popularmente se piden a un líder (sabiduría, coherencia, sinceridad, honradez, empatía con los débiles, auténtico patriotismo). Nos da un montón de fórmulas legitimadoras para facilitar nuestra resignación: “Hay que elegir lo menos malo”, “Al final, los políticos son todos iguales”, “Todos los políticos son corruptos”, “Lo mejor es preocuparse por uno mismo”, etc.
Podemos decir que la contracara de la estupidez es el cinismo, tal como lo plantea Zizek. No es que no se sepa que el sistema es injusto, que los ricos se aprovechan de los pobres, que el Estado protege los intereses de los poderosos, que los medios de comunicación tergiversan los hechos, que muchos funcionarios son comprados por lobbies, que la corrupción es un mecanismo indispensable para que se mantenga el statu quo. Se sabe, pero se actúa como si no se supiera. Ese olvido es fundamental para poder vivir con cierta dignidad, para estar tranquilos en nuestras casas, con la conciencia en paz o algo parecido. Es el precio para aceptar esta vida, este juego en el que nos vemos metidos.
En el contexto actual, vemos cómo opera esa estupidez cuando intentamos demostrar las mentiras de un candidato como Milei, sus contradicciones, su fallida promesa de cambio y de pelea contra la casta. O el peligro que, para las libertades democráticas, representa Villarruel. Es muy difícil convencer a sus simpatizantes (en particular, a los pibes y a los laburantes), porque ya saben eso y han decidido que no les importa. Quieren creer que están contribuyendo a acabar un Estado que los excluye. Con más hastío que ingenuidad, se esfuerzan por ignorar todas las advertencias. Como se hace con tantas otras cosas. Al fin de cuentas, es una estrategia de supervivencia bastante eficaz.
Y es evidente que lo dicho hasta aquí no vale solo para la ultraderecha. Que la elección presidencial sea entre personajes como Milei y Massa demuestra el triunfo aplastante de la estupidez en esta oscura época de nuestro país y del mundo.
La superación de la barbarie
Más allá del pesimismo que, para muchos, puede acompañar esta circunstancia, vemos que hay memorias, luchas e ideas que van en un sentido contrario. Este movimiento sigue la otra tendencia, la que apunta a la solidaridad, al bien común, a la comprensión de los otros, a la garantía de los derechos de manera igualitaria. Quienes nos reconocemos aquí asumimos que, gane quien gane el 19, habrá que seguir resistiendo en las calles, habrá que seguir discutiendo alternativas y habrá que continuar pensando estrategias de comunicación contrahegemónicas.
Frente la estupidez promovida por el capitalismo, hay que plantar rebeldía, utopía y compromiso militante. Hay que luchar por un futuro que sea verdaderamente distinto y mejor para todos, sin tener certeza del triunfo.
Fuente: Contrahegemoníaweb https://contrahegemoniaweb.com.ar/2023/11/13/el-peso-de-la-estupidez/